Fecha
Autor
Sánchez Ron, José Manuel, editor. Arbor, nº 707-708. noviembre-diciembre 2004

José Echegaray: entre la ciencia, el teatro y la política.

REIVINDICACIÓN CIENTÍFICA DE ECHEGARAY<br> Los logros de un dramaturgo mediocre Reseña realizada por Leoncio López-Ocón<br> Instituto de Historia. CSIC

En 1904 el ingeniero madrileño José Echegaray y Eizaguirre (1832-1916) obtuvo el premio Nobel de Literatura, que compartió con el poeta provenzal Frédéric Mistral. Al conmemorarse el centenario de ese galardón la revista Arbor estimó oportuno hacer una revisión de la poliédrica obra del dramaturgo de más éxito en las primeras décadas de la Restauración, y del introductor de las matemáticas modernas en la España contemporánea, encomendando esa tarea al profesor José Manuel Sánchez Ron, quien en 1990 ya había realizado una notable síntesis de las aportaciones de Echegaray como matemático y físico-matemático.

Basándose en ese trabajo anterior, Sánchez Ron reconstruye nuevamente la producción científica de Echegaray, tanto la que creó siendo profesor de la selecta Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, como la que desarrolló cuando ya era un afamado dramaturgo en la sociedad española del tránsito del siglo XIX al XX.

Así, señala pormenorizadamente las limitaciones, pero también los logros de sus trabajos de juventud, con los que cimentó su fama de matemático y pedagogo, ya que tenían fundamentalmente fines didácticos, publicándolos mientras impartía clases de materias tan variadas como: Estereotomía, que comprendía el corte de piedras, metales y maderas, Hidráulica, Mecánica aplicada a las construcciones, Mecánica racional, Geometría descriptiva, Aplicaciones de la geometría a las sombras y a la perspectiva, y Cálculo diferencial e integral, que fue la disciplina que más veces enseñó. De las primeras obras matemáticas de Echegaray Sánchez Ron destaca el Cálculo de variaciones, de 1858, que enlazaba en sus planteamientos con las aportaciones realizadas por el matemático ilustrado Benito Bails, y los Problemas de Geometría Plana y los Problemas de Geometría Analítica, publicados en 1865.

Ese bagaje, que aportaba poco al panorama matemático español de la época, le sirvió, sin embargo, para ser acogido en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 1866, donde ingresó con un discurso provocador sobre la inexistencia de una tradición matemática en la ciencia española. Con esa actitud Echegaray, por entonces notorio miembro de la Sociedad libre de economía política, tomaba distancias con la monarquía isabelina que atravesaba una coyuntura crítica.

Pero tras su ingreso en esa corporación las aportaciones científicas de Echegaray comenzaron a ser relevantes, según sostiene Sánchez Ron. En 1867 publicó, en efecto, Introducción a la geometría superior, con la que dio a conocer la geometría de Michel Chasles, punto de partida de lo que Rey Pastor denominó la "revolución geométrica" que se produjo luego en España gracias a los trabajos de Eduardo Torroja, Zoel García de Galdeano, y del propio Rey Pastor. Al año siguiente, en 1868, editó su Memoria sobre las teorías de las determinantes, que significó un paso más en la introducción de nuevas teorías matemáticas en la sociedad española de su época, y su Tratado elemental de termodinámica, que revelaba el papel destacado que desempeñó la física en los intereses científicos de Echegaray.

Sus contribuciones científicas continuaron, ya en su etapa de madurez, con Disertaciones matemáticas sobre la cuadratura del círculo. El método de Wantzel y la división de la circunferencia en partes iguales (1887) y, sobre todo, con los cursos que impartió en el Ateneo de Madrid durante diez años, y que versaron sobre: la teoría de Galois (1896-1898), enfrentándose, aunque con retraso, a una de las teorías más difíciles de la matemática del siglo XIX, según subraya Sánchez Ron; las funciones elípticas (1899-1901) y abelianas (1901-1902), y las ecuaciones diferenciales (1904-1905).

En la cúspide de su prestigio, y tras haber sido el primer presidente de la Sociedad Española de Física y Química, creada en 1903, Echegaray fue designado catedrático de Física matemática de la Universidad Central en 1905, donde dictó durante una década de cursos que luego agrupó en diez tomos. En ellos trató de "dar acomodo en su estructura y principios a la avalancha de nuevos fenómenos que desde finales del siglo XIX se venían observando, pero que, finalmente perdió, clara e irrevocablemente la partida frente a una física nueva, la de la relatividad y la mecánica cuántica", como destaca Sánchez Ron.

Pero Echegaray, además de ser el mejor matemático español del siglo XIX, tuvo en determinados momentos de su vida una intensa actividad política, y fue asimismo el dramaturgo español con una mayor proyección internacional, sancionada con la obtención del Nobel en 1904.

En efecto, quien fue considerado por Cajal "el cerebro más fino y exquisitamente organizado de la España del siglo XIX" dio un giro a su trayectoria vital tras el destronamiento de Isabel II, iniciando una fulgurante carrera política en las filas de lo que llegaría a ser el partido radical, que aglutinó a krausistas, librecambistas y demócratas. Entre julio de 1869 y principios de 1871 fue un eficaz ministro de Fomento, como ha explicado su principal biógrafo Javier Fornieles Alcaraz, poniendo en funcionamiento el Instituto Geográfico e impulsando la instrucción pública, en el marco de una decidida política de extensión educativa. Posteriormente ocupó el cargo de ministro de Hacienda en diversas coyunturas, dejando su impronta en el sistema económico de este país, pues el 19 de marzo de 1874, en un gobierno de concentración dirigido por el general Serrano, decretó que el Banco de España obtuviese el monopolio de emisión de billetes en todo el territorio nacional, medida de gran calado en la modernización del sistema bancario español, como recordara no hace mucho Pablo Martín Aceña.

Y por esa época, tras abandonar las responsabilidades de gobierno por largo tiempo, inició -con 42 años- una prolífica producción dramática, compuesta por más de sesenta obras, que le proporcionaron dinero, capacidad de influencia en la vida cultural de la Restauración y prestigio internacional.

Ahora bien, a pesar de que este volumen de Arbor se enriquece con cinco documentos que permiten apreciar las interrelaciones que existieron en las actividades de personaje tan polifacético, aún nos faltan más estudios que nos ofrezcan una visión integral de un destacado representante de la generación democrática de 1868, tan amante de las novedades que ya sexagenario practicó el ciclismo con gran entusiasmo, consciente de que ese nuevo medio de locomoción proporcionaba más libertad.

Tan compleja personalidad científica y humana necesita pues ser contemplada de manera unitaria: todas las caras de su obra forman un único poliedro. Todos los hilos de su quehacer constituyen una única trama. Matemático y geómetra fue simultáneamente economista y administrador del Estado; ingeniero y tecnólogo fue al mismo tiempo un admirador de la potencia de las máquinas y de la belleza de las obras públicas; su rigor matemático no solo lo expresó en sus clases y en sus tratados, sino que también lo trasladó a la legislación y a los escenarios, en los que su obra dramática puede ser vista como un esfuerzo de análisis de los sentimientos de la sociedad burguesa de la Restauración; en fin, su afición por el teatro mundano le impulsó a estar presente hasta el final de sus días en el teatro de la ciencia para defender la capacidad comprensiva y comunicativa de esa compleja actividad humana.

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