DE LOS AVATARES DE LA INTELIGENCIA<br>
Se publica un brillante ensayo de Marina sobre la cuestión
Reseña realizada por Miguel Ángel Garrido Gallardo<br>
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
En 1992 Fernando Lázaro Carreter me comentó que le habían encargado reseñar en ABC un libro de un profesor de Filosofía de Enseñanza Media hasta entonces desconocido para él (y para mí) y estaba encantado de la lucidez, brillantez y claridad del libro. Todo auguraba un éxito notable de ese autor hasta entonces desconocido. Se trataba de José Antonio Marina y el libro era Teoría de la inteligencia creadora, que se insertaba (no sé si a propósito o no) en la estela del best seller de Goleman, La inteligencia emocional, que, por entonces, hacía furor en las librerías de las cafeterías VIPS y semejantes. Yo hojeé el volumen y me pareció, en efecto, que eran evidentes las propiedades que señalaba el maestro y plausible la previsión del éxito que le acompañaría.
Hoy, tantos años después, Marina es uno de los autores con notoriedadindiscutible de nuestra vida cultural y tiene un público fiel que lo sigue libro a libro. Ahora les entrega un volumen especialmente ligero, de 174 páginas de letra grande y generoso interlineado, y aliviado de las notas a pie. Es, pues, seguro que lo devorarán.
La inteligencia fracasadano tiene que ver con el Elogio de la locura de Erasmo ni, en general, con el desafío de repensar lo comúnmente aceptado desde una instancia contradictoria. Más bien se trata de ordenar desde la perspectiva del negativo, lo que el autor ha venido diciendo en libro anteriores acerca de algunas cuestiones que había venido tratando insistentemente. En concreto, según nos dice, hay alusiones, concomitancias o inferencias de Teoría de la inteligencia creadora (1992), Ética para náufragos (1993), El Laberinto sentimental (1994), El Misterio de la voluntad perdida (1995), La selva del lenguaje (1998) Diccionario de los sentimientos (1999. En colaboración con M. López Penas), Crónicas de laultramodernidad (2000), El vuelo de la inteligencia (2000), La Lucha por la dignidad (2000), Dictamen sobre Dios (2001), El rompecabezas de la sexualidad (2002), Los sueños de la razón (2003) y La Creación económica (2003. En colaboración con M. De la Válgoma).
Nadie discute que haya personas poco inteligentes ni que haya personas inteligentes que ocasionalmente o siempre, privada o públicamente, actúan de forma estúpida. José Antonio Marina aplica lo que usualmente llamamos sentido común a esta cuestión y lo hace en un discurso de lector implicado (como en una conversación: el autor habla de usted al receptor que lo está leyendo), en un registro ilustrado y en un tono ensayístico. Al hilo de su discurso y formando parte del mismo hay una enorme serie de anécdotas y citas brillantes (filosóficas o no, literarias o no), unas propuestas demasiado contundentes de clasificaciones y unas descripciones, distinciones o definiciones claras (a veces, también demasiado claras quizás, habida cuenta de la complejidad del objeto tratado: “la inteligencia”).
Llama la atención Marina en la diferencia que existe entre las capacidades que miden los test de inteligencia (percibir, relacionar, aprender y argumentar) y el uso de la inteligencia. Invocando a Pierce (¿no será Peirce?) señala que la inteligencia fracasa cuando se equivoca en la elección de marco y, siendo el marco de mayor jerarquía para el individuo su felicidad, es un fracaso de la inteligencia aquello que le impida conseguirla (pág. 29).
Y sigue el recorrido sobre dominios amplios, muy amplios. En el capítulo sobre fracasos cognitivos habla de prejuicio, superstición, dogmatismo y fanatismo. Y para que no falte nada, consta una alusión a la cuestión del pudor y los interrogantes que plantea que sus manifestaciones cambien de cultura a cultura y de época a época. Y hablando de fracasos cognitivos, no podía faltar la metáfora animal que supone el experimento del perro de Paulov,el que tocaba una campana siempre que le daba comida al perro. El perro, como se sabe, segregaba saliva ante el estímulo de la comida, pero el día en que Paulov tocó la campana y no le dio comida, el perro segregó saliva también: tenía el hábito mental sin fundamento de que la comida seguía al sonido de la campana. Nuestro autor se ciñe a la anécdota clásica y no recoge la nueva versión del hecho que da Umberto Eco en su Trattato di Semiotica generale: ”¿Cómo puedes estar tan gordo”? dice un famélico perro de Moscú que se encuentra con otro insólitamente lustroso. Éste responde: “Pues mira, a las 12 del mediodía me doy una vuelta por el Instituto Paulov, me pongo a segregar saliva e inmediatamente sale un científico, toca una campana y me da comida”.
En los fracasos afectivos, Marina trata de envidia, celos, resentimiento. Y para que tampoco falte nada aquí, suscita la cuestión de cómo es posible que el patriotismo sea bueno y el nacionalismo malo. Claro, digo yo, que el nacionalismo en cuanto patriotismo (“amor a las propias raíces”) será bueno y en cuanto ley del embudo (“lo ancho para mí, lo estrecho para el mundo”) será malo. Un lío. Bien enseña la moderna lingüística que los términos significan dentro de un contexto y en situación. Tengo para mi que la inevitable equivocidad que genera este hecho es el campo que intenta iluminar éste y otros capítulos, éste y otros libros de Marina y de la producción hoy tan en boga de parecido tenor.
Aborda luego los fracasos del lenguaje y clasifica los fracasos amorosos: el silencio, la sumisión, el automatismo del discurso, el malentendidoy la sumisión a la mecánica de género. Son páginas en que el análisis de experiencias desde el mentado sentido común resultan iluminadoras, aunque quizás se encuentren asediadas por los nuevos retos que día a día plantea la revolución sexual que últimamente me parece caminar con un movimiento insólitamente acelerado.
De nuevo una taxonomía contundente para los fracasos de la voluntad en su función controladora: deficiencia del deseo, esclavitud de la voluntad (adicción y miedo), impulsividad, proc[r]astinación, indecisión, rutina, inconstancia y obcecación. Por cierto que esto de dejar para mañana lo que debes hacer hoy, denominado de manera culta procastinación, aunque con una r menos para evitar la cacofonía, es cuestión que merecería un libro entero, si a los demás les pasa como a mi (por mi corazón juzgo el ajeno).
El libro concluye con el capítulo en que trata la dimensión social de la cuestión (“no es lo mismo Hitler que Mandela”) y un epílogo de elogio de la inteligencia triunfante contra el dolorismo sin fundamento que nos ha heredado el Romanticismo y sus insustancialessecuelas.
La inteligencia, tal como la aborda Marina, desde un punto de vista filosófico en general, puede tener que ver con la Ética, la Moral, la Sociología, la Teoría del Lenguaje, La Metafísica, La Religión y la Teología, por lo menos. Pero como la obra no va dirigida a los lectores de Aristóteles, ni de Marx ni de Pieper (si todavía los tienen), ni de Habermas ni de Olegario de Cardedal; en lo que es este ensayo, una llamada al sentido crítico y una ayuda a la clarificación de cuestiones normalmente embarulladas, que todos tenemos sobre la mesa, supone un nueva entrega del autor, que tiene las virtudes que hemos dicho de la primera y tendrá el éxito de las demás.