CIENCIA Y HUMANISMO<br>
Los saberes romanos de la ingeniería
Reseña realizada por Francisco García Jurado<br>
Universidad Complutense
No deja de ser sorprendente y loable que la unión del buen hacer de profesionales, en principio, tan diferentes como un ingeniero y una filóloga no suponga sólo una suma de esfuerzos, sino todo un salto cualitativo que deja en entredicho el manido tópico de la separación entre los conocimientos humanísticos y científicos. Es verdad que no hay costumbre de este tipo de alianzas, pero un libro como éste pone de inquietante manifiesto su cada vez mayor necesidad. La compartimentación de saberes fue, por decirlo de una manera benigna, un mal menor de las modernas universidades, ávidas y necesitadas de repartir los diferentes campos del vasto conocimiento entre sus especialistas. Pero este mal menor condujo al aislamiento de las materias como tales, cuyos representantes interpretan a menudo los estudios transversales como intrusiones en sus terrenos.
El mundo de la ingeniería romana es un ejemplo paradigmático, como acaso sean otros, de cómo la compartimentación crea saber específico, pero también mucha ignorancia de conjunto. Es quizá, esta razón, la que confiere a Ignacio González y a Isabel Velázquez, los autores de este libro, una doble dimensión, tanto en calidad de personas representativas y destacadas en sus respectivas especialidades, como en calidad de individualidades singulares e inquietas, movidas, ante todo, por la curiosidad y el entusiasmo. Recuerdo (pues estuve presente) el día que en la Fundación Juanelo Turriano Ignacio González expuso a Isabel Velázquez su proyecto conjunto, histórico y filológico, de hacer una historia de la ingeniería romana en Hispania. De ese primer proyecto salió un exposición inolvidable titulada "Artifex", en el ya lejano año 2002. De aquella exposición surgió un catálogo que se agotó muy pronto y cuyos contenidos aparecen rehechos y mejorados sustancialmente en el presente volumen de 543 páginas, magníficamente editado e ilustrado a todo color. En este caso, la calidad de las ilustraciones (fotografías, gráficos, reproducción de antiguos grabados...) no va a la zaga de los textos, ni viceversa.
Estamos ante un libro bien equilibrado que no decepciona ya desde el primer vistazo, ni por supuesto lo hace cuando nos adentramos en él para hacer una lectura profunda. Sorprende, ya desde el comienzo de la introducción, que los textos latinos y griegos citados aparezcan primero en su propia lengua original, como es el caso de los párrafos del arquitecto Vitruvio dedicados a exponer lo que debe ser un buen arquitecto, es decir, un architectus. Este nombre no encierra necesariamente lo que hoy entendemos como "arquitecto", pues también puede entrar en esta categoría lo que conocemos como un ingeniero. El libro, en su conjunto, refuerza y confirma la idea ya tópica de la importancia que la ingeniería, la civil y la militar, tuvo en la civilización romana. En este caso, se ha recurrido a un impresionante acervo de fuentes documentales, no sólo literarias, sino también epigráficas.
El momento histórico que se estudia es, básicamente, la Roma Republicana e Imperial, si bien una parte de las fuentes proviene de la llamada Antigüedad Tardía, muy en concreto de la inacabable obra de Isidoro de Sevilla. Este hecho, así como las muchas ilustraciones de cuadros y grabados modernos que hay en el libro, confirma el aserto historiográfico de que la ingeniería romana fue "lo que fue", pero también lo que de ella han seguido viendo los autores tardíos y modernos.
Una introducción, un capítulo dedicado a la Hispania Romana al que siguen quince grandes apartados, un gran glosario de términos de Ingeniería Civil romana y una completa bibliografía hacen de este libro un manual imprescindible para cualquier estudio ulterior sobre la materia. Los capítulos dedicados a la Ingeniería Civil romana constituyen la primera parte del libro, mientras que el glosario sería la segunda parte, por ello conviene que los reseñemos como unidades autónomas.
Como se observa a simple vista, los capítulos pasan revista a los diferentes aspectos que constituyen el mundo de la construcción en la civilización romana. En cada uno de ellos se nos hace una documentada aproximación a las diferentes técnicas. Conviene enumerar sucintamente cuál es el contenido de cada uno de los diferentes capítulos: el hormigón, la explotación de canteras, el ladrillo, solados y pavimentos, el arco, obras hidráulicas, pozos y cisternas, los acueductos, las distribución del agua, el agua para regadíos, la navegación fluvial, las calzadas, la construcción de puentes, los puertos marítimos y, finalmente, las grandes cubiertas.
Debemos hacer notar que este repaso no sólo arroja luz sobre los aspectos meramente constructivos, sino también acerca de la propia visión del mundo de la civilización romana. El progreso material proporcionado por la ingeniería fue transformando, a su vez, los modos de vida. Podemos verlo, por ejemplo, en el progreso de las termas (páginas 72 y 73). También resulta muy curioso observar los cuadros que explican la compleja organización de una obra hidráulica mediante el proceso que va desde la toma de decisiones hasta la ejecución del proyecto (páginas 158 a 162). Dentro del capítulo dedicado a las calzadas resulta una grata sorpresa descubrir qué era un "hodómetro", o el artilugio utilizado para calcular las distancias (páginas 223-231). Se me antojan memorables el capítulo que trata sobre la construcción de puentes (pasamos normalmente por ellos, pero no nos detenemos a pensar en cómo se hicieron), y, como si ocupara una posición simbólica, el capitulo final, dedicado al cierre de las grandes cubiertas, donde sólo cabe maravillarse ante tanto hallazgo constructivo. Así se cierra, pues, la primera parte del rico volumen, y no creo que los posibles lectores de estas páginas vuelvan a ver un yacimiento arqueológico de igual manera que antes pudieron hacerlo, pues ahora cloacas, puertos o muros alcanzan el realce que realmente merecen.
El glosario, si bien ocupa la segunda y última parte, tiene una doble presencia en el libro, dado que al comienzo del volumen, inmediatamente después del índice, ha aparecido ya la enumeración de los términos en él contenidos, a manera de preámbulo y como una invitación de facto a adentrarnos en su estudio léxico, al final de la obra. Tanto las palabras iniciales dedicadas al glosario, en la introducción, como sus apretadas 224 páginas (desde la 311 a la 535), bien podrían conferir a este trabajo entidad independiente, pues se trata de un verdadero diccionario de ingeniería que, como todo buen trabajo lexicológico, arranca con la lista de abreviaturas usadas, nutrida sobre todo por los nombres de autores y obras antiguas. No sólo cabe esperar en este glosario los autores técnicos conocidos, como Vitruvio, sino también otras fuentes de información, como el comediógrafo Plauto o el poeta elegíaco Tibulo. Al igual que si estuviera inspirado por principios propios de la ingeniería, el planteamiento es muy práctico y no cabe esperar un mero recuento de términos más o menos técnicos. Tengamos en cuenta, como se dice en la misma presentación del material léxico, que el vocabulario de la ingeniería no es un material cerrado. Toma términos de otros ámbitos y, a su vez, otros ámbitos de la vida adoptan términos de él. No en vano, nuestras más arraigadas ideas sobre la educación de los hijos toman prestados los términos de la construcción, y nuestra vida, metafóricamente, se sitúa en un camino, una via ideal, por la que transcurre.
Tras leer este libro, queda, como sugeríamos al principio, una profunda duda acerca de nuestras artificiales divisiones entre estudios humanísticos y científicos. No cabe entender, por ejemplo, una cabal comprensión de la cultura romana sin unos conocimientos técnicos esenciales que nos permitan adentrarnos en ese reto interminable que constituye, al fin y al cabo, el ejercicio de la ingeniería. Parece que ya en tiempos antiguos hubo intentos, no siempre fructíferos, por completar el estudio de la educación, de la humanitas, con ese sentido global, como podemos ver en el mismo texto de los autores:
El ideal educativo romano tenía una naturaleza global: el ideal de la cultura y la formación integral del espíritu humano, aquel que será propio de la humanitas latina, heredera tanto del concepto de la philantropía como de la paideia griegas, y que incluía la adquisición de conocimientos sobre una serie de disciplinas de amplísima cobertura, desde las doctrinas tradicionales de gramática, retórica, dialéctica, poética, aritmética, geometría, música, a otras como la filosofía y los conocimientos en ciencias jurídicas, en religión, en cuestiones políticas y militares.
Pero, como suele suceder, muchas de las mentes inteligentes perciben el error de esta dicotomía de la separación el conocimiento y, a veces, partiendo de posiciones de defensa de la propia actividad personal, promueven la necesidad de una adquisición de ese conocimiento global o lo más completo posible, superando esa tensión. Éste fue, a nuestro entender, el planteamiento de algunos autores como Varrón, Vitruvio o Columela... (página 25)
Fue la Europa del siglo XIX quien sancionó con la construcción de la universidad moderna este estado de cosas, esta separación de los saberes en ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu. No siempre fue así, y no tiene por qué seguir siendo así siempre.
Es imposible terminar esta reseña sin un profundo lamento, casi una protesta trágica, porque la productiva colaboración entre Ignacio González Tascón e Isabel Velázquez, una colaboración sólida y cargada de tanto futuro, se ha visto bruscamente quebrada. El fallecimiento repentino de Ignacio González Tascón priva a sus familiares y amigos de un homo bonus y a sus lectores de un gran investigador y maestro. Dicen que Voltaire increpó a la naturaleza tras llevarse consigo en un terremoto la ciudad de Lisboa. Qué cabe decir de lo injusto que resulta que una vida llena de proyectos quede segada sin más. Esperemos, no obstante, que ese Vitruvio que se prefiguraba en el horizonte pueda seguir adelante, por frío y duro que sea a partir de ahora seguir sin Ignacio.