En muchas especies aún se desconoce el mecanismo concreto con el que se defienden de los patógenos. / francok35 (PIXABAY)
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Autor
Miguel Ángel Criado

Estas hormigas llevan un exoesqueleto de antibióticos

La mayoría de las especies segregan agentes antimicrobianos sin generar resistencias.

Como los humanos, las hormigas son animales sociales. Algunas especies forman colonias de centenares de miles de individuos. Y como le sucede a las comunidades humanas, tal densidad de población es el caldo de cultivo ideal para los patógenos. Sin embargo, un estudio con un centenar de colonias de una veintena de especies muestra que la mayoría de los formícidos segregan agentes antimicrobianos sin, que se sepa, provocar el desarrollo de resistencias. Quizá la nueva generación de antibióticos humanos venga de algún hormiguero.

Los entomólogos ya habían descubierto que otros insectos eusociales, como las abejas, las avispas de la familia Vespidae, los trips comunitarios o las termitas disponen de mecanismos contra bacterias, hongos o levaduras. La lógica de la vida indica que unos seres que viven apiñados en subsuelos húmedos y tienen una gran afinidad genética, como las hormigas, están muy expuestos a la propagación de enfermedades. Y si llevan casi un centenar de millones de años en la Tierra, deben de contar con un potente sistema de inmunidad colectiva.

Es lo que han comprobado un grupo de entomólogos americanos. Recolectaron trabajadoras de 20 especies de hormigas diferentes de un centenar de colonias. Por medio de su inmersión en etanol y posterior centrifugado, obtuvieron los componentes básicos de la cutícula que forma el exoesqueleto de los insectos. Tras colocarlas en recipiente con un cultivo de bacterias Staphylococcus epidermidis, comprobaron que 12 de las especies inhibían el crecimiento bacteriano.

"Estos resultados apuntan a que las hormigas podrían convertirse en una futura fuente de nuevos antibióticos para ayudar a combatir las enfermedades humanas", dice el investigador del Centro de Bioimitación de la Universidad Estatal de Arizona (EE.UU.) y principal autor de la investigación, Clint Penick. Aunque la muestra es muy reducida, hay cerca de diez mil especies, estos resultados confirman los obtenidos en otros estudios con especies concretas. Además, las hormigas seleccionadas pertenecen a cuatro de las subfamilias más importantes y algunas divergieron genéticamente hace millones de años.

Los autores de la investigación, publicada en la revista científica Royal Society Open Science, partían de una hipótesis: cuánto más grandes las colonias que forma una determinada especie, más expuestas a los patógenos. Así que deberían de segregar agentes antimicrobianos más potentes. Sin embargo, no encontraron correlación entre dimensiones del hormiguero y potencia defensiva de su antibiótico.

"De hecho, la hormiga que produjo el antimicrobiano más potente en nuestro estudio, conocida como hormiga ladrona [Solenopsis molesta], vive en colonias de unos pocos centenares de trabajadoras. Estas hormigas son, además, las más pequeñas de todas las que hemos estudiado. Cuando analizamos especies que forman supercolonias, llamadas así porque estos gigantescos hormigueros pueden extenderse centenares de kilómetros y contener millones de hormigas, no encontramos evidencias de actividad antimicrobiana", comenta Penick.

Pero que no encontraran antimicrobianos en el exoesqueleto del 40% de las especies no significa que estas hormigas no dispongan de defensas. Lo explica la entomóloga de la Universidad Estatal de Pensilvania y coautora del estudio Margarita López-Uribe: "Los insectos sociales usan un amplio abanico de mecanismos para controlar la infección y propagación de enfermedades. La inmunidad mediante antimicrobianos en sus cutículas en solo uno de estos mecanismos", dice. Hay otros como la recolección de componentes antibióticos de las plantas y que usan para proteger la colonia y otras especies usan ejércitos de microbios beneficiosos.

Aún queda mucho para convertir a las hormigas en factorías de antibióticos para las enfermedades humanas. Hay que comprobar la acción de sus antimicrobianos contra otras bacterias, identificando los principales entomopatógenos. Tendrán que localizar todos los mecanismos que usan los formícidos para crear estos componentes activos y aislarlos. Pero las hormigas parten con una ventaja: la aparente ausencia del desarrollo de resistencias.

"Los humanos llevamos usando antibióticos menos de 100 años y muchos patógenos ya han desarrollado resistencia. Estamos inmersos en lo que algunos llaman una carrera de armamentos antibióticos, donde los patógenos generan resistencia a nuestros antibióticos tan rápido o más que nosotros descubrimos unos nuevos", recuerda Penick. Y añade López-Uribe: "La relación entre patógenos y antibióticos en las hormigas es mucho más equilibrada. No hay abuso de los antibióticos, por lo que la presión selectiva sobre los patógenos es menor y la evolución de resistencias es menos problemática".

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