Fecha
Autor
Sloterdijk, Peter. Ediciones Siruela. Madrid, 2007.

En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización.

UN ACERCAMIENTO FILOSÓFICO AL FENÓMENO DE LO GLOBAL<br> Reseña realizada por Sonia Arribas<br> CSIC

Con bastante desdén arremete Peter Sloterdijk en su último libro traducido al castellano En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización contra politólogos, economistas y otros estudiosos contemporáneos de la globalización: aunque sin citar nombres ni dar referencia alguna, tampoco entrando en distinciones o cuestiones de contenido que justificasen tal desprecio, a juicio de Sloterdijk ni unos ni otros se acercan en lo más mínimo a las que serían las claves filosóficas fundamentales desde las que entender el mundo contemporáneo. Aunque ya no se puedan construir grandes relatos -de esta forma tan manida inicia su aproximación particular a la globalización- sí que tiene la filosofía, y a diferencia de otras disciplinas, las herramientas necesarias para dar cuenta de los fenómenos mundiales a los que estamos siendo testigos en los últimos 30 años. Para ello nada más que remontarse en el tiempo y recordar las especulaciones narrativas, las representaciones icónicas y las metáforas con las cuales los grandes textos del corpus literario, científico y filosófico occidental han venido refiriéndose desde los inicios de la modernidad al fenómeno de lo global: sí, al globo terráqueo mismo, a la esfera que habitamos. En tal empresa de erudición residiría sin más, y según Sloterdijk, la tarea hoy día de la filosofía que se impusiera a sí misma ser testigo de "el mundo interior del capital". Pero ¿llega el libro a cumplir tal objetivo?

Poco habla Sloterdijk, sin embargo, de ese capital que invoca en el título de su libro. Abundan eso sí las trascripciones y los comentarios prolíficos de narraciones y adjetivos que aparecen en textos y documentos más o menos conocidos (desde Francis Drake hasta Julio Verne, desde Hölderlin y Nietzsche hasta Rilke...) que guardan relación o describen lo esférico, lo redondo y cerrado en sí mismo en todas sus posibles manifestaciones y a escala planetaria. También dedica su tiempo Sloterdijk a pasar revista a imágenes y anécdotas múltiples, halladas entre citas y relatos, de lo que él denomina el "motivo-globo". Todo ello discurriendo por una escueta narrativa genealógica de la historia del mundo, dividida en tres etapas epocales, según el tipo predominante de medios simbólicos y técnicos al uso, y concluyente en la gran edificación del presente: (1) la globalización cósmico-urania, dominada por cosmólogos y metafísicos (2) la de la expansión europea, protagonizada por geógrafos y marinos y (3) la nuestra, la electrónica y mercantil, que Sloterdijk hace remontar hasta mediados del siglo XIX. En esta tercera etapa reina por encima de todas las metáforas la imagen del palacio de cristal de la Exposición Universal de Londres de 1851: una construcción espacial, lograda históricamente, productora en su mismo ser de la configuración de un adentro. En ella mandan los empresarios.

¿Qué caracteriza al palacio de cristal en que vivimos? Lo primero, un techo transparente que encierra y da cabida a una escena de objetos y mercancías expuestas para ser miradas, como en una Gran Instalación. Lo segundo, una estructura de confort, caliente como invernadero en el que crecen -y aquí Sloterdijk sigue en lo fundamental, aunque con su propia terminología, el panorama dibujado por Toni Negri y Michael Hardt en Imperio, prolongación teórica de cierto Deleuze-: se trata de un "rizoma de enclaves pretenciosos y cápsulas acolchadas. Su complejidad se desarrolla fundamentalmente en horizontal, ya que es una contextura sin altura ni profundidad; por eso ya no le alcanzan las viejas metáforas de base y estructura" (231). La intención de Sloterdijk está clara, a pesar de que si hubiese querido evitar como se propone el resorte a una metáfora arquitectónica más le valdría haber usado otra imagen que la del palacio. Y consiste en reiterar esa idea convertida ya en lugar común, y no por ello menos falsa, según la cual las fronteras tradicionales de los estados-nación están efectivamente desapareciendo, arrasadas ellas por las marañas de Internet y los flujos migratorios, aunque -y para no poder perder la buena conciencia crítica- se sigan generando muros de cristal, virtuales, entre los que quedan dentro de la comodidad y el bienestar del palacio, los protegidos, y las dos terceras partes de la humanidad excluida, fuera del habitáculo protector.

Pero aparte de una serie de asociaciones de ideas sobre el fútil estilo de vida de los que tienen el éxito y la capacidad adquisitiva para estar dentro, así como de una breve narrativa de cómo Adam Smith (y sólo él) anticipó brillantemente el mundo en el que ahora vivimos, poco más encontrará el lector en el libro que le proporcione herramientas conceptuales básicas para entender el funcionamiento y las distintas etapas históricas de los movimientos del capital, o que dé cuenta de la forma en la que distintos grupos y/o clases sociales a lo largo y ancho del planeta han padecido estas transformaciones a escala global y que otros, y a diferencia de Sloterdijk, llamarían neoliberalismo. Tampoco se justifican en lo más mínimo asertos tales sobre el declive de las fronteras nacionales en pro de organismos supranacionales, consecución última de un proceso del que se habla en términos de progresiva inmanentización. Y salvo vagas referencias a una "americanología" dedicada a George W. Bush y su visión de un mundo convertido en Oeste americano, se ignora un análisis mínimo de la geopolítica mundial de los últimos decenios. El silencio sobre la tradición crítica materialista que con más ahínco estudió y sigue estudiando la política y la economía global de los fenómenos aquí apuntados y de sus efectos sobre la subjetividad dice mucho sobre el posicionamiento de vista de pájaro de Sloterdijk. No se puede obviar que una consecuencia de este vacío deliberado es que la labor filosófica a la que apela tan contundentemente en las primeras líneas queda diluida, más allá de las innumerables y aburridas referencias textuales, en una serie de ideas trilladas sobre el mundo contemporáneo, equidistantes entre la sociología de andar por casa o efectista, según el momento, y la observación distante o disgustada, según el ánimo, de la crítica cultural: en efecto, que si la ciudad ha dejado paso a los eternos suburbios protegidos por vallas, que si las love parades en Berlín eran vigiladas por el ángel de la victoria capitalista, que si los artistas ya sólo se ocupan de salvaguardar la apariencia de lo nuevo, que si la sociedad contemporánea se asemeja a un no man's land o un desierto de nómadas, que si la proximidad generada por las nuevas tecnologías genera misantropía, que si la internacionalidad se entiende hoy como un coto cerrado de establecimientos diplomáticos, académicos y culturales, etc. etc. etc.

Sloterdijk pertenece a esa estirpe de filósofos que para autoafirmarse necesita ridiculizar y así hacerse un hueco, a veces merecido, en la tradición. La función de las crípticas alusiones a "otros" teóricos, a veces no nombrados, otras veces simplemente parodiados, se vislumbra, por ejemplo, en el capítulo dedicado a la subjetividad, donde "lacanianos" y "criptocatólicos" son equiparados en la medida en que de ellos se dice que sólo conciben el sujeto como sujetado a un "gran Otro" cualquiera. Y la Teoría Crítica no sale mejor parada, a ella le dedica una generosa línea para sostener que redujo la subjetividad a una mera agencia de autocontrol. Pero si subjetividad no es ni sujeción al Otro ni capacidad de autocontrol (y aunque ni Lacan ni Adorno pudieran resumirse tal cual), ¿en qué consiste entonces? En una energía emprendedora que presta atención a los propios intereses, que se somete a "habilitaciones y trainings", que se preocupa por su "autoasesoramiento y autopersuasión" (79), y que finalmente actúa con desinhibición y libertad: "El sujeto es un complejo no trivial de ambición y reflexión, o sea, de energía y astucia" (80). Esta combinación de virtudes es visible en las prácticas de los jesuitas, sobre los que Sloterdijk escribe las páginas más lúcidas del libro, en un divertido capítulo donde se articulan por lo demás unas muy interesantes reflexiones sobre el titubeo pragmatista del sujeto moderno, sobre el consultor como sustituto contemporáneo del antiguo ideólogo, o sobre el soberano que sólo aspira a ser engañado. Son páginas jugosas que ahondan en esa definición de la subjetividad, entresacada por Sloterdijk de la misma tradición filosófica en la que él se sitúa con orgullo, pero que, en una especie de malabarismo comparativo que deleitaría al mismo Adorno, parece creada, y no sin razón de ser, por una empresa de marketing.

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