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Autor
Manuel Planelles

La cumbre del clima se cierra con un mensaje descafeinado contra el carbón y los combustibles fósiles

Los gobiernos admiten en Glasgow que están fallando en la lucha climática y que tienen que aumentar sus planes de recorte de emisiones en 2022

Con retraso, tensión final y nocturnidad los representantes de los casi 200 países que participan desde hace tres décadas en las negociaciones climáticas consiguieron cerrar este sábado por la noche, más de un día después de lo previsto, un acuerdo por unanimidad en Glasgow. Y no, como estaba previsto, lo que sale de la COP26 no es la solución definitiva a una crisis climática que golpea al planeta y pone en jaque a la humanidad. Pero el acuerdo final que emana de esta cumbre supone, al menos, el reconocimiento de que los países están fallando colectivamente y que necesitan aumentar sus planes de recorte de emisiones de gases de efecto invernadero. De la cumbre surge un llamamiento para que las naciones aumenten sus planes climáticos para 2030 durante el próximo año, en lo que se entiende como un mensaje para China, el principal emisor del mundo en estos momentos y que, de momento, solo se ha comprometido a alcanzar su pico de dióxido de carbono (CO₂) antes de 2030.

Además, en la declaración final de la COP26 también se pide a los países que reduzcan gradualmente el carbón y “las subvenciones ineficientes” a los combustibles fósiles. Eso sí, sin fijar plazo alguno y dejando abierta la puerta a que continúen las centrales de carbón con sistemas de captura y almacenaje de CO₂ —es decir, para atrapar este gas antes de que llegue a la atmósfera—. En el caso de los subsidios, el veto solo afectaría a las ayudas “ineficientes”, lo que permite que cada país continúe dándolas discrecionalmente.

La sola mención a los combustibles fósiles ha generado el bloqueo de las negociaciones durante muchas horas con una oposición clara y pública de países como Arabia Saudí, India, Sudáfrica, Nigeria y Venezuela. De hecho, su presión ha logrado que se haya cambiado en el último momento la redacción de este apartado y en vez de abogar por la eliminación se insta a su reducción, suavizándolo aún más.

Es la primera vez que en una decisión de la ONU de este tipo se menciona a los combustibles fósiles y el carbón, los principales responsables de las emisiones que causan el cambio climático. Su inclusión supone un mensaje para inversores y gobiernos para que se cuiden de conducir sus fondos hacia ese tipo de energías. Pero muchos países han mostrado este sábado su disgusto con que se hayan descafeinado las referencias a estos combustibles. El departamento de la vicepresidenta para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha reconocido: “Las menciones sobre la salida del carbón no son nuestra opción preferida. Creemos que debemos eliminar, no solo reducir, el carbón”. En la misma línea, el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, ha lamentado el cambio de última hora, aunque lo ha admitido como mal menor para conseguir el acuerdo global y ante el riesgo de que el final de esta cumbre se bloqueara sin remedio.

Otro de los puntos destacados de la declaración que sale de Glasgow es el referido a la ayuda que los países desarrollados deben prestar a las naciones más pobres. Se parte de la premisa de que son los Estados más ricos los que han desencadenado el problema del cambio climático tras décadas de basar su crecimiento económico en los combustibles fósiles y, por lo tanto, de haber emitido la mayoría de unos gases de efecto invernadero que permanecerán en la atmósfera durante siglos sobrecalentando el planeta. Los países ricos se comprometen con la declaración de Glasgow a duplicar los fondos que destinan a la adaptación en 2025, lo que supondría llegar a una cantidad cercana a los 40.000 millones de dólares (casi 35.000 millones de euros). Además, al margen de este fondo, de la COP26 sale el andamiaje para que en el futuro se establezca un mecanismo de pérdidas y daños: básicamente, un instrumento de ayuda internacional para los países con menos recursos que se vean golpeados, por ejemplo, por los fenómenos extremos vinculados a la crisis climática.

Promesas a largo plazo

El resultado final de este encuentro no ha convencido del todo a ningún país. Prácticamente todos los negociadores lo han calificado de imperfecto. Pero existía un riesgo cierto, por increíble que parezca, de que los casi 200 países que han participado en la cumbre del clima se hicieran trampas y se marcharan con un mensaje de autocomplacencia. Porque una inmensa cantidad de ellos, alrededor de 140 —el 90% de la economía mundial— han prometido que para mediados de este siglo alcanzarán las denominadas emisiones netas cero (solo podrán expulsar la misma cantidad de gases de efecto invernadero que puedan capturar con sumideros como, por ejemplo, los bosques). Esa es la teórica vía que se tienen que seguir para que se pueda cumplir el Acuerdo de París, que establece que el aumento de la temperatura global no debe superar los dos grados centígrados respecto a los niveles preindustriales y en la medida de lo posible, los 1,5.

El calentamiento ya está en 1,1 grados, como se admite con “alarma” y “máxima preocupación” en la declaración final pactada en Glasgow. Pero si se cumpliera toda esa catarata de anuncios de cero emisiones para dentro de tres décadas y otros pactos no vinculantes anunciados durante la cumbre, el calentamiento se podría quedar en solo 1,8 grados, según un análisis presentado por la Agencia Internacional de la Energía. El problema es que las promesas a largo plazo, para 2050 o más adelante, no cuadran con los planes concretos a corto plazo, para esta década, que han presentado oficialmente ante la ONU los países.

La declaración final de Glasgow se centra en esos planes a corto plazo, conocidos por las siglas en inglés NDC y que son insuficientes, y no en las optimistas y difusas promesas para el largo plazo. Y advierte de que para cumplir la meta de 1,5 grados que fija el Acuerdo de París se necesita que las emisiones de dióxido de carbono, el principal de los gases de efecto invernadero, caigan un 45% en 2030 respecto a los niveles de 2010. La declaración reconoce con “grave preocupación” que los NDC presentados ahora llevarán sin embargo a que las emisiones globales sean un 13,7% mayores en 2030 que en 2010, es decir, que no se va en la dirección correcta. Por eso se pide a los países que “revisen y refuercen los objetivos para 2030″ en sus planes ante la ONU “para finales de 2022″.

Entre este año y el pasado muchos habían revisado sus NDC. Teóricamente la siguiente revisión no tocaría hasta 2025, como establece el Acuerdo de París. Pero ante la constatación de que no son suficientes los esfuerzos y la enorme presión del mundo científico y de la sociedad en general por los crecientes impactos del cambio climático, muchos países desarrollados como Estados Unidos y la Unión Europea han empujado para que se incluya ese llamamiento a que los países endurezcan sus objetivos para 2030. Esta petición es, en el fondo, un mensaje directo hacia países como China, India o Brasil, cuyos planes a corto plazo no están alineados con la reducción del 45% de las emisiones que se necesita para 2030.

Detrás de toda esta cantidad de porcentajes, grados, siglas y requerimientos se esconde un pulso entre bloques. A un lado están los países considerados clásicamente desarrollados, como Estados Unidos y los de la Unión Europea. Ellos son los principales responsables históricos del calentamiento. Al otro, están naciones como China, India y Brasil, cuyas emisiones aumentan a gran velocidad a medida que crecen económicamente. Solo estas cinco economías acumulan en estos momentos cerca del 55% de las emisiones mundiales. China (27%) y Estados Unidos (11%) están a la cabeza.

Los NDC de Estados Unidos y de la UE en la actualidad plantean disminuciones de sus gases para esta década que se alinean con ese recorte del 45% en 2030 que es necesario para cumplir el objetivo del 1,5 grados del Acuerdo de París. Pero no ocurre así en los casos de India, Brasil y, sobre todo, China, que solo se ha comprometido hasta la fecha a alcanzar su pico de emisiones antes de 2030.

El acuerdo final conseguido en Glasgow, tal y como está redactado, no vincula legalmente a ningún país en concreto. Solo se pide que “revisen y refuercen los objetivos para 2030″ de sus NDC sin mencionar a ningún Estado. Pero sí mantiene la presión sobre los países que todavía no han endurecido lo suficiente sus programas de recorte. De hecho, anualmente el área de cambio climático de la ONU realizará un informe de seguimiento sobre esos planes y el nivel de calentamiento al que conducirán. Los países reunidos en Glasgow, conscientes además de la falta de congruencia entre sus planes a corto plazo y las promesas que hacen a largo plazo, también han acordado pedir en su declaración final que se alineen ambos asuntos.

Desarrollo del Acuerdo de París

Al margen de la declaración final en la que se recogen todos estos puntos, en la cumbre que acaba de cerrarse este sábado también queda aprobado el desarrollo del artículo 6 del Acuerdo de París. Este apartado es el que hace referencia a los llamados mercados de carbono, es decir, al intercambio de derechos o unidades de emisiones de gases entre países. Desde que se adoptó el Acuerdo de París se había intentado aprobar su implementación sin éxito ante los temores de que se pudiera caer en una doble contabilidad, es decir, que un mismo derecho se lleve a los balances de reducción de dos países a la vez.

Otro de los debates más duros era qué ocurriría con las unidades de emisiones generadas durante la época del Protocolo de Kioto, el pacto climático que existía antes del Acuerdo de París. Europa se oponía a que se arrastraran esas unidades, frente a la posición que mantenían otros países como Brasil. Pero, finalmente, sí se podrán seguir utilizando esos derechos. Sin embargo, el Ejecutivo español ha explicado este sábado que “la Unión Europea ha acordado no usar este tipo de unidades y espera que otros países, aliados en la ambición climática, hagan lo mismo”.

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