CUENTOS ULTRADARWINISTAS<br>
Reseña realizada por Emilio Cervantes<br>
IRNASA-CSIC
Richard Dawkins, zoólogo evolutivo y escritor prolífico, nos tiene acostumbrados a un estilo arrogante en libros de marcado carácter darwinista. En alguna página de éste que aquí comentaré, indica que alguien le ha llamado ultradarwinista y que el adjetivo, lejos de molestarle, le complace. La saga continúa aquí con paso firme.
"El cuento del antepasado" presenta un viaje lúdico hacia atrás en el tiempo mediante el cual, a través de capítulos sucesivos ilustrados con varios "cuentos menores" nos vamos encontrando con nuestros probables antepasados en la Escala Naturae. Desde el principio, en un capítulo titulado "La vanidad retrospectiva", el autor deja firmemente asentados sus fundamentos de partida. En primer lugar y para no variar, el darwinismo. Ya en la primera página de este capítulo dice:
La evolución rima, las pautas se repiten, y esto no ocurre por casualidad, sino por razones perfectamente comprensibles y en su mayor parte darvinianas, pues la biología, al contrario que la historia o que la física, cuenta ya con su gran teoría unificada, aceptada por todos los profesionales informados,...
Insulta así a quienes vemos claramente que la biología carece de una gran teoría unificada (¿querrá decir unificadora?). Pero no se molesta en explicar cuál es esa panacea. ¿Para qué, si todo el mundo lo sabe? Dawkins se refiere a la Teoría Darwinista de Evolución por Selección Natural (llamaré SN, ver más adelante su párrafo tomado de la p 233), pero la SN no explica ni unifica nada en biología. Si así fuese, el autor dedicaría algún párrafo cuidadoso y detallado a su descripción y a su demostración, porque las teorías hay que demostrarlas. No sólo no lo hace, sino que emplea a menudo el adjetivo darwiniano aplicado a giros, argumentos y razones, sin indicar su significado. Si por razones darwinianas hemos de entender la SN, el autor debería haberlo dicho así de claro explicando desde un principio en qué consiste en lugar de soltar letanías dirigidas a la tan omnipotente (literalmente en la p 599), oportunista (p 299), capaz de ordenar (p 107), fuerte para llevar a los genes por buen camino (195) en definitiva, omnipresente SN cuya actuación el autor no sabe explicar:
De realizar la modificación se encargó, hace miles de años, la selección natural, aunque exactamente no se de que modo logró producir la tolerancia a la lactosa en individuos adultos (p 62)
No obstante, se permite decir
Ahora que la ciencia ya no tiene que convencer a nadie de que la selección natural es verdadera y la teoría se halla plenamente consolidada... (p 233):
Para defender su dogma (SN), combate con fantasmas porque nadie discute si la SN es verdadera o no, que no nos importa. Lo que discutimos es su validez como teoría científica, porque la ciencia no se alimenta de verdades absolutas sino de teorías que puedan ser sometidas a experimentación y contrastadas, antes de ser aceptadas (si son demostradas) o rechazadas (en caso contrario). En este y otros sentidos, el libro es prueba de una gran confusión mental que se manifiesta, por ejemplo, cuando se refiere a darwinismo cósmico o en frases como estas:
Lógicamente nosotros que reflexionamos sobre estas cuestiones, hemos de encontrarnos en uno de esos universos, por raros que sean, cuyas leyes y constantes sean capaz de generarnos (p 24)
Desde el punto de vista evolutivo, lo lógico es que exista una gama continua de estadios intermedios (p 102)
Todos los estadios intermedios formarán un continuo gradual dentro del cual cada generación habrá podido procrear con su padre o su hijo del sexo opuesto (p 419)
Con el paso del tiempo evolutivo, la carrera armamentística progresa (p 789)
A lo largo de casi setecientas páginas, se describe un viaje hacia atrás en el tiempo en el que, mediante treinta y nueve encuentros consecutivos que comienzan en el que tiene lugar entre homínidos y chimpancés y terminan en las eubacterias, se recorre la historia evolutiva. Para ello, el prólogo general explica los argumentos de que se dispone para investigar el pasado. Aunque indica tres argumentos, en realidad son dos (el primero basado en los fósiles, el segundo en comparaciones de secuencias de DNA). Por los fósiles, el autor no siente demasiado respeto (Los fósiles son un extra; un extra muy de agradecer, por supuesto, pero no imprescindible, dice en la p 36). Tampoco resuelve un viejo argumento que el mismo indica como circular (p 38): La roca devoniana se reconoce porque tiene los fósiles devonianos.
En cuanto a la comparación de secuencias de DNA, reconoce (p124) que no se le dan muy bien las matemáticas y se toma muy poca molestia en explicar los fundamentos para la construcción de los árboles filogenéticos que son la clave del libro. Hasta la página 597 no dice: ha llegado el momento de explicarla detalladamente. Se refiere a la técnica del reloj molecular, pero tampoco entonces la explica, ni en general; ni en particular, para cada encuentro. Quizás porque alguien debe haberle hecho ver el fracaso del libro en este sentido, en un apéndice (pp 809-816), Yan Wong que es coautor de algunos capítulos, escribe unas breves notas a las filogenias que aún así siguen inexplicadas, porque decir que una filogenia se ha obtenido a partir de estudios, datos o diagramas moleculares e indicar la respectiva referencia original es insuficiente.
Las comparaciones de secuencias aportan datos acerca de la divergencia de las moléculas de DNA en el tiempo (reloj molecular), pero si su aplicación no está libre de controversia (p 438), el salto arbitrario de una hipotética escala temporal al número de generaciones que se hace en los sucesivos encuentros no solamente es incierto, sino que conduce a un grave error: El de pensar que el DNA solo se transmite mediante la generación (reproducción). El libro ignora completamente toda posible transferencia horizontal de DNA (entre distintas especies), algo que no solamente está más que demostrado en la actualidad, sino que se utiliza en múltiples protocolos en biotecnología. Los relojes moleculares, dice en la p 606, son eficaces si están calibrados con fósiles, pero eso trae problemas porque el calibrado adecuado requeriría la verificación con DNA extraído del fósil, lo cual es más que excepcional, ultra-excepcional.
Con las bases sentadas de manera tan vulnerable, comienza la peregrinación, guiada por un líder que sostiene, no obstante con mano firme, el báculo de su autoridad, propia del autor consagrado. La genealogía de la especie humana, se expresa en una serie de árboles filogenéticos en los que no cree ni el propio autor (p 250: la historia aparentemente clara y metódica de los contepasados, los puntos de encuentro y los peregrinos se nos van sumando en realidad es objeto de encendidos debates y sufre modificaciones cada vez que se lleva a cabo una nueva investigación).
Porque: ¿cuáles y cuántos son realmente los ejemplares representativos de cada especie, de cada nombre? ¿Qué define a un Orrorin o sirve para identificar a una Lucy (p 144)?. No estoy en absoluto de acuerdo cuando dice: Podemos dejar de lado el tema de los nombres (p 119). El tema de los nombres es fundamental, no podemos dejarlo de lado porque en cada momento debemos saber qué significa cada nombre. ¿Qué sabemos, por ejemplo, de Homo rudolfensis? ¿O, es que, acaso se están poniendo nombres a objetos que se van encontrando por el campo con motivos publicitarios o simplemente por satisfacer el ego de sus descubridores?
Cualquiera que haya comenzado a realizar su árbol genealógico familiar se habrá dado cuenta de dos cosas: Primera, lo difícil que es avanzar a partir de un momento dado (normalmente la cuarta o la quinta generación) y segunda (y más importante), que las sorpresas aparecen en mayor grado cuanto más difícil es el avance. En el estudio de la evolución el avance es también muy lento y difícil como habrá notado quien haya leído algo de paleontología clásica, algo anterior a este boom darwinista que permite, por lo que se ve, un avance no rápido sino supersónico. Cuando en el tercer encuentro, en el capítulo dedicado a los orangutanes se nos indica que vamos por nuestro tatarabuelo número 650000 uno no puede disimular una sonrisa. En capítulos sucesivos, este tipo de información sobra.
Afortunadamente, de las casi novecientas páginas del libro, pocas se dedican a justificar la vieja hipótesis del gen egoísta. Estas y algunas otras se pueden pasar por alto. Recomendaría borrar el contenido de las páginas 80 y 81. Si alguien pretende entenderlas, la jaqueca está garantizada.
El libro falla por la arrogancia de su autor. Si la supuesta teoría unificadora, la SN, no aporta nada en biología, su visión dogmática de la evolución hace un flaco favor a la percepción de la ciencia. ¿Qué nos queda entonces? Lo de siempre: el rancio poso del darwinismo, lacra y rémora de la biología actual intentando imponer su vía única de pensamiento basada en la tautología de la SN. La autopista supersónica en la que la se intenta que todos viajemos con la imaginación y el rigor científico encerrados en el maletero del dogma antiguo y arrogante. Pero, como dice Andrés Rábago, "El Roto" en una de sus viñetas: si todos vamos en una dirección, entonces,.........¿cómo sabremos que no hay otra?