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Autor
Irene de Bustamante (Directora Adjunta de IMDEA Agua)

Cuando bebas agua, recuerda la fuente. <br>Las aguas subterráneas en Madrid: doce siglos de gestión

Con el título <strong>Agua para las ciudades: respondiendo al desafío urbano</strong>. Hoy se celebra el <a href="http://www.unesco.org/new/en/natural-sciences/environment/water/" target="_blank">Día Mundial del Agua</a> cuyo objetivo es centrar la atención internacional sobre el impacto del rápido crecimiento de la población urbana, la industrialización y la incertidumbre causada por el cambio climático, los conflictos y los desastres naturales sobre los sistemas urbanos de abastecimiento de agua. madri+d se une a este homenaje a través de este artículo que resume la historia de la gestión de las aguas subterráneas de nuestra Región.
Desde la fundación de Madrid en la segunda mitad del siglo IX hasta la inauguración del Canal de Isabel II en 1858, los madrileños se abastecían exclusivamente mediante aguas subterráneas a través de una extensa red de galerías denominadas localmente viajes de agua (qanat en árabe). La importancia de este sistema de abastecimiento ha sido tal a lo largo de la historia que, en Mayo de 2002, la UNESCO declara la conveniencia de su protección a nivel mundial como patrimonio cultural.

Galería a lomo de caballo del viaje de Amaniel

Madrid constituye una de las ciudades del mundo en el que este sistema de captación alcanzó el mayor esplendor, superando los 124 km de longitud las galerías de los principales viajes de agua. Estas galerías captaban el agua contenida en los sedimentos detríticos (arcillas arenosas con capas de arenas intercaladas).

La técnica de construcción de este sistema de abastecimiento consistía en abrir pozos hasta alcanzar el nivel de agua del acuífero, llegando hasta los 30 m de profundidad, uniéndolos en dirección a la ciudad mediante galerías. Los puntos de arranque de las galerías estaban situados casi siempre al norte y este de la ciudad, con pendientes en torno al 1%. Su forma era variable y, generalmente y si las condiciones del terreno lo permitían, la sección era a lomo de caballo y sin revestir; otras veces las galerías eran de forma de arco de medio punto y revestidas de ladrillo.

La comunicación de las galerías con el exterior era mediante pozos de aireación, cubiertos con un registro (capirote); muchas veces la situación de estos elementos permitía seguir el trazado del viaje, algunos de los cuales aún se pueden observar en la actualidad. Si en su recorrido la galería requería cambiar de dirección, se hacía mediante cambijas; si por el contrario, el agua estaba turbia, se remansaba en arcas.

Las galerías se prolongaban por debajo de la ciudad dividiéndose en ramales a los que se accedía desde las casas de los nobles y desde los conventos o, llegaban hasta las fuentes públicas para el reparto del vecindario, donde iban a recoger el agua los propios vecinos o los aguadores, oficio que surgió como pieza clave en el servicio de abastecimiento de agua. Además de llevar agua a las casas, los aguadores cumplían otros encargos: actuaban de bomberos y, en los días de lluvia en que se anegaban las calles, transportaban a los transeúntes de una acera a otra.

Las fuentes de Madrid eran un signo típico del paisaje urbano, como las famosas de San Isidro, de la Salud en el Parque del Oeste, la Mariblanca, la de la Alcachofa en Atocha, la de los Once Caños, la de la Reina, etc. Incluso las fuentes monumentales del Salón del Prado, como la de Cibeles o Neptuno, se alimentaban de viajes de agua.

Hasta la inauguración del Canal de Isabel II en 1858, los madrileños se abastecían exclusivamente mediante aguas subterráneas a través de una extensa red de galerías denominadas localmente viajes de agua

Desde el punto de vista de la captación del recurso, los viajes de agua eran poco eficientes; aunque las galerías se fueron ampliando a lo largo de diez siglos, a mitad del XIX proporcionaban unos 2.000 m3/día, que suponían una dotación a la villa de 8 litros por habitante y día, con el agravante de que cualquier período de sequía disminuía su caudal a la mitad haciendo que la higiene privada y pública fuese deplorable.

Se hicieron muy diversos intentos de solucionar el problema de la escasez de agua para el abastecimiento a Madrid desde el S. XVI, no siendo hasta el S. XIX cuando el Gobierno creó, en 1851, la empresa Canal de Isabel II para traer el agua a Madrid desde el río Lozoya; se proyectó la construcción de la presa del Pontón de la Oliva, una conducción de 70 km de longitud y un depósito en Madrid, así como la red de distribución y saneamiento. Tras siete años trabajo, el 24 de junio de 1858 los madrileños empezaron a beber las aguas del río Lozoya.

Pero los problemas de abastecimiento a Madrid no acabaron ahí: las filtraciones del Pontón de la Oliva, las fuertes sequías, el problema de las aguas turbias, etc., hicieron que se siguieran acometiendo nuevas infraestructuras, existiendo a día de hoy 14 embalses con una capacidad de 945 hm3, 12 estaciones de tratamiento, cerca de 14.500 km de redes de distribución, 150 depuradoras de aguas residuales y mas de 5.000 km de alcantarillado.


Pozo de suministro de agua

Con esta nueva fuente de suministro de aguas superficiales, los viajes de agua se fueron abandonando progresivamente y las aguas subterráneas quedaron prácticamente en el olvido durante mas de 100 años.

Entorno a 1970 y debido al fuerte desarrollo urbanístico e industrial de algunas ciudades del área metropolitana, que no estaban conectadas con las redes generales de abastecimiento, se comenzaron a construir, por parte de la iniciativa privada, numerosos pozos de suministro en los sedimentos arcillo arenosos que configuran el principal acuífero de la zona, aunque el caudal que suministraban era bastante escaso.

Y es a partir de 1990 cuando las aguas subterráneas se volvieron a integrar en el sistema general de abastecimiento de Madrid, considerándose como reservas estratégicas a utilizar exclusivamente en situaciones de sequía o con carácter preventivo de las mismas en los estadios de aproximación a dichos escenarios, pudiendo llegar a suministrar hasta 78 hm3/año, lo que viene a representar el 12-14% del abastecimiento.

Para obtener estos volúmenes de agua, el Canal de Isabel II dispone de 75 pozos con profundidades comprendidas entre 250 y 700 metros, equipados con la más avanzada tecnología.

En resumen, los 120 km de galerías de los viajes de agua proporcionaban un volumen de agua de unos 2.000 m3/día, es decir, alrededor de 15 m3/día por kilómetro de galería; por contra, las galerías de captación actuales (los pozos), proporcionan un volumen del orden de 300.000 m3/día (con un rendimiento unas 700 veces superior).

Así, las aguas subterráneas que dieron de beber a los madrileños durante diez siglos y les hicieron pasar sed durante el XIX, sirven para quitarnos la sed en el XXI como complemento a las aguas superficiales que tan bien nos han saciado en el XX.

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