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Autor
Javier Salas

La confianza, un factor decisivo para resolver el “misterio epidemiológico” de la covid

Un macroestudio publicado en ‘The Lancet’ descubre la notable importancia de la credibilidad de los gobiernos y la solidaridad ciudadana para explicar las diferencias de contagios entre países y descarta aspectos médicos y técnicos

A mediados del siglo pasado, una pequeña localidad de EE UU poblada por inmigrantes italianos llamaba la atención por la extraordinaria salud de sus corazones. En Roseto (Pensilvania) los habitantes tenían un índice bajísimo de enfermedades cardiovasculares y apenas algún infarto, un caso excepcional entre los pueblos de la zona. Tras analizar múltiples variables, los especialistas no daban con la explicación: ni comían mejor, ni fumaban menos, ni bebían más sano. Sencillamente, como se supo después, es que en Roseto había cohesión social, la gente vivía en comunidad, en armonía, ayudándose. No había nada de delincuencia, ni nadie había pedido ayudas sociales. Cero estrés. La salud estaba directamente ligada a esos factores sociales que protegían los corazones de sus habitantes.

Sesenta años después, cuando una pandemia brutal iba a sacudir el planeta, dos países sacaban pecho: EE UU y Reino Unido aparecían en todos los índices como los mejor preparados para afrontarla. Pero pasados dos años nadie envidia sus cifras de contagios. Ahora, un monumental estudio publicado en la revista médica The Lancet vuelve a poner el dedo en la llaga de Roseto. La confianza social se asocia de forma clara y rotunda con menos infecciones durante los primeros 21 meses de pandemia (hasta septiembre de 2021). Ni las camas hospitalarias, ni los laboratorios, ni la densidad de población, ni la inversión per cápita en salud: el capital social acumulado por algunos países es lo que les sirvió de muro de contención frente a los contagios.

“Descubrimos que los factores clave para prevenir las infecciones por covid eran la confianza interpersonal y la confianza en el Gobierno”, resume Joseph Dieleman, coautor del estudio. “Si todos los países tuvieran tanta confianza interpersonal como Corea o confianza en el gobierno como Dinamarca, las tasas de infección podrían ser hasta un 40% más bajas”, afirma Dieleman, del prestigioso Instituto para la Medición y Evaluación de la Salud (IHME, por sus siglas en inglés), de la Universidad de Washington. Esos niveles globales de confianza habrían supuesto 440 millones de contagios menos.

Desde 2020 se habla del “misterio epidemiológico” de la covid: esas diferencias inexplicables entre países, que hacían que Bulgaria, Namibia y Bolivia doblen en muertes por covid a sus vecinos Turquía, Angola y Colombia. Tras comparar numerosos indicadores de preparación sanitaria, de capacidad del sistema de salud y una treintena de condiciones técnicas de 177 países, la conclusión es clara: las métricas usadas hasta ahora “han sido malos indicadores de los resultados de una pandemia” porque no han tenido en cuenta “las consecuencias de un liderazgo deficiente y de entornos políticos disfuncionales”. Aunque todavía queda parte del misterio por resolver, puesto que hay miles de elementos a tener en cuenta en la propagación del virus, de momento la confianza social es el factor que mejor explica esas diferencias.

“Todos los estudios para predecir si los países estaban preparados han fallado”, lamenta la experta en salud pública Helena Legido-Quigley, “y ahora tenemos que hacer nuevas evaluaciones que tengan en cuenta el liderazgo, la confianza y otros componentes cualitativos”. Legido-Quigley, que lleva muchos meses diseccionando la respuesta pandémica de los países, insiste en que “el liderazgo y la confianza son factores decisivos”. “Si solo miras número de camas hospitalarias, no sabes si vas a tener éxito o no”, resume esta profesora de Salud Pública en la Escuela de Medicina Tropical e Higiene de Londres y en la Universidad Nacional de Singapur.

El factor humano

En cuanto estalló la pandemia, la sociología y la psicología social supieron que tenían tanto que aportar como los laboratorios de virología. Comenzaron a publicar guías y trabajos para ayudar a gestionar el comportamiento de la ciudadanía y, en todos ellos, la confianza aparecía como un eje esencial. De poco sirve saber cómo se producen los contagios si la población luego no sigue las recomendaciones sanitarias porque no les convence su utilidad; de nada sirve desarrollar una vacuna si la gente decide no ponérsela, como sucedió en muchos países, porque no se fían de las autoridades sanitarias. Algo que sucede, precisamente, en los países en los que la confianza está por los suelos.

“El estudio apabulla con los datos que tiene”, asegura la socióloga Celia Díaz, de la Universidad Complutense, “pero sorprende que no se tuviera en cuenta este factor porque es un principio de la salud pública: más cohesión social, más confianza con los otros, hace que tengamos mejor salud”. La confianza funciona como un atajo psicológico: no sabemos cómo funciona un avión ni conocemos a quien lo pilota, pero volamos porque nos fiamos. Lo mismo con las medidas sanitarias: si no nos fiamos de las autoridades, escucharemos a otro. Y la confianza en los demás es decisiva: si creo que soy el único que está remando, dejo de hacerlo para no sentirme engañado, o remo en la dirección que solo a mí me conviene.

España, según los datos del estudio, tiene niveles relativamente altos de confianza interpersonal y niveles bastante bajos de confianza en su Gobierno. Y otros dos factores que han jugado muy en su contra: una población muy envejecida y con altos niveles de sobrepeso. Estos dos valores sí son decisivos, según el estudio, pero no para aumentar los contagios, sino para elevar la tasa de muertos entre quienes enferman. “No sorprende que España tenga muchas muertes en relación con su nivel de población. Si ajustamos la tasa de España con su elevada edad y su obesidad moderadamente alta, su tasa de mortalidad por infección es mucho más baja”, explica Dieleman.

En el mes de abril de 2020, la confianza interpersonal de los españoles era altísima: el 93,5% creía que la mayoría estaba reaccionando con civismo y solidaridad ante la crisis sanitaria, según el CIS. El confinamiento fue un éxito y logró aplastar las primeras variantes del virus que se propagaron por España. Pero llegó el verano y los telediarios abrían a diario con botellones y fiestas —“la responsabilidad mediática es importante”, señala Díaz—. La confianza en el civismo de los españoles se desplomó hasta el 50% en septiembre, donde permaneció hasta diciembre, cuando las autoridades decidieron “salvar la Navidad” en contra del criterio sanitario, dejándolo todo en manos de una responsabilidad individual deteriorada, con la consecuente avalancha de muertes.

La campaña de vacunación en España, en cambio, ha triunfado; la estrategia de las autoridades apostó claramente por aprovechar los altos niveles de confianza de la población en sus sanitarios. En sus estudios para el Ministerio de Ciencia (Fecyt), Díaz ha observado que, además de fiarse de las vacunas, los españoles se lanzaron a inmunizarse desde el comienzo por “colectivismo”. “Es el otro gran factor: ese motivo emocional de proteger a los demás, sobre todo a los vulnerables. La campaña ha sido un éxito porque la gente ha respondido con este tipo de valores que son muy beneficiosos”, argumenta la socióloga.

En EE UU, el 90% de los votantes demócratas tiene al menos una dosis de la vacuna, frente al 64% de los republicanos. Solo de junio a diciembre de 2021, habrían perdido allí la vida 135.000 personas por no vacunarse pudiendo hacerlo, según un cálculo reciente. Las élites políticas y mediáticas han inoculado en esa parte de la población las reticencias y han dinamitado la confianza por medio de la polarización política, un factor que genera confusión y acaba con la cohesión. El epidemiólogo Usama Bilal, de la Universidad Drexel (EE UU), plantea una posible pega de los datos del estudio de The Lancet: “Dado que los países con un gobierno mejor organizado tendrán poblaciones con más confianza en ellos: ¿es la confianza o es la organización la que importa?”.

Como señala Legido-Quigley, hubo países en los que mejoró o empeoró la confianza en función de los resultados de la gestión, de la transparencia de los mensajes y de la capacidad para reconocer errores. Erin Hulland, investigadora del IHME y coautora del estudio, explica que esas estrategias claras de comunicación de riesgos y participación de la comunidad han funcionado para generar confianza durante otros brotes de enfermedades. En Liberia y la República Democrática del Congo ya se había observado que la confianza en las autoridades estaba asociada con el cumplimiento de las estrategias de mitigación recomendadas durante la epidemia de ébola, como mantener la distancia física y aceptar las vacunas. “Los gobiernos pueden fomentar la confianza durante una crisis”, resume Hulland.

Lo pueden hacer durante la crisis, pero también a largo plazo con cuestiones estructurales. Los investigadores del estudio de The Lancet observaron que la baja confianza interpersonal está altamente correlacionada con la desigualdad socioeconómica. “Aunque a veces no se considera una política sanitaria clave, mejorar la cohesión social a través de esfuerzos para reducir la desigualdad de ingresos podría tener un impacto en la mejora de los resultados en la próxima pandemia”, afirma Dieleman.

En un artículo en el New York Times, el autor Ezra Klein (Por qué estamos polarizados, Capitán Swing) se lamenta por la ventaja con la que se contaba ahora frente a pandemias anteriores, en el XIX, cuando no se conocían ni la teoría de gérmenes ni el papel de los mosquitos: “Pero en este momento, lo tenemos todo a mano. Y son nuestras disfunciones las que nos limitan”. Por ejemplo, por ignorar las ciencias sociales para afrontar problemas con una vertiente social tan evidente como una pandemia. Fueron los antropólogos los que dieron con la clave para frenar contagios de ébola en los funerales en África. Y fue un sociólogo quien descubrió el secreto de Roseto. Hace sesenta años.

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