Fecha
Autor
Labrador Arroyo, Félix. Colección Monografía (IULCE-UAM), Ed. Polifemo. Madrid, 2009. 563 páginas.

La Casa Real en Portugal (1580-1621).

UNA SÓLIDA MONOGRAFÍA SOBRE LA CORONA PORTUGUESA EN TIEMPO DE LOS FELIPES<br> Reseña realizada por Carlos Javier de Carlos Morales<br> IULCE-UAM

Durante las últimas décadas el resurgimiento de los estudios sobre la Corte de la Edad Moderna ha constituido un verdadero fenómeno historiográfico en Europa. Esta indudable floración de investigaciones también tuvo lugar en España si bien, hasta hace unos años, se desarrolló con dos características propias: en primer lugar, los estudios publicados tuvieron una gestación y una difusión comparativamente más tardías que en países como Italia, Francia o Gran Bretaña; en segundo término, sus enfoques y tratamientos han sido muy diversos y diferentes entre sí, como consecuencia de una articulación historiográfica menos sólida que en otros países. Sin embargo, desde hace unos años, la historiografía española sobre la Corte se encuentra en un lugar preeminente a nivel europeo, como consecuencia del progreso metodológico del Instituto Universitario la Corte en Europa, radicado en la Universidad Autónoma de Madrid bajo la dirección del profesor José Martínez Millán, catedrático de Historia Moderna. Uno de sus discípulos, Félix Labrador, acaba de publicar esta sólida monografía, La Casa Real en Portugal (1580-1621), que precisamente constituye el tercer volumen de la colección La Corte en Europa, de la editorial Polifemo.

Tal y como se manifiesta en la presentación del libro, a día de hoy es difícilmente sostenible el modelo interpretativo sobre la organización política y social en la Edad Moderna asentado historiográficamente en el decimonónico paradigma estatalista. Los planteamientos científicos del profesor Labrador Arroyo demuestran cómo el modelo cortesano y, en particular, el estudio de la Casa Real, resultan idóneos para la comprensión de la Corona portuguesa y su evolución en tiempo de los Felipes. En este sentido, la obra distingue tres periodos en la caracterización institucional de la Casa real portuguesa: entre 1581 y 1583, cuando Felipe II incorporó el reino y permaneció en Portugal; entre 1583 y 1598, bajo el virrey archiduque Alberto y posteriores gobernadores; finalmente, entre 1598 y 1621, en el reinado de Felipe III. A lo largo de estos periodos la obra muestra la organización de la Casa real de Portugal, sus oficios, funciones y remuneraciones, dentro de los distintos espacios cortesanos.

Felipe II prefirió servirse, en los oficios mayores, de los personajes que prestaron su servicio al rey Sebastián, frente a los del viejo cardenal, aunque hubo alguna excepción, que en algunos casos era debida a su apoyo a los intereses filipinos durante la sucesión. Mantuvo, a su vez, la ligazón que existía entre algunas familias y los principales cargos de la casa, como ocurría por ejemplo, entre la mayordomía mayor y la casa de Portalegre; de merino mayor y los Castelo-Branco, de camarero mayor a la familia Sá, que eran alcaldes mayores de Oporto, el de guarda mayor a los condes de Sortelha y de repostero mayor con los Távora, por citar algunos; enlazando, de este modo, con la tradición y manteniendo una línea de continuidad con la casa real de sus predecesores. A su vez, el monarca castellano también realizó diferentes reformas en los departamentos de su casa portuguesa, motivados por cuestiones de índole económica y de gobierno. Entre las reformas realizadas podemos señalar la elaboración del nuevo regimiento de la capilla, concluido el dos de enero de 1592. Otros cambios especialmente significativos se produjeron en la caballeriza, al pasar pasó de un modelo medieval, en donde el caballo y la cultura caballeresca estaban muy presentes, a una caballeriza moderna, basada en el coche y los diferentes vehículos representativos; así como en las guardas, que se desarrollaron, como en el conjunto de las Monarquías dinásticas, a partir de la segunda mitad del siglo XV y durante todo el siglo XVI, debido al reforzamiento de la preeminencia del poder del príncipe frente al resto de poderes estamentales y a la aparición de nuevas necesidades como la integración de las elites políticas del reino en la casa real y el crecimiento de la misma. Durante el gobierno de su sobrino, el archiduque Alberto, se creó un nuevo cuerpo: la guardia alemana, encargada de su cuidado y protección, que iba a sustituir a la guardia de alabarderos creada durante la regencia de la reina Catalina, confiando, de este modo, en un cuerpo de guardia extranjero, formado a imagen y semejanza de la que ya le servía en Castilla, y que recibió su primer regimiento el 20 de octubre de 1586.

A comienzos del reinado de Felipe III se palpaba el declinar de la corte lisboeta. Sin embargo, esta decadencia no parecía, en un principio, importarle al nuevo monarca inmerso en los cambios que estaba realizando en la corte de Madrid y en su propia casa. Aun así, Felipe III respetó la carta patente que su padre firmó el 15 de noviembre de 1582 en todo lo relativo al mantenimiento en su reino de Portugal de una casa real formada por portugueses y postergó todas las medidas importantes hasta su venida a este territorio. De este modo, realizó diversas reformas y cambios, entre los que destacaba, el nuevo regimiento del montero mayor, de 2 de agosto de 1605, en donde se llegó a limitar la extensión o eliminar cotos reales para racionalizar su uso y conservación. Este regimiento, que sacó del de Manuel I lo más esencial, suponía el inicio de una institucionalización de los cotos y montes reales, muy posiblemente debido a la necesidad de árboles para la construcción naval con la que cubrir las necesidades del Imperio. Desde ahora, los cotos reales se iban a convertir en espacios autónomos e independientes dentro del reino portugués bajo la supervisión del montero mayor. Además, el 31 de agosto de 1608, se produjo una nueva reforma en la capilla, a instancias del capellán mayor, fundamentalmente para reducir su gasto, debido a las dificultades económicas por las que atravesaba la hacienda regia. También en este reinado tuvieron lugar algunas novedades, como la primera venta de un oficio principal de la casa. Felipe III, por carta de 19 de julio de 1606, vendió el cargo de correo mayor al fidalgo Luís Gomes da Mata, que era cristiano nuevo, por 70.000 cruzados.

Un momento central de su reinado fue la celebración de la ansiada y tantas veces postergada jornada real a Portugal, llevada a cabo en el verano de 1619. Esta jornada puso de manifiesto el desencuentro que se había abierto entre las elites sociales portuguesas (lo mismo que en otros reinos) y el gobierno central de la Monarquía, pues, no solo se había producido el deterioro de la organización política de la Corona portuguesa al intentar mantener cohesionado un reino desde la casa real con ausencia del rey y poniendo como virreyes personajes nobles de segunda fila, sino que además se constituyó en Castilla un nuevo modelo de servicio real que definía a toda la Monarquía, típicamente hispano, con una etiqueta específica de su casa hispana, que aparecía en el horizonte con pretensiones de universalidad del que quedaban relegadas las elites de los reinos en el gobierno de la Monarquía y de las mercedes concedidas por el rey, que desembocaría, en parte, en el primero de diciembre de 1640 - la denominada Restauración portuguesa-. Esta jornada tampoco permitió cumplir el sueño de asentar en Lisboa la corte, como era el deseo y aspiración de muchos portugueses.

Es en la tercera parte del libro en donde el profesor Labrador acomete la ardua labor de estudiar la integración del reino portugués en las Casas reales. En primer lugar, tenemos que señalar que el monarca, a través de su capilla real, integraba al estamento eclesiástico, al incorporar al alto clero, al conjunto de las órdenes religiosas, particularmente, a través de los predicadores y de los capellanes, a los representantes de las diferentes diócesis e iglesias del país y a los familiares de los miembros de las elites urbanas. Con ello, no solo les procuraba las rentas necesarias para su mantenimiento, sino también, controlaba la jerarquía eclesiástica, dándoles su patronazgo y apoyo. Asimismo, para este grupo, su pertenencia a la real capilla les permitía influir en el poder o en la voluntad regia, favorecer sus intereses y los de su familia, además, de ser sinónimo de ortodoxia ideológica-religiosa.

A su vez, para la nobleza, toda vez que el avance cristiano en la península había tocado a su fin, la corte se convirtió en el escenario en el cual mantener su preponderancia y situación privilegiada, si bien, este proceso no estuvo exento de complicaciones. En este nuevo escenario, sería el monarca, como cabeza suprema quien juzgaba los méritos de cada persona y, por tanto, quien decidía, como un buen padre de familia, la recompensa o premio, de acuerdo al rango o la calidad de los servicios realizados. Los signos del mérito representaban el valor de uno dentro de las relaciones personales, los nobles pensaron siempre que era posible exhibirlo ante los ojos del rey porque la nobleza se levantaba sobre la virtud, el mérito y el servicio. Esta asunción penetró en la mentalidad nobiliaria. La corona y la nobleza compartieron un coherente sistema de significados, una modalidad personal que mediatizó las relaciones entre el rey y el estamento nobiliario, y determinó no solo el punto de vista de la nobleza de conceptos específicos tales como mérito, generosidad y valor, sino que también estableció el significado del propio servicio real. Permanecer junto al rey, ser visto u oído, podía cambiar la fortuna de una casa. La armonía entre el monarca y la nobleza estaba asegurada, en tanto en cuanto, el primero dispusiera de una cuantiosa reserva de mercedes de todo tipo y fuera sumamente cuidadoso en su distribución; ya que, este estamento dependía de la corona como elemento legitimador de sus status y como principal fuente de recursos e ingresos.

Asimismo, los monarcas portugueses introdujeron a los representantes del gobierno local y de las elites locales y provinciales en el servicio real; vinculando, en este sentido, los intereses de estos grupos con el destino de la corona, generando, además, a través de relaciones no institucionales unas relaciones de dependencia y de reconocimiento personal, que permitiesen a estos miembros justificar y manifestar su situación privilegiada en sus ámbitos locales, incrementar el prestigio de su familia o linaje y la posibilidad de intervención en la esfera política, además, la obtención de honores y mercedes por canales que excluían al representante del rey disminuía el prestigio de éstos frente al resto de autoridades locales y provinciales y debilitaba el control de la corona sobre la realidad del dominio; y a la corona, lograr cierto control y paz social, y realizar una determinada acción política, en un contexto de desarrollo y fortalecimiento de las estructuras administrativas e institucionales y de ausencia real.

No podemos olvidar que la casa real, además, fue usada también para recibir y premiar a las personas que habían destacado en el servicio de las armas, por el apoyo prestado durante la crisis sucesoria y por los servicios prestados en el Imperio, recordemos que Felipe III, por una provisión de 18 de noviembre de 1600, dispuso que todos aquellos que se embarcaran en la armada de galeones que fueron ese mismo año al socorro de la India fuesen recibidos en la casa real como mozos de cámara, y que aquellos que ya tenían asiento se les acrecentase.

Finalmente, algunos miembros de la casa real portuguesa fueron integrados en Castilla, bien el servicio de la casa de Borgoña del rey, bien en la casa de la reina, aunque su número fue bastante reducido, principalmente por los síntomas de agotamiento que este sistema, que había venido desarrollándose con éxito desde Carlos V, mostraba cuando se produjo la unión con Portugal. En este sentido la jornada de 1619 supuso un punto de inflexión. El monarca y su entorno más próximo consideraron que se debía de incrementar el número de criados portugueses en sus casas reales de Castilla con el fin de mejorar la situación de inestabilidad del reino y apaciguar el malestar del reino. Sin embargo, la prematura muerte del rey, supuso que el desarrollo de este proceso se llevase a cabo durante el reinado de Felipe IV.

Finalmente, no podemos olvidar que este libro se acompaña de un CD que permite consultar los datos biográficos de 4.455 servidores de la Casa real portuguesa. Un obra, en suma, que marca un antes y un después en el conocimiento de la integración del reino de Portugal en el entramado dinástico-patrimonial de los Austria.

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