UN PROLÍFICO COMPENDIO SOBRE LAS ARTES MECÁNICAS<br>
Reseña realizada por Guillermo Vázquez Cabezas<br>
Ingeniero de Caminos
Emergiendo del Real Jardín Botánico, donde se asienta la exposición que da origen a este libro, como una especie de catálogo de la misma, como una red de las que forman parte de la descripción histórica que en él se hace, hasta 16 autores han unido sus aguas para nutrir la acequia principal que alimentaba a Ignacio González Tascón, o han percibido el entusiasmo que impulsaba su aliento investigador para movernos hacia el conocimiento de nuestro pasado. Como dice en el prólogo Pedro Navascués, continuador de Ignacio en las tareas de comisariado de la exposición, éste se muestra tal cual era "intuitivo, presuroso, inquieto, razonable, documentado, curioso y siempre vital".
Ese espíritu se transmite desde la primera página dedicada a la descripción de una época que, ante el desconocimiento general, es testigo de la revolución técnica más importante vivida por el hombre hasta que en el siglo XVIII aparece la máquina de vapor: la gradual conquista de las fuentes de energía sostenibles, es decir, la hidráulica y la eólica -también la animal- que hoy se convierten en fuente donde se asienta en buena medida la esperanza del mundo. Un período en el que aparecen las bóvedas nervadas del gótico, el alcohol, los ácidos minerales, el alambique, las lentes, el cañón, los relojes mecánicos..., en definitiva, las artes mecánicas, aquellas "artes útiles y necesarias no sólo para el sustento del individuo sino para que haya orden y progreso en el mundo" en palabras de Ramón Llul, ese silencioso fluir de la fuerza del común que arrastra a la sociedad hacia tiempos nuevos.
Acompañando a la ciencia y a las artes liberales, la arquitectura, la construcción, los molinos, la brújula, los ingenios de azúcar, la conducción de aguas, la elaboración de tintes, de papel, de tejidos..., que conforman la panoplia de saberes prácticos que hacen la vida de los hombres más sencilla y atractiva, con acceso a nuevas oportunidades, el texto se nutre de visiones más amplias como es la aplicación de dichas artes mecánicas a la agricultura, a la industria alimentaria o textil, a la pesca, al comercio, en definitiva, a cuantos aspectos de la vida experimentan un progreso continuo tras el estancamiento de la ciencia durante más de dos milenios.
Es, además, un libro bellamente editado, cuidadosamente editado, con fotos, planos, reproducciones, elegidas para reforzar el texto. Sus páginas pasan por las manos como caricias y por las yemas de los dedos, al contacto, parece penetrar una doble y contradictoria sensación de satisfacción, de plenitud, por la absorción de hechos que nos ayudan a conocer nuestra situación en la vida, y de inquietud porque el pleno conocimiento se aleja cada vez más de nosotros.
Tres artículos de Ignacio González Tascón abren el texto despertando el interés inmediato.
En el primero, sobre Las vías terrestres y marítimas en la España medieval, insistiendo en la virtud que adorna la mayoría de sus trabajos, toma la descripción de tal red como la del esqueleto sobre el que reposa el mestizaje que se produce en las tierras hispanas, la transmisión de la cultura y la difusión de nuevas ideas y técnicas. Así se entiende mejor la aparición y progreso de nuevas técnicas -como las innovaciones agrícolas (introducción del arroz, la caña de azúcar), en maquinaria (molinos, batanes...), o en la construcción (grúas, atarazanas...)- en lugares diversos, de las que da cuenta; que la difusión de los molinos, con sus azudes, dificulta la expansión de la navegabilidad de los grandes ríos e impulsa su regulación y la aparición de las exclusas; que el monopolio de la sal es el estanco que ha pervivido hasta nuestros días con otros productos; que diversas formas de peaje (portazgo, pontazgo, recuaje) han permitido la financiación de obras abriendo una iniciativa financiera que aún perdura. Pero este soporte -con su manifestación en los puentes en la evolución del arco de medio punto al arco rebajado, la maquinaria de construcción o el uso más perfeccionado de la madera- es también el entramado que ayuda a explicar la construcción de las catedrales góticas o la expansión de la navegación marítima y de sus necesarias flotas, el incremento del comercio. Y, tras todo ello, el hombre, los hombres, como motores de la historia en sus ambientes, en el clima que les permite avanzar o retiene su proyección hacia el futuro.
El Agua para ciudades y regadíos es objeto del segundo artículo en el que, junto a la descripción de algunas actuaciones relevantes en acueductos (Carmona, Morella), regadíos (Jaen, Granada o Alcira) y abastecimientos a Barcelona o Guadalupe, se repasan y describen numerosas componentes que integran el conjunto de actuaciones: desde pozos o aljibes, incluso cubiertos por bóvedas, hasta captación de aguas subterráneas en mina, en viajes, en qanats o ¡mediante presas!; sifones, norias para elevación, molinos de rodezno, de sangre o de tiro; el uso de arcos de aligeramiento, tenerías, ferrerías, hornos cerámicos, almazaras con los azudes como elemento más abundante en todas ellas. Una pléyade de obras y máquinas que aparecen o se perfeccionan a lo largo de un período menos tenebroso de lo generalmente admitido aunque haya permanecido en la oscuridad durante tanto tiempo y en cuyo centro está el hombre.
En torno a La difusión medieval del molino hidráulico, su tercer artículo en la serie, encuentra la ocasión para establecer que el progreso técnico está al servicio de los seres humanos, se mueve con el objeto de mejorar su calidad de vida o se aprovecha de esas mejoras para reforzarlo y, por ello, el empeño en su avance constituye la más noble tarea del ingeniero, la que caracteriza al común de una profesión por lo general alejada de personalismos. No debe sorprender, en consecuencia, que el desarrollo generalizado de los molinos en la época visigoda se relacione con la desaparición de la esclavitud, porque la expansión y perfeccionamiento de esta máquina sirve de disculpa, o de argumento, para recorrer la forma de vida a lo largo de ese período, de reflexionar sobre el signo de la influencia de la llegada árabe o de los esfuerzos de los reinos cristianos por recuperar la península buscando la unidad.
Y es que el salto de los molinos de sangre a los de viento e hidráulicos implica el uso de energías renovables, de difícil control y almacenamiento que, por ese motivo, da lugar a un impulso notable en esa materia con el uso de los cubos de presión y las presas, los molinos de mareas, o los de ruedas verticales o aceñas que, por su dimensión, imponen una organización del trabajo que rompe con todo lo conocido anteriormente.
Otros 16 autores desgranan el resultado de sus pesquisas y deducciones en doce artículos, todos de interés pero, alguno de ellos de especial relieve. Así, en torno a la construcción medieval de bóvedas que dará lugar a la evolución del románico hacia el gótico, a la elevación del espíritu, a la recepción de nuevas luces que iluminarán también el pensamiento, Enrique Rabassa, penetra en la los problemas de diseño y proyecto para mostrar los avances que han de producirse para ajustar cada elemento constructivo a su función resistente, desde la organización de la traza hasta los cortes de cantería, la molduración, etc.
Sobre la importancia de las estructuras de madera en la época medieval, imprescindibles para el sostenimiento provisional de las bóvedas pero de gran interés para techumbres, cubiertas y artesonados, con variaciones para mejor soportar los esfuerzos horizontales, pone su acento Enrique Nuere. Ese camino es seguido por Marcel Pujol, que lo continua para encontrar el apoyo necesario a la política internacional de la corona de Aragón: el potencial marítimo cuya consolidación impone cambios conceptuales en la construcción de los barcos y en los sistemas de impulso -desde la construcción transversal y la vela cuadra hasta el timón de codaste pero desarrolla, además, nuevos instrumentos de navegación si así puede considerarse la brújula, las cartas náuticas, ...- pero también en la financiación de la construcción y del flete, en los muelles portuarios, en las atarazanas para construirlos y en la organización de las ciudades portuarias donde se asienta la catedral, iglesias, monasterios, la lonja, el consulado del mar, el palacio real, las atarazanas, los grandes almacenes, ..., como hitos urbanos característicos en los que se aplican las técnicas del momento.
Joaquín Fernández Pérez centra su atención en la agricultura y pesca en la España medieval, más concretamente en Andalucía, para analizar la revolución agrícola islámica con la introducción progresiva de nuevos cultivos y el impacto que produce no sólo en la calidad y cantidad de los mismos, sino en el comercio, las rentas, el nivel de vida, el crecimiento urbano y cómo afecta positivamente a la implantación y crecimiento de los procesos industriales, alimentarios y artesanales.
El suministro de agua en la Granada islámica, los caminos de la mesta y la industria de la lana, los ingenios para la obtención del aceite y el vino, las artes del fuego -metalurgia y alfarería-, la acuñación de moneda, la industria del tejido y el cuero, la tintorería, la industria del pergamino y el papel y la elaboración de libros, son las materias sobre las que discurre el pensamiento de los restantes autores para proporcionar una panorámica muy amplia de las actividades mecánicas en la España medieval.
Finalmente, 222 autores y 269 publicaciones referenciadas junto con un glosario latino de ingeniería, transporte e industria de 439 términos y otro en castellano de la época, con 364 términos, en muchas ocasiones recogiendo textos antiguos en los que refleja su uso, son un ejemplo más del afán comprehensivo que alienta la planificación de la exposición de referencia y lo que podría considerarse su catálogo científico básico sin la necesaria enumeración de las piezas que la integran.
El libro está dedicado a Ignacio González Tascón, in memoriam. Ingeniero de caminos, catedrático de la escuela de Granada y amigo, dejó de investigar y escribir en junio de 2006, un sábado por la tarde. El amor y el empeño de su esposa, Beatriz Presmanes, junto con el afecto y la capacidad profesional de algunos compañeros de fatigas, como Pedro Navascués en la tarea de comisariado, la comprensión de la Cehopu, el empuje de Bernardo Revuelta desde la fundación Juanelo Turriano y la cálida acogida del Jardín Botánico, han conseguido llevar a feliz término la exposición origen de este texto y ofrecer su contenido y las investigaciones que en ella han fructificado en forma de este libro. Para quienes seguimos disfrutando del recuerdo de Ignacio, la lectura es un placer y una disculpa más para la "convivencia". Para quienes se quieran acercar a él por primera vez estoy seguro que será el punto de partida para compartir el valor social de una actividad hecha por los hombres para provecho de los hombres.