Fecha
Autor
José Hierro (España)

Alucinación submarina

      Tal vez os cueste comprenderlo. Yo mismo,
en este mármol verde de oleaje glacial,
no lo comprendo bien del todo.
Quizá nadie jamás reciba este mensaje.
O, cuando lo reciba, no sepa interpretarlo.
Porque todo, allá arriba, habrá variado entonces
probablemente. (Aquí seguirá todo igual.)

      Si entendieseis por qué viví…
Si sospechaseis cómo quise ser descifrado,
contagiar, vaciarme, a través de unas pálidas palabras
que daba vida el son más que el sentido…
Y cuando imaginaba que moriría, que enmudecería,
yo trataba de herir papeles con palabras,
poner allí palabras muertas, sin son y sin calor.
Era lo mismo que arrojar al mar una botella.
Quién sabe si el mensaje se perdería en alta mar,
se estrellaría contra los peñascos,
llegaría a una costa lejana, donde se hablaban otras lenguas…

      Aquello era en la tierra. Aquí, en el mar,
no penséis que las cosas son distintas de aquéllas.
No lo creáis: bien lo sabían ellos, los japoneses.
Por eso nos hicieron esclavos hace mucho.
Los relativamente libres, vosotros, los de arriba,
sabéis cómo cayeron los hombres de las islas
sobre nosotros. Cuando el mundo fue estrecho para tantos
y fueron estrujadas las ubres de la tierra.

      La cosa fue sencilla. Todo lo puede el hombre
con teorías, experiencias, instrumentos y números.
Sustituyeron los pulmones por branquias, y la sangre
por caudales helados, y la piel por escamas…
(No es más difícil que pensar la rueda,
que hacer saltar a voluntad la chispa,
que apresar vida, muerte y amor en cuatro letras
ordenadas sobre un papel…
dar a una llave y que se acerque la música remota,
o tantas cosas admirables
que se miden en años luz…)

      Alguien tenía que sacrificarse.
Después de todo, nos dejaron la vida (aunque distinta).
El mes en que las algas se aquietan en el fondo,
tras las resacas del otoño, después de la cosecha
de algas, vuestro alimento, celebramos la fiesta
hermosa de la libertad…

      La esclavitud es Sísifo. Nosotros somos útiles.
Somos granero de la Humanidad.
Alimentamos a los seres, espantamos su hambre.
(Sonríen amarillos cuando visitan nuestras plantaciones.)
Somos felices, aunque todavía
quedamos muchos viejos (la vida es larga aquí),
y aún recordamos, y aún sabemos
cuándo es de noche arriba…
(Pocos conocen el significado
de esa luz tenue –luna, decíamos- que se abre
en el silencio negro, prodigiosa.
Y nos besamos cuando nos ilumina…)

      Esto es lo malo; los recuerdos.
Los que nacimos allá arriba, recordamos.
Algunos aún soñamos y revivimos mitos
y fábulas. Las viejas damas, cuando llega la noche,
suben ligeras a la superficie
a hechizar marineros, a destrenzar para vosotros
canciones y prodigios, mientras los jóvenes sonríen.

      Aún recordamos; es lo malo. Este mar, por ejemplo,
pero visto desde la playa.
Y los sonidos…los rumores…el prodigio de las nubes,
de matices, de flores…, los aromas aquellos…
Y, sobre todo, tanta vida nuestra
que les dio belleza y sentido…

      A veces nos decimos si no estaremos engañados.
<<Ningún tiempo pasado fue mejor…>> Es posible.
Nos lo dicen los jóvenes cuando les relatamos
historias que no entienden…
Todo tiempo pasado
era la juventud, y eso sí era mejor.
La juventud es un diamante en medio del camino.
Hasta llegar a ella, nada miramos sino a ella.
Cuando la rebasamos –porque el fin nos reclama
y es imposible detenerse-,
es ya pasado. Y nada vemos. Y sólo recordamos
el instante, el relámpago, en qué camino y juventud coincidieron.

      Tal vez ahora nos deslumbre
no el sol, sino el diamante bajo el sol,
tal vez…
            Un día dije a los jóvenes: <<Vamos
a rescatar por un momento el paraíso,
a revivir la vida que no se ahogó en el mar.>>
Volví con la emoción y la inquietud de los retornos,
como una ruina que visita a un ser viviente.
<<He aquí mi antiguo reino>>, dije.

      …Cómo olvidé que el sol nos abrasa los ojos,
hecho a la luz tenue de las profundidades.
Y nos ahogábamos –ya somos criaturas marinas.
Cómo olvidé, cómo pude olvidar
el trueno de la voz, el bramido, el estrépito
del viento entre las copas de los árboles…
Cómo olvidé que nuestro paso, nuestros movimientos
eran mecánicos y torpes… (Aquí en el mar es todo
deslizamiento, suavidad, armonía…)
Sufrí cuando los vi reír entre jadeos,
entre toses y ahogos a los jóvenes…
Cómo pude quemar mi recuerdo, empañar
la luz de mi diamante… Cómo no supe a tiempo
que al volver a la superficie
lo destruía todo y me quedaba
sin mar, tierra, ni cielo, pobre superviviente
de la nostalgia y de la decepción…

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