ACUPUNTURA HISTORIOGRÁFICA<br>
Reseña realizada por Antonio Lafuente<br>
@alafuente<br>Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Hace unos años escuché a Jaime Lenner la recomendación de que para cambiar una ciudad no era imprescindible elaborar un gran plan sino que bastaba con pequeñas intervenciones en lugares estratégicos capaces de devolver a la ciudadanía la vivencia del espacio público. La acupuntura urbana de Lenner es un hermoso argumento desde el que leer la obra de Simon Schaffer, un prolífico autor de artículos y un exquisito editor de libros de temática variada y autoría múltiple. Hace muchos años que Schaffer publicó con S. Shapin su Leviathan and the air Pump (1985), un libro memorable sobre los usos políticos de un instrumento científico en la Inglaterra del siglo XVII. Desde entonces no contábamos con otra obra suya. La nueva, este Trabajos de cristal publicado por Marcial Pons, es mucho más que una colección de artículos de Simon Schaffer para el público de habla española. El muchas veces editor de todos, se deja ahora editar por Juan Pimentel para mostrarnos la enorme consistencia de una obra cómoda en la cultura del paper, audaz en la búsqueda de conexiones increíbles, minuciosa como lo son las partituras corales y precisa como demanda la mejor academia. Aquí, como en casi todas las cosas que llegamos a conocer con primor, las partes se interrelacionan para probar que no hay nada que temer ante el hecho de que también la ciencia moderna fuera una empresa miscelánea, otro popurrí sin designio.
Los textos de Schaffer pertenecen al arte de la acupuntura. Cada capítulo está escrito para activar la frágil señal que manaba desde algunos espacios del saber ignorados por la historiografía más convencional. El libro da testimonio de una hermosa excavación que sondea la presencia interconectada de todos los dispositivos que conforman la práctica de la ciencia: los cuerpos, los protocolos, los inventarios, las exhibiciones, los testigos, el relato, los laboratorios o las máquinas. Cada texto informa de los resultados de una indagación detectivesca que va tras los actores sospechosos de portar innovación allí donde se encuentren. A los actores se les pregunta por qué estaban allí y cuál su coartada y, al verificarla, aparecen los personajes más estrambóticos o inesperados. Y lo cierto, lo que Trabajos de cristal prueba, es que sin incorporarlos al expediente de la investigación, el dossier deja de ser robusto y pierde todo su valor probatorio. La lección entonces está clara: para no probar lo que se sabe, un investigador no tiene más remedio que dejarse sorprender por lo que no entiende, por lo que sólo ve entre sombras, sin ocultar los datos que no encajan ni las pruebas falsas.
Schaffer es un magnífico historiador porque trabaja como un detective. Cuando descubre que los experimentalistas de finales del siglo XVII percibieron que tanta novedad reclamaba una nueva sensibilidad, rastrea esa sospecha hasta contarnos que para reformar el mundo tuvieron que reconfigurar el cuerpo. Más adelante encuentra que los filósofos naturales se comportaron como verdaderos entrepreneurs una vez que comprendieron que el mundo se estaba poblando de máquinas que actuaban como humanos (los autómatas) y de humanos que funcionaban como máquinas (los trabajadores). Y sí, sorprende lo poco que hasta ahora habíamos leído sobre el mundo del trabajo en la Ilustración, como también la parada que hace el libro en el mundo de los inventarios de instrumentos que debían llevar todas las expediciones científicas: nos cuenta que no fueron un simple listado administrativo, sino que prefiguraban el mundo que iban a encontrar, lo que es tanto como decir que lo otro fue anticipado antes de ser encontrado. Y en todos los capítulos encontramos al mismo sabueso husmeando la huella diferenciada de quienes, si hiciéramos caso de lo que cuentan los historiadores de la ciencia más tradicionales, nunca pasaron por los lugares del saber. Son varias las veces que el autor nos recuerda que el predominio de algunas ideas sobre otras tiene que ver con la capacidad de sus promotores para recrearlas en muchos sitios diferentes. Una provocación, porque el canon dice que las ideas mejores prosperan sobre las peores, pero Schaffer nunca se entregaría a este consenso sin antes describir minuciosamente el trabajo que costó todo, la enorme faena que supuso mover palabras, gestos, papeles, máquinas, negocios y organizaciones. Y es que en la ciencia también se suda. Nada es sin esfuerzo.
La mejor lección del libro es metodológica, una paradoja para alguien que inició sus escritos sin un fin. Su plan consiste en seguir al objeto en sus desplazamientos sin perderlo nunca de vista. El nomadismo que ello implica tiene doble recompensa: disfrutar con los detalles de los privilegios de la slow science y gozar del contacto con personajes olvidados y con mucho que decir sobre los avatares del saber. ¿No será que lo importante dejó de ser obligatorio en la era de Wikipedia? El libro de Simon Schaffer es una pequeña obra maestra que apreciará quien todavía crea que nos merecemos un mundo distinto y que, en consecuencia, necesitamos otras formas de contarlo que incluyan todo lo misceláneo, policromático y desviado. Leer a Schaffer es un acto de rebeldía que te obliga a pasar de los grandes relatos y a conformarte con los pormenores. Lo que se aprende no es que la historia se hace con los detalles, sino que la historia sólo son los detalles. El arte entonces consiste en reunirlos, dejarles que conversen entre ellos sin imponerles liderazgo alguno: permitirles que existan sin un plan ni una consigna.