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Autor
Mª Belén Benito Oterino (Sismóloga y Catedrática de Geofísica de la Universidad Politécnica de Madrid)

¿Pudo predecirse el terremoto del Aquila, 2009?

La sentencia de 7 sismólogos italianos por homicidio culposo de 309 víctimas del terremoto de L'Aquila 2009, ha disparado una oleada de críticas dentro de la comunidad científica y una gran controversia entre la población. Dos preguntas subyacen detrás de esta polémica: ¿Se pudo predecir el terremoto del 6 de abril de 2009? ¿Confluyeron antes del terremoto suficientes indicios como para alertar a la población? La respuesta a estas cuestiones requiere un análisis sobre el estado actual de la predicción sísmica y una valoración, en base al mismo, de las posibilidades reales de dar una alerta sísmica con un margen de fiabilidad aceptable. Este artículo trata de esclarecer estas controvertidas cuestiones.
Pero, ¿qué se entiende por predicción sísmica? Actualmente la predicción se concibe asociada a tres escalas temporales, orientadas cada una con un propósito diferente. A corto plazo, se trata de estimar el momento de ocurrencia del terremoto, su magnitud y el lugar donde se localizará su epicentro. Hablamos de un tiempo de horas o días, que sería útil con fines de evacuación. A medio plazo, nos referimos a un intervalo temporal de semanas, lo que posibilitaría la adopción de planes de emergencia. Y a largo plazo, nos centramos en el movimiento esperado en un tiempo de t años, de utilidad para emprender medidas de diseño sismorresistente y planificación urbanística. Actuando en esta escala temporal entramos ya en una línea de prevención.

¿ES POSIBLE LA PREDICCIÓN A CORTO PLAZO?

Se ha avanzado mucho en la predicción a largo plazo, pero la predicción a corto plazo aún sigue siendo un reto por ahora no alcanzado. Podemos decir, con razonable precisión, 'dónde' van a ocurrir con más probabilidad los próximos terremotos, e incluso ‘qué magnitud’ pueden alcanzar. Pero 'cuándo'... esa es la pregunta que aún queda por resolver. El control de deformaciones de la corteza terrestre con técnicas GPS es una de las técnicas actuales con mayor resolución para conocer los procesos geodinámicos que están teniendo lugar. Con ello se puede saber qué zonas están experimentando mayor deformación y dónde se están acumulando las fuerzas capaces de generar un nuevo terremoto. Y de ahí podemos inferir además la magnitud del mismo. Por poner dos ejemplos relativamente recientes, los terremotos de Haití de magnitud 7 y Chile de magnitud 8,7 ocurridos en 2010 estaban "pronosticados", por decirlo de alguna forma, y documentados en algunos artículos científicos antes de que ocurrieran, porque se conocía la energía acumulada en las respectivas zonas.

Habría que tener una amplia muestra de observaciones, en este caso de disparos de alarma ante señales premonitoras y evaluar las veces en las que el terremoto ha ocurrido frente a las que no lo ha hecho. Y de ahí podría inferirse el porcentaje de aciertos frente al de fallos, para poder valorar el éxito de la predicción

También se está analizando la propagación de esfuerzos tras un terremoto de considerable magnitud, determinando con ello qué zonas quedan más cargadas, en las que podría producirse el disparo de nuevos eventos. Este 'efecto de disparo' se ha comprobado en muchos terremotos recientes, analizando lo que conocemos como transferencia de esfuerzos de Coulomb. A menudo ocurre un sismo en una zona y al cabo de poco tiempo tiene lugar otro en una región próxima, pero con diferente origen, es decir, en otra falla geológica. Este segundo sismo generalmente es disparado por el previo, debido a la sobrecarga de esfuerzos por propagación tras la ruptura anterior. Pero siempre queda la incógnita de cuándo va a ocurrir, en qué momento, para poder tomar medidas cómo evacuar a la población.

La predicción a corto plazo es un reto permanente de la comunidad sismológica, que actualmente está invirtiendo esfuerzos y recursos en los denominados sistemas de alerta temprana. Son útiles, sobre todo, para terremotos con epicentro en el mar, a cierta distancia de la costa, como el ocurrido en Japón en 2011. Consisten en situar sensores en la zona probable de ruptura de modo que, si ésta se produce, envían señales electromagnéticas a velocidades muy superiores a las de las ondas sísmicas. De esta forma la señal puede llegar a la población antes de que se produzca la sacudida, con un margen de tiempo que depende de la distancia del epicentro. Cuanto más lejos esté de la población, más tiempo se gana, es decir, hay más margen entre la llegada de la señal y la llegada de la onda. Así nos podemos anticipar al terremoto unos minutos en el mejor de los casos, que seguramente no son suficientes para fines de evacuación, pero sí para tomar medidas que pueden disminuir mucho el daño, como cortes de gas, parada de centrales nucleares, cortes de carreteras o parada de trenes.

En esta línea de predicción a corto plazo se trabaja además en identificar fenómenos premonitores que puedan avisar de la ruptura inminente en una falla geológica, como son el aumento de Radom, el abombamiento de la corteza, el incremento de la microsismicidad, e incluso el comportamiento anómalo de los animales. Algunos terremotos van precedidos de este tipo de señales, pero no existe una relación causa-efecto directa e inmediata como para establecer con certeza que el sismo va a ocurrir, lo que supone un serio problema de cara a la predicción. Muchas veces el terremoto sucede sin previo aviso, y otras muchas se presentan una o varias señales sin que ocurra un terremoto después. Si se llegara a establecer una buena relación entre la observación de estos fenómenos y la ocurrencia del terremoto, podríamos hablar de predicción en un plazo de días u horas. Pero hoy por hoy, si nos basamos en estos fenómenos, el porcentaje de fallos sería muy superior al porcentaje de aciertos, y no podríamos hablar de éxito en la predicción. A este respecto es fácil hacer la predicción 'a posteriori', asociando ciertos fenómenos al terremoto ya ocurrido, pero ¿ignoramos las veces que se darían alertas fallidas?

En las décadas de los 70 y los 80 la comunidad internacional dedicó enormes esfuerzos en la línea de predicción a corto plazo, considerada entonces como la medida más eficaz para evitar que se produjeran víctimas humanas. Hubo algunos casos de predicción satisfactoria, como la del sismo de Haicheng-Yingkou (China) el 4 de Febrero de 1974, que permitió evacuar tres grandes ciudades dos días antes, con la consiguiente salvaguardia de vidas humanas. Sin embargo, poco después de este sismo ocurrió otro también en China que no se logró predecir, donde fallecieron 250.000 personas. Y también hubo casos de predicción fallida, en los que se evacuó a la población, precisamente en La Toscana (Italia) y el terremoto no ocurrió. Estos casos hicieron derivar los esfuerzos hacia una línea de prevención de daños, ligada a la predicción a mediano y largo plazo.

ALTERNATIVA A LA PREDICCIÓN A CORTO PLAZO: DISEÑO SISMORRESISTENTE

Ante la imposibilidad de predecir el fenómeno con un margen de tiempo suficientemente estrecho como para tomar acciones de evacuación, la línea de predicción a largo plazo es la que actualmente está dando resultados más satisfactorios, y hacia la que se canalizan las medidas de protección ante el riesgo sísmico. Cuando hablamos de este tipo de predicción entramos en lo que se conoce también como evaluación de la peligrosidad sísmica.

La peligrosidad se define como la probabilidad de que se superen movimientos de una cierta intensidad en una zona, durante un periodo de tiempo t definido, como consecuencia de todos los terremotos que puedan ocurrir en el entorno. El tiempo t puede ser de años, a veces cientos e incluso miles de años. Pero ¿qué utilidad tiene conocer el movimiento esperado a una escala temporal tan larga? Ese movimiento puede incluirse en los cálculos dinámicos de las edificaciones y construir éstas de modo que resistan los movimientos esperados durante su tiempo de vida útil. En esto consiste el diseño sismorresistente, que actualmente es la medida más eficaz de prevención. Para regularlo, existen las normativas sismorresistentes, impuestas como leyes en casi todos los países, que establecen una serie de criterios para el diseño de edificaciones, considerando un movimiento probable en función de la ubicación del emplazamiento de las mismas.

El nivel de probabilidad que se elige para el diseño depende del margen de riesgo que se quiera asumir, y al mismo tiempo éste viene condicionado por la importancia de la estructura. Por ejemplo, para estructuras convencionales se diseña generalmente para un movimiento cuya probabilidad de superación sea del 10% en 50 años, considerando que la estructura tiene aproximadamente este tiempo de vida útil. Para estructuras de especial importancia, como puentes o presas, se asume una probabilidad de excedencia menor, diseñando por tanto para un nivel de movimiento mayor, lo que supone un diseño más conservador.

En cualquier caso, y aún a largo plazo, hablamos de probabilidades y no de certezas, porque la naturaleza -tanto del terremoto como del movimiento que éste puede generar- es probabilista y hay muchos factores de incertidumbre inherentes. Por ejemplo, no puede conocerse con precisión la fuente del próximo evento, ni la energía que se puede liberar en una eventual ruptura, ni siquiera el movimiento que puede generar un sismo de una cierta magnitud, porque también hay un factor de aleatoriedad asociado a la propagación de las ondas. De hecho, dos sismos de la misma magnitud y a la misma distancia pueden generar movimientos muy diferentes (tanto en amplitud como en frecuencia), con la consiguiente diferencia de impacto en las edificaciones.

Aún con esas incertidumbres, las normativas se imponen como medida de protección ante el sismo en casi todos los países. A modo de ejemplo, la Norma para la Construcción Sismorresistente Española NCSE-02, actualmente vigente, incluye un mapa de peligrosidad que proporciona los niveles de movimiento esperado con una probabilidad de excedencia del 10% en 50 años en todos los puntos del territorio nacional. Los mayores movimientos se esperan en el sur y sureste de la España peninsular, coincidiendo con las zonas más sísmicas, y cualquier nueva edificación debe construirse contemplando ese movimiento esperado y siguiendo los criterios expuestos en la normativa. De esta forma, se reduce la vulnerabilidad y el daño ante eventuales terremotos futuros será (previsiblemente) menor, con la consiguiente mitigación del riesgo sísmico.

EL TERREMOTO DE L’AQUILA DE 2009, UN CASO PARA LA REFLEXIÓN

Volviendo al caso del terremoto de L’Aquila, éste tuvo lugar en una de las zonas de mayor peligrosidad de Italia (Figura 1 izda), según la última edición de la norma sísmica Italiana (NTC08). En la anterior versión de la normativa, vigente desde 2003, la región epicentral estaba situada entre las zonas catalogadas como 1 y 2, representando el mayor peligro del territorio (Figura 1 dcha). La región había sido ya sacudida por fuertes terremotos históricos, en 1315, 1349, 1461, 1703 y 1015, asociados a un sistema de fallas activas localizadas en el sector interno de los Apeninos. Entre 1300 y 2002, habían ocurrido 11 terremotos con magnitud mayor o igual a 6, lo que supone un promedio de 1.5 sismos cada 100 años, es decir un terremoto cada 67 años (Stuchi et al, 2010). Entonces, las características del terremoto del 6 de abril fueron consistentes con las de la zona sismogenética donde ocurrió, según los estudios hechos para la norma sísmica en vigor NTC08 (MPS04 y resultados de INGV-DPC project S1).

Zonificación sísmica

Izda. Mapa de peligrosidad sísmica de la Norma sismorresistente Italiana, NTC08, vigente desde 2009.
Drcha. Zonificación sísmica adoptada para la región de L’Aquila por la anterior versión de la norma sismorresistente Italiana, vigente desde 2003 hasta 2009, OPMM 3274/2003
Mapa de peligrosidad

Según ambas normativas, las edificaciones debían haber sido diseñadas en la zona del terremoto siguiendo rigurosos criterios de diseño y de forma que fueran capaces de resistir niveles de movimiento elevados. Sin embargo, muchas edificaciones colapsaron o tuvieron serios fallos estructurales con el terremoto de 2009. Esto ocurrió no solo en edificios históricos, sino también en otros de reciente construcción, en los que se evidenciaron fallos debidos a incumplimiento de la normativa. Teniendo en cuenta que ésta es una ley de obligado cumplimiento , cabe preguntarse por qué no se han exigido responsabilidades en el sector de la construcción, y sin embargo se ha emitido una dura sentencia a los científicos que no dieron la alarma. Estos han sido penalizados por no haber hecho una predicción a corto plazo, que como es sabido y reconocido actualmente es muy poco fiable, y sin embargo en muchos casos no se han tomado las medidas preventivas que exige la normativa y ahí no ha habido condena alguna.

Es cierto que un mes antes del terremoto del 6 de abril comenzó a producirse un enjambre sísmico, compuesto por eventos frecuentes de pequeña magnitud. Además se detectó un aumento del índice de Radom, lo que llevó al geólogo Guliani a difundir la alarma entre la población. Sin embargo, el hecho de que se estuvieran produciendo tantos microterremotos podía tener una doble lectura: que fueran premonitores de uno mayor o que en sí mismos estuvieran liberando la deformación acumulada por medio de un enjambre sísmico. Esto último era lo más probable. Ahora, tras la ocurrencia del terremoto del 6 de abril está claro que esos fenómenos actuaron como premonitores, pero antes del terremoto existía una ambigüedad que no podemos olvidar. Esta predicción solo se confirmó a posteriori.

¿Qué probabilidad había de acertar en la predicción? ¿Cuántas alertas anteriores han resultado fallidas? ¿Puede basarse una predicción en un acierto frente a cientos o tal vez miles de fallos? ¿No sería tremendamente peligroso estar dando alarmas continuamente, cada vez que aumenta el Radom o la microsismicidad, sin que luego ocurra nada? Esto llevaría sin duda a un descrédito de la opinión científica, además de a un caos en la población. Pero...¿es eso lo que debería hacer protección civil? ¿Sería esa la actitud responsable?

Dar la alerta de terremoto porque se presente alguna señal precursora, sin tener en cuenta la baja probabilidad de que ocurra el fenómeno, sería una negligencia que en la gran mayoría de los casos conduciría a crear alarma innecesaria en la población, con el consiguiente peligro que ello conlleva. No podemos quedarnos en el hecho aislado de acierto una vez, algo que no es significativo estadísticamente. Habría que tener una amplia muestra de observaciones, en este caso de disparos de alarma ante señales premonitoras y evaluar las veces en las que el terremoto ha ocurrido frente a las que no lo ha hecho. Y de ahí podría inferirse el porcentaje de aciertos frente al de fallos, para poder valorar el éxito de la predicción.

Pero cuando las alarmas fallan pasan desapercibidas, mientras que casos como los de L’Aquila se convierten en noticia relevante, como es lógico, y la percepción social que queda no es la del fallo continuo, sino la del acierto una vez , siempre a posteriori . Sin ir más lejos, el día que ocurrió el terremoto de Lorca, el 11 de mayo de 2011, alguien dio la alarma de terremoto en Roma, generando bastante pánico en la población. Obviamente, la noticia fue Lorca...



REFERENCIAS

MPS Working Group (2004). Redazione della mappa di pericolosità sismica prevista dall’Ordinanza PCM del 20 marzo 2003 n.3274 All. 1. Rapporto conclusivo per il Dipartimento della Protezione Civile, INGV, Milano-Roma, aprile 2004, 65 pp.5 allegati, zonesismiche.mi.ingv.it

NCSE-02 (2002). Norma de Construcción Sismorresistente: Parte General y Edificación Real Decreto 997/2002, de 27 de Septiembre. Publicada en el BOE, Vol. 244, pp. 35898-35967.

NTC (2008) - Norme Tecniche per le Costruzioni,. D.M. 14 Gennaio 2008.

M. Stucchi, C. Meletti, A. Rovida, V. D’Amico, A.A. Gomez Capera (2010). Historical earthquakes and seismic hazard of the L’Aquila area.

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