El emperador mongol pidió que lo enterrasen en un lugar secreto y más de 1.000 caballos pisotearon la zona para borrar huellas. Todas las expediciones para localizarlo han fracasado.
En algún lugar en medio de la llanura, sin carreteras, sin edificios recortados en el horizonte, solo el césped mecido por el viento, se supone que está la tumba del mítico Gengis Kan. Pero nadie la ha encontrado. El caudillo mongol, que arrasó desde el mar Amarillo hasta las riberas del Caspio y cuyo nombre aún provoca escalofríos en Asia, dejó el encargo de que nadie hallase el lugar de su último descanso.
Y sus subordinados lo hicieron muy bien: falleció en 1227, a los 65 años, y desde entonces han sido innumerables las expediciones que han tratado de encontrar la tumba sin éxito. La última, una organizada en 2015 por National Geographic para peinar desde el espacio y vía satélite las llanuras mongolas. También lo han intentado miles de 'aventureros' por su cuenta y movidos por la codicia.
Cuando murió Gengis Kan, sus soldados arrasaron una vasta extensión matando a todos sus moradores y enterraron a su jefe. Después, más de 1.000 caballos empezaron a cabalgar desbocados alrededor de la tumba para borrar cualquier vestigio que permitiese localizarla más tarde. Han pasado 800 años y nadie ha sido capaz de encontrarla ni mucho menos profanarla, y eso que muy poco después de morir el emperador mongol, la codicia que despertaba la leyenda de que había sido enterrado con cuantiosas riquezas movilizó a muchos expedicionarios.
Los que estuvieron más cerca de lograrlo, hasta el punto de que los medios de comunicación y las instituciones lo dieron por hecho, fueron unos arqueólogos capitaneados por el abogado estadounidense Maury Kravitz en 2001. El lugar era una colina descomunal de piedras a 200 metros de altura. Los exploradores hallaron restos de un muro y hablando con un pastor se enteraron de que los habitantes transmitían la leyenda de que "allí se había enterrado a alguien muy importante".
MISIÓN CASI IMPOSIBLE
En efecto, aquella expedición, que también lideraba John Woods, de la Universidad de Chicago, halló a unos 350 kilómetros de Ulan Bator, la capital de Mongolia, 20 tumbas "de gente de alta alcurnia". Pero ninguna era la de Gengis Kan. Creían que estaban en la pista correcta porque algunos testimonios afirmaban que Kan fue enterrado junto a 40 doncellas y caballeros. En esta ocasión, al menos, el hallazgo tuvo un considerable valor arqueológico. No dio en la diana, pero se quedó cerca.
El emperador mongol creó un imperio de la nada y según muchos historiadores no se puede entender la actual configuración de China ni de Rusia sin su influencia. Mongolia es, a día de hoy, un país gigantesco sin apenas infraestructuras y con una densidad de población muy pequeña. Entre otras cosas, esa vasta extensión desértica es la que convierte la búsqueda de los restos de Kan en una misión casi imposible.
El último intento organizado estaba liderado por el arqueólogo Albert Lin, de la Universidad de California en San Diego, y seleccionó 55 lugares que podrían albergar la tumba de Gengis Kan, la mayoría cercanos a su palacio, a 200 kilómetros de Ulán-Bator. "Reclutamos a un montón de voluntarios para estar a la altura del desafío, un enigma que se ha ocultado pero puede salir a la luz gracias a la potencia de los satélites", aseguró Lin en 2015. Tampoco esta vez la empresa acabó bien.
En su momento, Kravitz afirmaba que la leyenda negra que acompaña a este guerrero (una especie de nómada sanguinario que iba arrasando cuanto se hallaba a su paso) no se corresponde con la realidad. "No era un bárbaro. Introdujo la escritura en su pueblo, creo un sistema de correo, estableció un código legal. Era sofisticado, un genio militar y un filósofo", decía el expedicionario a los medios que cubrieron el 'casi' descubrimiento de la tumba.
NO ES SUPERSTICIÓN
En Mongolia la presencia del antiguo caudillo es bastante constante. Su rostro aparece en las monedas y en algunos objetos de uso habitual, como las botellas de vodka, pero la curiosidad por encontrar sus restos (y las supuestas riquezas ocultas junto a ellos) no es frecuente entre los mongoles. No es una cuestión de superstición, dicen, sino de respetar la voluntad de quien dejó dicho de manera expresa que quería permanecer oculto por los siglos de los siglos... Y ya lleva ocho.