Los lugares en los que crecimos y en los que vivimos dejan marcas únicas en nuestro cuerpo. Muchas de ellas se empiezan a utilizar para responder preguntas científicas e incluso para resolver crímenes
No todos los átomos son iguales. Muchos elementos químicos pueden existir en formas más “pesadas” o “ligeras”, dependiendo del número de neutrones en su núcleo. Por ejemplo, existen átomos de carbono con seis, siete u ocho neutrones. Cada una de esas formas recibe el nombre de isótopo y la proporción entre distintos isótopos de un elemento puede ser característica de una época concreta o de un lugar determinado.
Uno de los usos más conocidos de los isótopos es el de datar restos arqueológicos mediante la técnica de carbono-14. Menos conocido pero al menos igual de interesante, es su aplicación en investigaciones criminales y forenses.
Nuestro cuerpo está hecho de átomos que incorporamos de nuestro entorno: del aire que respiramos, el agua que bebemos y la comida de la que nos alimentamos. Algunos de esos átomos, como los que forman nuestros dientes, los incorporamos en nuestra infancia y se quedan con nosotros toda la vida. Otros, como los del pelo o las uñas, los renovamos progresivamente.
En los últimos años, se han podido resolver varios crímenes gracias a este tipo de técnicas, ya que permiten extraer información muy valiosa de cadáveres que no han podido ser identificados. Analizando los dientes, por ejemplo, se puede llegar a saber dónde pasó la infancia esa persona. Y mirando en los pelos y las uñas, acotar en qué lugares ha podido estar durante los últimos años.
Si os ha interesado el tema, podéis leer aquí algunos ejemplos de casos donde esta técnica se ha usado. También es muy recomendable (aunque no apto para personas sensibles) el podcast Bear Brook, donde se cuenta cómo esta técnica ayudó a arrojar algo de luz sobre una serie de crímenes ocurridos en Estados Unidos en las últimas décadas.