Una de las herramientas de laboratorio más revolucionarias del siglo XX escondía una historia de racismo, ética y serendipia
Durante años, los científicos intentaron sin éxito mantener células humanas en el laboratorio. Hasta que en 1951, casi por casualidad, lo consiguieron. Surgió entonces la línea celular HeLa, unas de las células de laboratorio más populares del mundo, y que se usan de rutina en investigaciones biomédicas de todo tipo.
La historia de cómo surgieron esas células se mantuvo más o menos oculta hasta comienzos del siglo XXI. Fue entonces cuando la escritora Rebeca Skloot empezó a tirar del hilo y descubrió una historia fascinante.
Las células pertenecían a una mujer afroamericana de 31 años que padecía un cáncer cervical que acabó costándole la vida. Se llamaba Henrietta Lacks (de ahí el nombre de HeLa) y nunca dio su consentimiento para que se extrajesen las células de su cuerpo. Su familia tardó décadas en enterarse de que gracias a Henrietta, se había podido desarrollar una vacuna contra la polio y que sus células se utilizaban de forma rutinaria en investigaciones sobre cáncer, VIH y muchas otras condiciones médicas.
La publicación de la historia de Henrietta puso de manifiesto muchas cuestiones éticas. Entre otras: el abuso por parte de las élites científicas de la población negra; los problemas de privacidad asociados a la publicación del genoma de las células HeLa; y la injusticia de que la familia de Henrietta viviera penurias económicas a pesar de haber proporcionado a la ciencia una de sus más potentes herramientas.
Foto de portada: NIH Image Gallery/Flickr