El químico que descubrió cómo alimentar al mundo ideó la primera arma de destrucción masiva
Para entender la vida de Fritz Haber hay que empezar hablando del nitrógeno, un elemento que todos los seres vivos necesitamos para vivir. En principio, conseguirlo no debería ser un problema ya que 78% del aire que respiramos es nitrógeno. Sin embargo, el nitrógeno del aire se encuentra en una forma molecular extremadamente estable, y entra y sale de nuestros pulmones sin que podamos atraparlo. Algo parecido pasa en la mayoría de los seres vivos. Solo algunos microorganismos tienen capacidad para extraer los átomos de nitrógeno del aire y sintetizar con ellos moléculas nitrogenadas menos estables. Son esos compuestos menos estables los que usamos el resto para producir nuestras proteínas, ácidos nucleicos y demás moléculas imprescindibles para la vida.
En el caso concreto de las plantas, la falta de esos compuestos nitrogenados en el suelo limita su crecimiento. Esto fue un problema para la agricultura hasta que Haber diseñó una técnica que permitía capturar el nitrógeno del aire en escala industrial. Su descubrimiento abrió paso a la producción de fertilizantes, que supusieron una revolución en la agricultura y permitieron la multiplicación de la producción de alimentos.
Pero esa no fue la única contribución de Haber al mundo. También desarrolló la primera arma química, el gas de cloro. Inhalado a concentración suficientemente alta, este gas se transforma en los pulmones en ácido clorhídrico, matando a quien lo respira en cuestión de minutos. Su uso en la Primera Guerra Mundial durante la batalla de Ypres, marcó el comienzo de la “guerra química”.
Años más tarde, una molécula derivada de las investigaciones de Haber, el Zyklon-B, sería utilizada en las cámaras de gas por los nazis. El propio Haber, que era de origen judío, tuvo que escapar de Alemania en 1933. Muchos de sus familiares sucumbirían con el gas que él mismo ayudó a crear.