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Autor
Javier del Prado Biezma (Profesor Titular de Filología Francesa de la Universidad Complutense de Madrid. Escritor y crítico literario)

Jean-Marie Gustave Le Clézio

Concentrar en dos o tres páginas la aventura narrativa que el último Premio Nobel ha llevado a cabo a lo largo de sus casi cincuenta años de escritura no es tarea difícil, sino imposible; máxime si, como veremos enseguida, en la obra de Le Clézio se perfilan tres tendencias narrativas capaces, de por sí, de abastecer el trabajo de cualquier novelista. No voy, pues ofrecer una síntesis de su obra (amplia bibliografía hay al respecto), sino a perfilar o a compensar alguna opiniones, malentendidos o ignorancias que saltaron a la prensa española los días posteriores a la concesión del premio por la Academia Sueca.
No todas la voces que se oyeron fueron negativas, ahora bien, incluso las positivas pecaron, en mi opinión, de incompletas. Voy a concentrar dicha recepción en cuatro apartados; lo que me permitirá, por un lado, dar cumplido desmentido a algunos errores (y horrores) y, por otro, completar o matizar algunas afirmaciones. De paso, iré perfilando mi 'visión' del autor; visión que completaré al final de estas líneas. Los vectores que van a centrar mi interés son, pues, los siguientes:
  • En primer lugar, como era lógico, desmentir la condición de Le Clézio como la de un desconocido, apuntada por ciertos periodistas; desconocimiento que llevó a algunos informadores a tener que buscar, dijeron ellos mismos, su nombre por las páginas de Internet.
  • La focalización, luego, de su obra en el llamado problema de la América Latina (como extensión del problema del colonialismo y de los mestizajes, benéficos y o fraudulentos); lo que le conferiría a su creación literaria, según otros, un marcado carácter político social y antropológico - ajeno, para algunos, al valor literario.
  • En tercer lugar, la reducción de su obra a los parámetros éticos de un permanente exilio. Lo que conllevaría, a mi modo de ver, una falsificación de la identidad del autor; si bien conviene afirmar, y desde ahora, que el conflicto identitario es esencial en la obra de Le Clézio.

EL ALCANCE FRANCÉS E INTERNACIONAL DE LA OBRA DE LE CLÉZIO

Es evidente que ser desconocido o poco conocido en España no implica ser desconocido en el mundo. España padece en estos momentos un cierto infantilismo filosajón, en lo que a cultura se refiere, que la lleva a ignorar o despreciar lo que tiene a sus puertas; sobre todo si tiene su origen en Francia. Llevábamos 23 años sin un Nobel francés y, habiéndonos olvidado de que la literatura francesa también existe, nos extrañamos de que se lo concedan a alguien que no nos suena. Bien es verdad que lo que hoy se escribe en Francia, ligada aún a la cultura europea del concepto y del símbolo (frente a una cultura de la anécdota y del icono) puede adolecer de un exceso de perfección técnica y de reflexión teórica sobre el hecho literario y, en contrapartida, de una carencia de temas y de historias impregnados de vida, de conflicto existencial o político (salvo si los que escriben en Francia y en francés han nacido en Marruecos, en Argelia, en Túnez, etc. o son de ascendencia africana). Esto puede haber alejado de la novela francesa, por un lado, a lectores más propensos a leer ficción de aventuras, ligada a la levedad postmoderna del llamado pensamiento débil y, por otro, a lectores que, añorando la carga existencialista de los textos de un Bernanos, de un Mauriac, de un Sastre y de un Camus, buscan una hondura que sólo encuentran en las múltiples manifestaciones de un realismo, digamos, testimonial o periodístico.

Todo ello puede ser verdad. En cualquier caso, el mundo no ignora (no puede ignorar) la aportación valiente y rompedora del Nouveau Roman (con el último premio Nobel francés hasta la fecha, Claude Simon), como tampoco ignora (no puede ignorar) autores, más recientes que, habiendo iniciado, más o menos, su andadura bajo el signo de esta última gran tendencia literaria, han desarrollado luego una obra personal, abundante y poderosa - y pienso, evidentemente, ante todo en Le Clézio y en Michel Tounier (dos autores voluntariamente alejados del espectáculo de los medios de comunicación).

Le Clézio debe tener en su obra algo más que una calidad apta para una simple minoría: un poder de seducción que hace de su obra una obra popular, a la par que culta, traducida a todos los idiomas que cuentan en el panorama editorial

Es evidente que la gran escritura de Le Clézio (luego explicaré qué entiendo por su gran escritura) no es fácil. Así y todo, un autor que, además de los múltiples premios recibidos, es designado en 1994, por los lectores habituales de la revista francesa Lire, como el "mayor escritor vivo de la lengua francesa", un autor que merece ese reconocimiento, debe tener en su obra algo más que una calidad apta para una simple minoría: un poder de seducción que hace de su obra una obra popular, a la par que culta, traducida a todos los idiomas que cuentan, más o menos, en el panorama editorial; en España también, aunque de manera esporádica.

Esta 'fama' la avalan cerca de sesenta títulos propios (novelas - en su mayoría -, cuentos, ensayos), unas setenta monografías escritas sobre su obra, de las cuales unas veinte en el extranjero (Canadá, Estados Unidos, Alemania, Holanda, Suecia, etc. incluida, de nuevo España - su Universidad, claro), más de cien artículos sobre su obra y cerca de cien trabajos universitarios (tesis, tesinas o similares), de las cuales casi la mitad fuera de Francia. Ignorar a una persona que tiene esta proyección dentro y fuera de su patria es prueba de ignorancia que no va en detrimento de la persona ignorada sino del ignorante.

El problema de la identidad nacional de Le Clézio Dado que su padre y su madre nacen en la Isla Mauricio se habla, con total ligereza, de una realidad nacional mestiza francobritánica (que pudiera ir más allá del doble pasaporte). Hay que aclarar las cosas: los Le Clézio proceden de una familia bretona (de la pequeña Bretaña, claro) asentada en la Isla Mauricio en el siglo XVIII, cuando ésta isla se llamaba nada más y nada menos que Isla de Francia, en los tiempos en que Bernardin de Saint-Pierre sitúa en ella y en las aguas que la rodean el idilio Pablo y Virginia (1788), novela exótica de alcance antropológico, que tanta influencia tiene, a mi parecer, en la segunda y en la tercera etapas de la obra de nuestro autor. Cuando la isla pasa a manos inglesas, ya en el siglo XIX, la familia se nacionaliza británica, lo que no es impedimento para que, un siglo más tarde, la madre del autor se establezca en Francia cuando el padre ('el africano') se va, solo, a las sabanas del Africa occidental (Nigeria), como médico entre los nativos. Y, de ese modo, le Clézio nace en Francia, estudia en Francia (Niza y Perpiñán), se licencia y doctora en Francia y hace su servicio militar como cualquier cooperante francés, en Indochina. Tampoco podemos olvidar que en la Isla Mauricio, tan británi-ca ella, la mayoría de los accidentes geográficos y pueblos siguen respondiendo a nombres franceses y que los nativos siguen hablando un criollo francés. Dejando de lado aspectos 'nacionales' secundarios, son estas consideraciones necesarias para no errar en dos aspectos de capital importancia, a la hora de comprender la obra y el proceso intelectual del autor: En primer lugar, la configuración de su universo real y, consecuentemente, de su universo imaginario. No son estos los de un francobritánico (aunque el autor pasase, también por las universidades de Londres y de Bristol), ni los de un intelectual francés injertado artificialmente en Méjico y en Nuevo Méjico. Su universo, real e imaginario es el del colono, hijo de colono, de herencia francesa, profundamente asentado en la cosmología de la colonia que, incluso en la distancia, se ha convertido en su espacio original; y esta cosmología isleña y africana (recuperada o recreada, bien es verdad, a lo largo de los años) es en Le Clézio determinante para comprender la evolución y el alcance, en ficción y en poesía, de su obra.

En segundo lugar, la configuración de su universo intelectual y, más secundariamente, político, a la par que la dinámica existencial y profesional en la que aquel se sustenta. Le Clézio no pertenece, desde este punto de vista, a la lista de los escritores emigrados (o por razones sociales o por razones políticas).

Nacido y educado en Francia, pertenece al espacio cosmopolita de un doble mestizaje: en la vivencia recuperada de lo colonial, que no se olvida de la metrópoli (y la metrópoli aquí sigue siendo Francia, aunque sólo fuera porque es en Francia donde nace y vive sus primeras experiencias), y en la herencia literaria que no ignora que el contrapunto insoslayable de la gran literatura es una experiencia profunda de la filosofía, de la sociología y de la antropología . Desde este último punto de vista, Le Clézio pertenece a la estirpe 'francesa' de grandes escritores que han sabido dar un alcance antropológico a su experiencia literaria (desde Montaigne a Todorov, pasando por Rousseau, Benjamin de Saint-Pierre, Chateaubriand, Sastre o Michel Léris). Pero del síndrome Todorov (que tanto ha seducido últimamente a España) habla-remos más tarde; baste con consignar ahora que la llegada de Le Clézio al mundo mejicano se hace de manera espontánea, como la de tantos cooperantes contemporáneos suyos - y amigos míos: Indochina, naciones del Magreb, Africa Occidental y América Latina han sido sus destinos comunes); pero cuando llegan a estas regiones, ya van seducidos por una antropología y una etnografía francesa, obsesionada por lo americano; lo que nos lleva, de nuevo, de Montaigne, en sus Ensayos, a C. Levy Strauss y su "pensamiento salvaje" (tan presente en nuestro autor).

No se trata de exilios (aunque todo pueda servir de material para plasmar la experiencia ontológica de la vida como exilio), sino de mestizajes, de sucesivos mestizajes, en horizontes reales e imaginarios. ¡Ah! - y del malestar que uno siente cuando uno de los polos de este ideal mestizo llega a convertirse en insufrible; como ciertas circunstancias del mundo occidental, ya en el Romanticismo, luego en el existencialismo y, ahora, ante el feroz capitalismo liberal.

LA EXPERIENCIA MEJICANA

Después de estos esbozos de biografía crítica comprenderemos mejor la experiencia meji-cana de Le Clézio. El autor, allegado a estas tierras por motivos profesionales, encuentra en ellos un duplicado de la tierra originaria, en la que sólo ha vivido en imaginación y en deseo, y que irá recuperando, poco a poco, gracias a la ficción y gracias a la investigación sobre los espacios ocupados por su familia. Méjico y lo mestizo mejicano se convierte así en un doble catalizador de su búsqueda de identidad. Doble, pues se va a ejercer en el plano teórico, investigador, primero con su tesis doctoral sobre la cultura de los Michoacanes, luego con su edición de las Profecías del Chilán Balán (1976) y en El sueño mejicano o el pensamiento interrumpido (1988), por ejemplo, y en el plano literario, ficcional, con novelas como Urania (2005). Ahora bien, además de esta presencia mejicana directa, su estancia en un mundo mestizo en el que la cultura anterior a la llegada de los españoles trasmina por todas las costumbres populares e, incluso, por su literatura más culta, le ofrece una morada muy apta para volver sobre el problema identitario y, abandonando paulatinamente unas novelas asentadas en la experiencia del no man's land, para ir, en la realidad y en la ficción, en busca de un espacio geográfico y familiar en el que pueda inventar el mundo tripartito al que pertenece... Aunque, finalmente y de momento, se haya asentado físicamente en Francia (París y Niza). Hay que tener en cuenta que esta experiencia de lo mejicano prehispánico no es ni puntual ni meramente intelectual; nace de una ocasión que se convierte en necesidad, porque responde, en eco profundo, a la llamada de sus otros orígenes: los africanos.

LA EVOLUCIÓN NARRATIVA DE LE CLÉZIO

No me gusta fijar etapas estancas en la obra de un autor. Me interesa, ante todo, marcar su coherencia y su evolución (su progreso) en el interior de esta coherencia.

Creo que esta coherencia está asegurada en la obra de Le Clézio por la búsqueda de una identidad; (nada nuevo, cuando la naturaleza del hombre moderno se asienta, tras la muerte de Dios, en su condición de huérfano ontológico y, a la par, de negador de su dependencia de la sociedad civil). Que a este problema se le añada en nuestro autor un conflicto geoespacial (y, posteriormente, cultural) lo único que hace es ofrecerle al escritor, al narrador, unos espacios, unos tiempos y un anecdotario distintos, singulares, (es decir, alejados de la Europa tópica), pero en nada exóticos, pues pertenecen de lleno a su propia experiencia.

La incorporación de estos espacios y el alejamiento de 'París', como lugar social y como canon de escritura, sí van a conformar una evolución que yo fijaría, groso modo, en tres etapas.

  • La etapa existencial(ista) y experimental. Iniciada con El atestado (1963), con sólo veintitrés años, seguida con El Diluvio (1966), El libro de las huidas (1969), La guerra (1970) y Desierto (1980), entre otros textos. El gran tema es la identidad del yo y su imposible inserción en el espacio social, con dudas feroces acerca de esta identidad (que llegan hasta la negación, a veces, de un nombre propio para los protagonistas, reducidos a simples iniciales) y con ecos profundos de A. Camus. El sistema narrativo (aunque hace uso de elementos autobiográficos traspuestos, lo que ha llevado a algunos a hablar, ya, de novela autobiográfica) se asienta en un relato desintegrado, deconstruido, con grandes intromisiones del narrador, con mezcla intrincada de las distintas voces narrativas y con largas derivas. La escritura se torna poética y la narración poema, con harta facilidad, rompiendo los límites de los géneros, a partir de la inflación del monólogo interior, de la descripción minuciosa (a veces en derivas imaginarias o hiperrealistas) y de la aparición de grandes listados de palabras y frases que ahondan el texto como un kaleidos-copio, pero dificultan la progresión del relato. Para muchos, este es el gran Le Clézio.
  • Se inicia, partir de los años 80 una narrativa que se asienta en la búsqueda de la identidad familiar, pero sin que se adopte el esquema habitual de la novela autobiográfica (al estilo de Patrick Mediano); esta búsqueda se acoge al formato de la novela de aventuras: la familia que tiene que inventarse (sacar a la luz) y los espacios por los que esta familia ha vivido, desde sus abuelos, en El buscador de oro (1985) y Viaje a Rodrigues (1986) a sus bisabuelos, en La cuarenta (1995), dan cauce natural a esta nueva experiencia narrativa. No todo es búsqueda familiar en este periodo, pero la dinámica impuesta favorece que, al lado de las aventuras familiares, surjan otras que, real o simbólicamente, pertenecen a espacios transitados por el autor a la búsqueda de sus raíces: Onitsha (1991), La estrella errante (1992), sobre el problema judío, Hasard (1999) y, la ya citada, Urania (2005), que recupera los espacios de la gran utopía narrativa del XVIII - con sus "viajes a los países de ninguna parte". El gran tema es la búsqueda de la arqueología familiar, la que se asienta en la Isla de Francia y sus entornos, la Isla Rodrigues y la Isla de la Reunión, entonces Isla Borbón.. La narración se acoge a la dinámica, más o menos lineal, de la novela de aventuras (salvo en Onitsha, de estructura más compleja) y la escritura se aclara, se simplifica, pierde densidad (y no sé si, también, intensidad en algunos casos).
  • Es lógico que esta segunda preocupación desemboque llanamente en una novela auto-biográfica, a lo largo de la tercera etapa que tiene por objetivo la aprehensión más inmediata y directa del trípode sobre el que se asienta la realidad del yo: la suya propiamente dicha, con Revoluciones (2003), aquella en la que el yo enraíza con el padre, en El Africano (2004) y aquella que el yo anida en la madre, con la, hasta ahora, última de sus producciones, Estribillo del hambre (2008). El tema esencial es la fijación del triple espacio del yo (el francés, el africano y el mejicano), con sus geografías y sus historias, y, en este espacio, la captación de un universo interior que nos devuelve de nuevo al problema de la identidad: ¿crisis identitaria aún o, ya, asentamiento identitario, resuelto de una manera más o menos definitiva?

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