Una expedición francesa viajó en el siglo XVIII a América para calcular la forma de nuestro planeta
Por aquel entonces ya se sabía que la Tierra era redondeada, pero no perfectamente esférica. Sobre lo que había más dudas (y acalorados debates en la Academia Francesa de las Ciencias) es sobre si el planeta estaría achatado por los polos, como una sandía, o por el ecuador, como un huevo.
La cuestión podía ser resuelta empíricamente. Bastaba con medir el llamado ‘arco de meridiano’, que relaciona cada grado de una línea curva con su distancia en línea recta. Si la Tierra fuera una esfera perfecta, el arco de meridiano tendría el mismo valor en cualquier parte del planeta. Sin embargo, si tuviera forma de sandía, el arco sería menor en los polos y mayor en el ecuador. Lo contrario ocurriría si tuviera forma de huevo. Como ya se conocía el valor del arco de meridiano en Francia, para resolver la cuestión bastaba con obtener el valor en algún lugar lo suficientemente alejado, ya fuera en los polos o en el ecuador.
Surgió así la Misión Geodésica Francesa, que partió hacia el Virreinato de Perú en 1735. Allí, durante ocho años, los expedicionarios utilizaron telescopios, sextantes y otros instrumentos de la época, para realizar las medidas. Fue todo un desafío que les obligó a subir y bajar montañas altísimas, atravesar distancias enormes y gestionar innumerables problemas logísticos. Pero el esfuerzo valió la pena y finalmente consiguieron medir el arco meridiano. Sus resultados confirmaron que la Tierra estaba achatada por los polos, pareciéndose más a una sandía que a un huevo.
Sin embargo, no fueron los primeros en demostrarlo. Tan solo un año después de su partida de Francia, la Academia mandó una segunda expedición a Laponia para realizar las mismas medidas. Allí, con menos contratiempos y más facilidades logísticas, los expedicionarios consiguieron realizar los mismos cálculos en menos tiempo, arrebatándoles la gloria a los miembros de la expedición americana. Así es la vida.