Un relato fascinante con el que poder comprender un poco mejor el papel central que la ciencia ha jugado en la historia de nuestro país
Desde la fotografía que ilustra la portada del nuevo libro de Juan Pimentel, un fantasma nos mira, como si nos viera. Su mirada resulta tan hipnótica como lo es aún su biografía. Laborioso histólogo y anatomista, padre de las neurociencias modernas, fotógrafo y dibujante aficionado, culturista en su juventud, el primer español en ganar un premio Nobel científico y, lo más importante para el caso, santo patrón de la ciencia española. Santiago Ramón y Cajal es un muerto viviente, un difunto que sigue vagando por la memoria cultural de nuestro país: sin reposo porque, aunque recordado, su memoria sigue aún hoy sin ser adecuadamente conmemorada – como sabrá quien conozca del polémico e intermitente proyecto del Museo Cajal. En la fotografía, Cajal se detiene en medio de una lección de anatomía, escalpelo en mano, a punto de incrustarlo en el torso de un cadáver. Mientras que los estudiantes que le rodean observan su gesto, Cajal levanta su mirada hacia nosotros: como los fantasmas, parece atravesar los límites del tiempo para interpelarnos en nuestro presente desde su propia época, creando un vínculo sobrenatural entre lo que él representa – la ciencia española del pasado – y nosotros – los guardianes, para bien o para mal, de la memoria colectiva de la que él forma parte.
La Clase de disección es una de las ocho imágenes con las que Pimentel, investigador del CSIC, nos lleva por un recorrido de la historia de la ciencia española entre el siglo XVI y nuestros días. En este libro apasionante y exquisitamente ilustrado, Pimentel se sirve de estas imágenes (mapas, pinturas, grabados, dibujos, esquemas y fotografías) para desplegar ocho episodios que nos hablan de la ciencia española del pasado como si de una historia de fantasmas se tratara, un cuento plagado de personajes etéreos y volátiles, objetos espectrales y lugares encantados.
Entre las figuras fantasmagóricas que arrastra sus cadenas por las páginas de este libro encontramos aquellas que habitan las márgenes del relato tradicional del saber, en parte porque ya en vida fueron relegadas a una cierta invisibilidad. Se trata, por ejemplo, de los indios Cueva (capítulo I), cuyos conocimientos sirvieron a Vasco Núñez de Balboa para establecer la existencia del Mar del Sur, el océano Pacífico, en la cultura occidental; o de Antonio de Pereda (capítulo III), un talentoso pintor barroco cuyas vanitas revelan un modo de observar la anatomía humana que nuestra fractura moderna y anacrónica entre ciencia y arte nos impide apreciar como es debido; o de Piedad de la Cierva (capítulo VII), química brillante del período franquista y pionera en el estudio del vidrio óptico, pero apenas recordada – como tantas otras mujeres científicas – por una historia de la ciencia que durante demasiado tiempo ha sido escrita como si de un catálogo de grandes hombres se tratara.
Igual de fantasmales parecen en ocasiones los sabios mismos debido a los destinos espectrales de sus obras, que con frecuencia han atravesado los siglos como almas en pena. Es el caso del espectacular atlas osteológico de Crisóstomo Martínez (capítulo III), un “tesoro sumergido” que no fue editado hasta finales del siglo XX. Es el caso también de los inmensos archivos iconográficos sobre la naturaleza americana que resultaron de dos empresas titánicas: la de Francisco Hernández (capítulo II), protomédico de Felipe II y protagonista de la primera gran expedición naturalista europea al Nuevo Mundo, y la de José Celestino Mutis (capítulo IV), el sabio que, lupa y flor en mano, solía adornar el dorso de los billetes de dos mil pesetas. El primer archivo acabó por desaparecer, probablemente en el gran incendio de El Escorial de 1671. El segundo, conocido como la “Flora de Bogotá” (un tesoro que, en palabras de un director del Jardín Botánico, costó “tantos esfuerzos a los sabios y cantidades al erario”), fue visto por pocos en su época y, aunque invocado frecuentemente a lo largo de los siglos por su valor simbólico y político, sigue hoy en día sin publicar en su integralidad.
Encantados parecen también lugares como Madridejos, provincia de Toledo, en donde el ingeniero Carlos Ibáñez e Ibáñez de Íbero llevó a cabo una operación de medición geodésica (capítulo VI) con la que se intentó retratar cartográficamente un país, la España del Regeneracionismo, que soñaba con reinventarse. Para castillo en donde la ciencia vaga cual alma en pena, sin embargo, el edificio Villanueva (capítulo VIII), que hoy alberga el gran templo de la cultura española, el Museo del Pardo, pero que en su día fue concebido como catedral de las ciencias – de ahí que colinde con el Jardín botánico – para alojar el antecesor de nuestro Museo Nacional de Ciencias Naturales y una academia de las ciencias que nunca vio la luz, así como laboratorios y escuelas científicas. El Prado, hoy en el corazón del llamado “Paseo del Arte,” encarna a la perfección la elección que la memoria colectiva de un país hizo de una cultura, la artística, en detrimento de otra, la científica.
Como los que acosaban a Jack Torrance en la novela de El resplandor, los fantasmas conjurados por Pimentel parecen manifestaciones variadas de una sola y misma presencia espectral. El gran fantasma del que nos hablan los ocho episodios de este libro no es tanto la ciencia española en sí – que sigue muy viva, pese a achaques recurrentes por inanición – sino la ciencia pasada como patrimonio cultural nacional. Pimentel nos ofrece no solo un recorrido personal y selectivo a través de cinco siglos de historia del saber en nuestro país, sino también una llamada a cultivar la memoria científica, a cuidar y valorizar el patrimonio científico. Sí hubo ciencia en España, pero la recordamos poco y mal. Para eso está la historia de la ciencia, viene a decirnos Pimentel, una disciplina cuya marginalización académica y pública en España presenta un contraste dramático con respecto a otros países. Y que podría y debería, sin embargo, ayudarnos a entender y defender la ciencia en el presente. Los fantasmas aparecen cuando los vivos no conservan la memoria de los muertos como es debido. Desde la Clase de anatomía, Cajal nos mira, nos interpela, mientras su legado sigue sin musealizar. Mientras esperamos, Fantasmas de la ciencia española nos ofrece un relato fascinante con el que poder comprender un poco mejor el papel central que la ciencia ha jugado en la historia de nuestro país.
Datos de la Publicación:
Fantasmas de la ciencia española. Pimentel, Juan.
Marcial Pons Historia – Fundación Jorge Juan, Madrid, 2019. 413 páginas.