Monedas de un dios indiferente,
días como islas, cada uno de ellos
con su flora y su fauna,
separado uno de otro por la
noche; y en su silencio agudo, el paso
de un gigante que viene a traernos
el rarísimo don del presente.
Nada es más semejante
a un esqueleto humano que uno
de murciélago: a la hora de los huesos
todos iguales y el alma una cosa
cuya importancia sería fácil
-tratándose, como se trata, de uno mismo-
exagerar.
Ármase una palabra en la boca del lobo
y la palabra muerde.
En el movedizo fulgor del cielo
hacia el ocaso,
callada encalla, se vuelve brillo,
es Venus:
cordera que encandece.
Las buenas teorías
son aquellas susceptibles
de ser refutadas, dice
Kart Popper. Como
si yo viniera
la próxima semana
a la misma hora, y me
sentara con mi café
exactamente
allí,
donde levanté la vista
y te observé
a ti,
mirándome,
y te encontrara,
de nuevo,
allí,
y esta vez
tuviera el valor
de sonreír.
Surge el diamante desde lo profundo
de su brillo, como la ola surge
del mar, siendo ella misma
el mar, y surge
la esmeralda desde las verdes junglas
de su dureza y el rubí y el ópalo
desde su sangre o sus destellos.
Y me dan en el pecho y me preguntan
cuántos miles de siglos necesita
un hombre, una conciencia para
llegar a contemplarse
a sí misma.
Y, como escondido
en esta su certeza indiferente,
creo ver un aso
En fin, si la naturaleza no hubiese fijado ningún término a la
destrucción de las cosas, ya los cuerpos de la materia hasta tal
punto se habrían reducido por la acción devastadora del tiempo
anterior, que nada engendrado por ellos a partir de cierto momento
podría cruzar el límite último de su vida.