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Bosques de algas y hongos en cada piedra. Galaxias invisibles al ojo
humano en un milímetro de musgo. Mares poblados de zoologías
insondables en la gota que tiembla sobre la hoja. Antigua idea de
un macrouniverso donde nuestros planetas son moléculas. Para él
nuestra historia y nuestro sufrimiento se vuelven tan importantes
como para nosotros las guerras, plagas, invasiones y cataclismos que
ocurren entre los infusorios.
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Un cielo más real, el micro-cielo de las partículas atómicas
más infinito que el que con sus estrellas visibles abre los ojos
del barato asombro, descubre a Juan y a Pedro, y a ti, y a
mí, y a cualquiera, la verdadera maravilla.
Juan-Pedro y Pedro-Juan se creen tan diferentes, personales,
como el imán dorado, como la luna negra,
como el enjambre-nadie polar y radiante,
y es como, rauda,
la historia sin historia de un pequeño mesón lambda.
Juan-Pedro y Pedro-Juan, Pedro-Pedro y Juan-Juan
proyectan sus cargas de electrones contrarios,
y el isomero r
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En un universo ciego y gigante
con un billón de años luz
de extremo a extremo,
con un billón de galaxias
y miles de millones de estrellas cada una,
a veces, de noche,
me pregunto mirando al cielo:
Dios mío ¿qué hago yo aquí?
¿Cuál es la realidad, pregunto?
¿Dónde empieza y dónde acaba?
¿Es el hombre lo real?
Y si además resulta que se expande
a la velocidad de la luz,
y resulta que yo me encojo con la edad,
Dios mío ¿qué va a ser de mí?
¿Adónde van a llegar mis relaciones con el universo?
Entonces, pienso como un junco pensante.
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Que la luz es una brizna a la deriva
en un erial eterno de tinieblas;
que la densidad del vacío rivaliza
con la terca oquedad del mundo:
que el contenido del silencio sobrepasa
a la sonoridad del mayor ruido:
y que la vida se queda en capítulo
de los anales de la inercia,
es cierto.
Pero esta noche,
tú y yo, aquí
y ahora, hambrientos
y desnudos,
plenos en la fugacidad
y soberanos
de nue
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He divisado, desde las páginas de Russell, la doctrina de
los conjuntos, la Mengenlebre, que postula y explora
los vastos números que no alcanzaría un hombre inmortal aunque
agotara sus eternidades contando, y cuyas dinastías imaginarias
tienen como cifras las letras del alfabeto hebreo.
En ese delicado laberinto no me fue dado penetrar.
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ERA LA NADA INFORME
Era la nada informe, la nada inexpugnable,
el caos sin latido ni materia,
la oscuridad cerrada sin principio ni fin.
Infinito el espacio, infinita la bruma,
abismo sin abismo. No había ningún nombre,
ningún nódulo, bulto, movilidad, mirada.
El tiempo no existía, nada era mensurable,
gravitaba un vacío, perennemente negro.
Sin embargo, hubo algo, alguien, tal vez un soplo
creó el primer suceso, ese primer fulgor
que agitó el cero inmóvil de la nada.
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Por lógica y aritmética
al obtener n ritmos
tomas de texto de estética,
la tabla de logaritmos.
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Advierto con profunda perplejidad
que el hermoso guijarro que abandono en el aire
se precipita recto hacia la tierra.
Tal vez para una hormiga que fuera en el guijarro
sería más bien la Tierra lo que cae,
verde planeta que se precipita.
Para el soldado inmóvil
antes de halar la cuerda de su paracaídas
vertiginosamente asciende el mundo.
Y si al pasar el tren ante su cobertizo
el mendigo no viera los vagones
sino al niño que en ellos deja caer la manzana,
vería que la manzana toca el suelo
lejos del sitio donde el niño la suelta,
que la manzana cae obli
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Cuando el mundo se afina
como si apenas fuera un filamento,
nuestras manos inhábiles
no pueden aferrarse ya de nada.
No nos han enseñado
el único ejercicio que podría salvarnos:
aprender a sostenernos de una sombra.
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El dibujo sonoro de la línea
es anterior al tiempo de lo blanco.
El tiempo de la línea
-como el espacio y el ritmo de la página-
es anterior al ritmo del color.
El espacio y el tiempo de la línea
son interiores al blanco de la página.
Cuerpo textuado, la escritura
es un ritmo de espacios de color:
de blanco sobre negro,
de negro sobre blanco
en el espacio en blanco de la línea,
en el espacio en blanco de la página,
en el espacio en blanco del