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Uno le dice a Cero que la nada existe
Cero replica que uno tampoco existe
porque el amor nos da la misma naturaleza
Cero mas Unos somos Dos le dice
y se van por el pizarrón tomados de la mano
Dos se besan debajo de los pupitres
Dos son Uno cerca del borrador agazapado
y Uno es Cero mi vida
Detrás de todo gran amor la nada acecha.
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El espíritu de la Catedral en restauración,
sosteniéndose en pie,
ilumina el paisaje mágico
de vigas de hierro y cimbras de madera.
A medida que avanza
la oscuridad,
sus contornos se van difuminando.
Pero la más leve llama
descubre
su ilimitada resistencia
a las tinieblas.
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¿Y la tangente, señor Arcipreste?...
¿El radio de la esfera que se quiebra y se fuga?
¿La mula ciega de la noria, que un día, enloquecida, se liberta del estribillo rutinario?...
¿La correa cerrada de la honda, que se suelta de pronto para que salga la furia del
guijarro?...
¿Esa línea de fuego tangencial que se escapa del círculo y luego se convierte en un
disparo? Porque el cielo... Señor Arcipreste, ¿sabe usted?,
No hay arriba ni abajo...
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Muchas veces has oído
hablar de electricidad.
¿Qué sabes tú de este fluido
maravilloso, en verdad?
Es una fuerza esparcida
que vaga en el mundo incierta;
mansa, muy mansa dormida,
y aterradora despierta.
Es materia muy sutil,
que se junta y enrarece,
produciendo efectos mil
cuando en un punto aparece.
Tal es la electricidad,
que por todas partes cunde,
la que con velocidad
más que la luz se difunde.
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Niño, vamos a cantar
una bonita canción;
yo te voy a preguntar,
tú me vas a responder:
Los ojos, ¿para qué son?
Los ojos son para ver.
¿Y el tacto? Para tocar.
¿Y el oído? Para oír.
¿Y el gusto? Para gustar.
¿Y el olfato? Para oler.
¿El alma? Para sentir,
para querer y pensar.
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Kepler miró llorando los cinco poliedros
encajados uno en otro, sistemáticos, perfectos,
en orden musical hasta la gran esfera.
Amó al dodecaedro, lloró al icosaedro
por sus inconsecuencias y sus complicaciones
adorables y raras, pero, ¡ay!, tan necesarias,
pues no cabe idear más sólidos perfectos
que los cinco sabidos, cuando hay tres dimensiones.
Pensó, mirando el cielo matemático, lejos,
que quizá le faltara una lágrima al miedo.
La lloró cristalina: depositó el silencio,
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Como caballo salvaje,
saltando de nube en nube
corre inquieto, baja y sube
sin rienda ni vasallaje;
tenido fue por mensaje
de celestiales enojos,
pues, lanzando dardos rojos,
el alto muro derrumba,
y abre inesperada tumba
a polvorientos despojos.
Caudillo de la tormenta
que agita los hondos mares,
tronza robles seculares
y al fuego voraz afrenta:
¿ quién tomará por su cuenta
domeñar su furia brava?
¿Quién del torrente de lava
pondrá dique a la carrera?
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En mi garganta quedará un silencio
interminable gritando tu ausencia
injusta y dolorosa para siempre.
Corría Andalucía por tus venas
Inundándonos con la luz del sur
Y tu casa y tu vida eran las nuestras
Y te queríamos porque eras tú
Y en ti todos soñábamos estrellas.
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A Eduardo Rodrigáñez
Vírgenes con escuadras
y compases, velando
las celestes pizarras.
Y el ángel de los números,
pensativo, volando
del 1 al 2, del 2
al 3, del 3 al 4.
Tizas frías y esponjas
rayaban y borraban
la luz de los espacios.
Ni sol, luna, ni estrellas,
ni el repentino verde
del rayo y el relámpago,
ni el aire. Sólo nieblas.
Vírgenes sin escuadras,
sin compases, llorando.
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En dos lucientes estrellas,
Y estrellas de rayos negros,
Dividido he visto el Sol
En breve espacio de cielo.
El luciente oficio hacen
De las estrellas de Venus,
Las mañanas como el alba,
Las noches como el lucero,
Las formas perfilan de oro,
Milagrosamente haciendo,
No las bellezas oscuras,
Sino los oscuros bellos;
Cuyos rayos para él
Son las llaves de su puerto,
Si tiene puertos un mar
Que es todo golfos y estrechos.