• Hacia la plenitud

    Recibimos
    recibimos
    tenemos el sortilegio de recibir
    de en secreto sin fin
    lo Impalpable recibir

    DÍA DEL NACIMIENTO DE LA ILIMITACIÓN

    Otro Mundo me acepta
    me anexiona
    me absorbe
    me absuelve
    Armisticio de las pasiones

    Bancos de claridad
    soterradamente
    soberanamente

    La emanación de existir
    el engrandecimiento de existir
    el promontorio, la impetuosidad de existir

    He llegado a la plenitud
    El instante es más que el ser
    El ser es más que los seres
    y todos los seres son infinitos

    .

  • Apocalipsis 1999

                El hombre es ahora el amo.
    El hombre ha puesto la vida a su servicio.
    El mundo es una máquina obediente
    multiplicándose,
                                                    expandiéndose,
          informando.
    Cada segundo un cambio.

  • Los átomos

    Homenaje a Mme. Curie

    Vivir es lo más íntimo del mundo.
    Es sentir en la piel esa caricia
    del aire circundante. Estar despierto.
    Despierto de la muerte, estar en vivo.
    Haber atravesado los confines
    de la nada y venir a establecerse
    a esta zona clemente del espacio
    donde la enfermedad se llama vida.
    Ser entonces lo vivo, lo preciso
    esta palpitación inesperada,
    este ardor hecho sueño, este trastorno
    de placidez, un canto, una plegaria.
    Un entretenimiento delicioso
    del que nunca sabremos a su hora

  • Cirugía plástica

    ¿Me acompaña, señora?
    Es hacia el final del pasillo,
    desde aquí se ve la placa:
    Salón de Cirugía Plástica.
    Me dice que de nuevo
    querría ser joven, bella, seductora,
    o parecerlo, que viene a ser lo mismo.
    Me dice que ya no puede más
    con las arrugas, las bolsas,
    las patas de gallina,
    y que en los cuartos del amor,
    aun con luz velada, se ven, señora, se ven
    como un paisaje lunar.
    Usted quiere la cirugía plástica,
    tanto la quiere, mi señora,
    que ya se ve en sus senos la turgencia,
    y en su piel., ¡oh, la piel, señora mía!

  • Del naturalista y la muerte

    I

    Huellas de astas y cascos, sonrisas
    y esperanzas precursoras del año
    y escrituras terrestres, del día.
    Indicios e informes sobre ciervos y otros prodigios
    más herméticos.

    II

    Ángel y búho, en secreto concierto,
    volaban juntos, cazaban juntos
    ratones y lemures al anochecer.
    Solos en el sombrío escalón del poniente,
    así hermanos en la ferocidad.

    III

  • Te llamaban el sabio

    Lejanos te parecen hoy los días
    de campamento en el asedio a Murcia;
    olvidaste el aroma del azahar
    la luz de las fogatas de tus hombres
    y las canciones de los catalanes
    y aragoneses de tu yerno En Jaume.

    Pero estuviste allí como también estabas
    en Jerez en Lebrija en Niebla de Cádiz:
    no eres un perdedor pero sí un tanto inhábil
    en cuestiones de hacienda y de gobierno;
    se te esfumó el imperio alemán que pretendías
    pero tuyo es el reino de las artes y letras
    el reino de la ciencia y de los astros
    de la historia y las leyes.

  • Cobijo en la materia

            Como un útero inmenso, como un cálido
    seno materno, siento
    que la materia me cobija. Entro,
    al fin, en los estados transparentes.

            Llega la luz dormida, llega un árbol
    atribulado y la pisada hierba
    y la tierra humeante y se deslían
    las madejas del aire y llega un agua
    aparentando candidez y peces
    llegan también y pájaros
    picoteando la mañana y llega
    mi mano tanteando,
    palpando la materia y ella misma
    siendo materia y todo se entrelaza,

  • Un poema sobre la mala suerte

    Cuando nací las esferas y los planetas
    se desviaron de sus órbitas.
    Si vendiera velas, el Sol no se pondría hasta
    el día de mi muerte.
    De nada me sirve buscar el éxito porque
    se me han torcido los astros.
    Si vendiera mortajas, la gente no se moriría.
    Si pusiera mi mano en un horno, se apagaría
    y nadie lo podría volver a encender.
    Si fuera a buscar agua al mar, se secaría,
    incluso aunque estuviera lloviendo.
    Si vendiera armas, los enemigos haría la paz
    y no habría guerra

  • La quimera del oro

           Si queréis verlo, huid de las estrellas.
    No está en el aire,
    aunque, a veces, el aire tenga su voz y silbe
    en las duras aristas de la noche
    su burda copia de las aves.
    No está, no está en el agua,
    ni en la más honda, ni en las más oscura:
    en aquélla que habitan peces ciegos
    y el nácar se acobarda de ser blanco.
    No, no está ni en la brasa:
    el fuego es el Espíritu que cae
    en amarillos copos sobre las santas frentes.

           La tierra es su elemento.

  • Decepción de la alquimia

    Cada día, cuando el bote se acerca
    a la boca del río, donde vuelca
    al lago su corriente helada,
    turbia de las cenizas de un volcán
    que ardió en el pleistoceno,
    mi pensamiento alquímico
    espera, no sé, que en la confluencia
    pase algo.

                      Y no pasa nada;
    el bote va solo, siguiendo la línea
    que separa lo opaco claro
    de la profundidad translúcida
    y oscura. Se adivinan, allá abajo,
    los juncos que nunca asoman