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Yo estoy cansado.
Miro esta ciudad
una ciudad cualquiera
donde ha veinte años vivo.
Todo está igual.
Un niño
inútilmente cuenta las estrellas
en el balcón vecino.
Yo me pongo también...
Pero él va más deprisa:
no consigo alcanzarle:
Una, dos, tres, cuatro, cinco...
No consigo alcanzarle.
Una, dos ...
tres...
cuatro...
cinco
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Hermano, amaneció. Mirá.
Ahora podemos ver ya el volcán Masaya
y su humo
saliendo del cráter, y la laguna, verde, de Masaya,
más allá la laguna de Apoyo, muy azul,
las Sierras, y serranías de color cielo
hasta la lejanía, la verdad es
que nuestra tierra es de color de cielo,
más lejos, ¿lo ves?
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Sí, ¡todo con exceso!
¡La luz, la vida, el mar!
Plural, todo plural,
luces, vidas y mares.
A subir, a ascender
de docenas a cientos,
de cientos a millar,
en una jubilosa
repetición sin fin,
de tu amor, unidad.
Tablas, plumas y máquinas
todo a multiplicar,
caricia por caricia
abrazo por volcán.
Hay que cansar los números.
Que cuenten sin parar,
que se embriaguen contando,
y que no sepan ya
cuál de ellos ser el último;
¡qué vivir sin final!
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No es preciso que sea mensajera
la paloma sencilla en tu ventana
te informa que el dolor
empieza a columpiarse en el olvido
y llego desde mí para decirte
que están el río el girasol la estrella
rodando sin apuro
el futuro se acerca a conocerte
ya lo sabes sin tropos ni bengalas
la traducción mejor es boca a boca
en el beso bilingüe
van circ
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Los filósofos dicen que cualquier tiempo
está equidistante de la eternidad.
Es una buena definición de un punto.
El tiempo que vivimos no es lineal
no es tampoco circular, es un simple
punto que en su interior sueña
ser una frágil e infinita línea
llena de vida, de tiempo y de destino.
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Uno le dice a Cero que la nada existe
Cero replica que uno tampoco existe
porque el amor nos da la misma naturaleza
Cero mas Unos somos Dos le dice
y se van por el pizarrón tomados de la mano
Dos se besan debajo de los pupitres
Dos son Uno cerca del borrador agazapado
y Uno es Cero mi vida
Detrás de todo gran amor la nada acecha.
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El espíritu de la Catedral en restauración,
sosteniéndose en pie,
ilumina el paisaje mágico
de vigas de hierro y cimbras de madera.
A medida que avanza
la oscuridad,
sus contornos se van difuminando.
Pero la más leve llama
descubre
su ilimitada resistencia
a las tinieblas.
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¿Y la tangente, señor Arcipreste?...
¿El radio de la esfera que se quiebra y se fuga?
¿La mula ciega de la noria, que un día, enloquecida, se liberta del estribillo rutinario?...
¿La correa cerrada de la honda, que se suelta de pronto para que salga la furia del
guijarro?...
¿Esa línea de fuego tangencial que se escapa del círculo y luego se convierte en un
disparo? Porque el cielo... Señor Arcipreste, ¿sabe usted?,
No hay arriba ni abajo...
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Muchas veces has oído
hablar de electricidad.
¿Qué sabes tú de este fluido
maravilloso, en verdad?
Es una fuerza esparcida
que vaga en el mundo incierta;
mansa, muy mansa dormida,
y aterradora despierta.
Es materia muy sutil,
que se junta y enrarece,
produciendo efectos mil
cuando en un punto aparece.
Tal es la electricidad,
que por todas partes cunde,
la que con velocidad
más que la luz se difunde.
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Niño, vamos a cantar
una bonita canción;
yo te voy a preguntar,
tú me vas a responder:
Los ojos, ¿para qué son?
Los ojos son para ver.
¿Y el tacto? Para tocar.
¿Y el oído? Para oír.
¿Y el gusto? Para gustar.
¿Y el olfato? Para oler.
¿El alma? Para sentir,
para querer y pensar.