Fecha
Autor
Ángel Gabilondo (Rector de la Universidad Autónoma de Madrid)

De la universidad conocida a la universidad reconocida

Recientemente la ANECA ha hecho públicos los resultados de una encuesta sin precedentes en la que se pone de manifiesto la elevada consideración de la Educación Superior en los universitarios pese al desconocimiento de gran parte de su labor en el terreno educativo. Según la encuesta Imagen Pública del sistema Universitario Español, el 75% de los jóvenes valora positivamente su paso por la Universidad. Una institución a la que dan una puntuación de 4,4 sobre 5. Sin embargo, y si bien la opinión general de los estudiantes sobre la Universidad es buena, la valoración pormenorizada de la misma, difiere según sus servicios. La investigación y la posibilidad de realizar los estudios deseados son las asignaturas pendientes para el 51,9% y el 42,7% de los consultados. Las actividades extraacadémicas y la atención y medios por alumnos también obtuvieron una valoración "baja" en el 41,3% y el 32,9% de los casos, seguidos por el número de profesores (32,9%) y la información (29,7%). Si bien el resto de factores son calificados mayoritariamente como "aceptables" -más de la mitad de los encuestados valoraron de este modo los edificios, el espacio, el equipamiento y la cualificación de los profesores-, pocas áreas obtuvieron una consideración "elevada", por encima de 10%, como sólo ocurrió en las áreas dedicadas a la docencia. La encuesta no ha lugar a dudas: a los estudiantes les gusta su universidad y tienen una opinión muy definida acerca de ella. Pero, ¿hasta qué punto se encuentra fundamentada? La respuesta a esta pregunta se encuentra implícita en el informe donde los estudiantes reconocen en un 38,5% estar poco informados sobre lo que ocurre en su universidad y un 10,5% nada informados. No sabemos si será por este o por otros motivos por los que precisamente no conocen uno de los aspectos fundamentales para el actual sistema universitario, la Convergencia Europea.
No resulta fácil establecer los mecanismos que conducen a que una institución tenga una definida imagen. Ni siquiera ello coincide, sin más, con que resulte prestigiosa para sus fines. En ocasiones parecería que son factores bastante inclasificables los que inciden en el conocimiento de una universidad. Pero también en este caso no siempre ser conocida es lo mismo que ser reconocida. Sin embargo, recibimos con satisfacción el que, según los resultados de una encuesta realizada por la ANECA, la universidad es una institución muy respetada pero, dicho a nuestro modo, no siempre suficientemente próxima. La falta de cercanía no ha impedido que, por ejemplo, en el caso de la Universidad Autónoma, ésta haya resultado incluida entre las universidades más conocidas de España. No siempre los discursos públicos han sido considerados con la institución universitaria, que parecería ensimismada en sus propias lucubraciones. Sin embargo, la labor sería, constante, insistente, con el soporte de la apuesta de los ciudadanos, está inexorablemente encaminada a producir efectos de reconocimiento. Hay mucho silencio y mucho trabajo en la universidad y ello, más allá de cualquier propaganda, produce unos manifiestos efectos de reverberación, casi una turbulencia. Entre otras razones porque, a pesar de lo que algunos pretenden sostener, la universidad mantiene bien trabados sus lazos con múltiples instituciones y entidades, con convenios y proyectos comunes. Bastaría una mínima información -y hemos de ofrecerla- para sorprenderse de lo que hoy es y hace una universidad. Tenemos muchísimo que mejorar, pero nada más lejos de la realidad que estimar que nos encontramos en un mundo cerrado y aislado. No basta con analizar la audiencia en los medios de comunicación, no es suficiente con medir el impacto de nuestras actividades. Los caminos de la presencia y de la influencia son mucho más sutiles y requieren matización. Con todas las dificultades, pero con plena convicción, la universidad se asocia con pluralismo y diversidad, diálogo y participación. Los amigos del apresuramiento, los que confunden decisión con precipitación, los que tienen más prisa que razones se desalientan con los procesos y los procedimientos de una institución que, sin embargo, avanza inexorablemente y es capaz de transformar radicalmente su organización y sus estructuras, no a pesar de esos factores democráticos, sino precisamente a través de ellos.

Ciertamente se hace necesario modificar en muchos aspectos el actual estado de cosas y para eso requerimos el impulso social de quienes estiman que no ha de hacerse contra los universitarios, sino con ellos, a través de su quehacer. Y esa modificación no es un simple traslado, un conjunto de desplazamientos, es, y sólo así será, la tarea de una sociedad que cree en la universidad y apoya un gran pacto de financiación para impulsar la enseñanza superior, mediante la inversión pública. Y no ya simplemente porque habremos de compartir el espacio europeo en ese sentido, sino porque la vitalidad de las instituciones permite plantearnos desafíos y retos intrínsecos, sin necesidad de mayores alicientes ni nuevas necesidades. En todo caso, ésta es una buena oportunidad, una gran ocasión, otra nueva razón. Y lo es para que nuestros estudios ofrezcan una formación integral y básica, y preparen profesionalmente, insertando en el ámbito laboral. Ello nos obliga a una diferente organización de los estudios, de las formas de aprendizaje, de innovación y de investigación para que las competencias y las capacidades respondan a objetivos y a necesidades y produzcan resultados.

Comprendemos lo que se nos reclama y atendemos a cuanto se espera de nosotros, pero somos desafiados asimismo por nuestra disposición universitaria, que nos hace ser exigentes con nosotros mismos y dar cuenta de nuestra labor.

Lejos de la imagen, propuesta desde algunos sectores, de una universidad resistente, inflexible a los cambios, más bien son esos mismos ámbitos los que en ocasiones no favorecen los procesos para afrontar este desafío. Estamos convencidos y dispuestos. En primer lugar, trabajamos por nuestra reorganización, por una mejor gestión, por unas condiciones laborales y de remuneración adecuadas, por dotarnos de infraestructuras de calidad para desarrollar una labor docente e investigadora de excelencia. Pero esta tarea sólo resultará eficiente si disponemos de suficiencia financiera. Y aquí el esfuerzo ha de ser de toda la sociedad, de los poderes públicos y de nosotros mismos en la vinculación de los recursos con las mejores tareas.

La innovación y la investigación, la cultura y la ciencia son indispensables en la sociedad del conocimiento y en este sentido la universidad desarrolla una labor decisiva. La Universidad Autónoma de Madrid acepta el reto, forma parte de sus señas de identidad el hacerlo y lejos de quienes profetizan catástrofes y parecen dudar acerca de la universidad, busca permanentemente el modo de mejorar. Tal vez conviene no olvidar que, si bien la formación es ya tarea que ha de desarrollarse a lo largo de toda una vida, éste es un espacio con una presencia mayoritaria de jóvenes que, entre otros aspectos, llevan un modo de vida que deseamos sea universitario. Es decir, los valores, las convicciones, los principios han de ser una verdadera propuesta de forma de entender la convivencia. Ello nos obliga a contratar de una determinada manera, a organizar nuestros espacios según unos criterios de respeto y de ambientalización que suponga un acicate social y es necesario proponer alternativas eficientes.

No basta con ser conocidos, aunque ello nos alegra. Buscamos ser preferibles, y que sea así basándose en buenas razones, en fundados motivos. Nos satisface que, más allá de los agoreros, la universidad sea una institución respetada y que se nos elija. Ésta es la mejor respuesta de nuestro alcance público.

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