Una conferencia científica a principios del siglo XX ayudó a popularizar este alimento como “cura” contra el envejecimiento
En 1904, el biólogo Elie Metchnikoff del Instituto Pasteur impulsó sin querer una moda global por el yogur al proponer que ciertas bacterias intestinales causaban el envejecimiento. Metchnikoff sugirió que el consumo de yogur, especialmente aquel que contiene el "bacilo búlgaro", podría fomentar el crecimiento de bacterias beneficiosas en el intestino y prevenir el envejecimiento. Sus declaraciones, aunque hipotéticas, fueron reportadas de manera sensacionalista por la prensa, alimentando un frenesí por el yogur, visto como un elixir de longevidad.
Aunque Metchnikoff intentó contrarrestar esta visión simplista de sus hipótesis, era demasiado tarde. En Francia, Inglaterra y Estados Unidos, entre otros sitios, se creó un entusiasmo sin precedentes por el yogur. Cuando años más tarde, en 1908, Metchnikoff ganó el premio Nobel por sus trabajos anteriores en el campo de la inmunidad, la popularidad del yogur aumentó todavía más.
Con el tiempo, el papel de las bacterias intestinales con la longevidad ha ido cambiando. Al entusiasmo producido por la charla de Metchnikoff le siguió un tiempo de escepticismo, aunque más recientemente sí que se han podido establecer ciertos vínculos entre el microbioma intestinal y muchas enfermedades.
Podéis leer más sobre el tema en este artículo en inglés publicado en la revista Smithsonian.
