Fecha
Autor
Alcíbar, Miguel. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 2007. 286 páginas.

Comunicar la ciencia. La clonación como debate periodístico.

DE LA CIENCIA Y SU DIVULGACIÓN<br> Reseña realizada por Raquel Bello-Morales<br> Universidad Autónoma de Madrid

Análisis epistemológico del estado de la divulgación científica en los medios de comunicación y la comunicación social de la ciencia y su aplicación práctica a un caso significativo: el debate sobre la clonación humana.

La primera parte del ensayo hace un repaso sintético del desarrollo de la epistemología desde el neopositivismo, simbolizado por el Círculo de Viena, hasta nuestros días, pasando por Popper y Kuhn. Esta parte teórica tiene especial importancia dado que, según el autor, la imagen social de la ciencia que construyen los medios de comunicación en la actualidad procede de la imagen tradicional promovida por el pensamiento positivista. El autor critica el fundamento neopositivista que defiende que el conocimiento se deriva directamente de la percepción y que la observación conduce sin sesgo a la realidad, lo que representa mediante el mito lockesiano de la "Inmaculada Percepción". A esta idea, Alcíbar contrapone un punto de vista según el cual los condicionantes impuestos por los esquemas conceptuales y las creencias extra-científicas pueden afectar profundamente a la percepción, y la separación entre sujeto cognoscente y objeto cognoscible es, por tanto, artificiosa: "Lo que se piensa -dice el autor- determina de alguna manera lo que se percibe". Alcíbar pretende asimismo transmitir que la ciencia no es "una empresa alejada de cualquier interés que no sea el de la búsqueda de conocimiento puro y verdadero". No obstante, el autor afirma su deseo de trascender tanto el reduccionismo materialista propio del positivismo como el reduccionismo sociológico de ciertas corrientes del construccionismo social y, de esta manera, se posiciona ideológicamente rechazando "tanto la postura que representa la ciencia como una actividad axiológicamente neutral y dotada de un algoritmo lógico-empírico (método científico) que, bien aplicado, permite alcanzar la Verdad sobre el «mundo real», como aquella que acepta la naturaleza construida de los hechos científicos para cuya existencia no es preciso invocar ninguna contribución ni constreñimiento de lo real". No obstante, si bien queda claro que el autor quiere rechazar esas dos posturas, queda menos claro cuál es exactamente la concepción filosófica por la que se decanta. Alcíbar explica también cómo la publicación en 1962 de La Estructura de las Revoluciones Científicas de Kuhn, sentó las bases para la crítica a esa concepción heredada, críticas que hoy se reúnen bajo el nombre genérico de Estudios CTS (Ciencia, Tecnología y Sociedad), cuyo enfoque considera a la ciencia como un producto social que depende de un determinado contexto histórico y cultural.

Desde estos marcos conceptuales, el autor aborda también el análisis de la divulgación científica, que para él no es una actividad que desvirtúa o devalúa el conocimiento científico (visión positivista). Muy al contrario, para Alcíbar la divulgación científica "selecciona, reorienta, adapta, refunde, en definitiva, transforma un conocimiento específico de naturaleza científica para que sea consumido dentro de un contexto distinto y con propósitos diferentes por una determinada comunidad cultural". Por ello, y según esta óptica, la divulgación científica no es un simple proceso de simplificación o «traducción» de mensajes científicos que posibiliten su comprensión por el público lego, sino que consistiría más bien en la recontextualización de algún aspecto del conocimiento o de la práctica científica.

Huyendo de realizar un mero «malabarismo teórico», el autor incluye numerosos ejemplos periodísticos que ilustran la parte teórica y la segunda parte del ensayo aborda dos casos significativos en el campo de la comunicación social de la ciencia: la clonación de la oveja Dolly en 1997 y la supuesta clonación de una niña llamada Eva en 2002 proclamada por la secta de los raëlianos. Para ello, el autor analiza desde una perspectiva socio-comunicativa el debate sobre la clonación humana que tuvo lugar en el diario El País entre diciembre de 2002 y enero de 2003. Concretamente, Alcíbar hace un análisis de la forma en que El País abordó el debate público sobre la clonación humana: los argumentos empleados, la forma en que fueron representados los actores involucrados en el debate -principalmente los científicos y los raëlianos- y las consideraciones éticas, sociales y científicas que los periodistas utilizaron para defender sus puntos de vista. El autor sostiene que la pretensión substancial que guía la estrategia comunicativa de El País consiste fundamentalmente en que se diferencie de manera rotunda la clonación reproductiva de la clonación terapéutica, para poder así defender el uso de la segunda: "El periódico muestra que el interés del debate recae en que se diferencie sin ambages ambos tipos de clonación, con objeto de regular adecuadamente la investigación en esa prometedora área biomédica". De esta manera, el anuncio de los raëlianos se considera como una amenaza a la producción científica en ese campo y, ante este hecho, El País intenta, según el autor, promover la opinión favorable hacia la clonación terapéutica. Para Alcíbar esta actitud es maniquea, ya que promueve una imagen seria y honesta de la comunidad científica mientras que, por el contrario, desprestigia el anuncio de los raëlianos a pesar de que, según él, aunque la autenticidad del anuncio no ha podido ser confirmada, tampoco ha sido refutada. Además, según Alcíbar, El País utiliza la palabra secta cuando se refiere a los raëlianos con una "resonancia despectiva", ya que este concepto tiene, siempre según el autor, una carga peyorativa.

Posiblemente no sea necesario referirse despectivamente a los raëlianos, ya que el hecho de que se autodefinan como una organización religiosa que cree que unos seres extraterrestres muy avanzados científicamente (los Elohim) crearon la vida sobre la Tierra, es un hecho que habla por sí sólo. Según los raëlianos, en diciembre de 1973 Claude Vorilhon (Raël) fue secuestrado por extraterrestres y conducido en platillo volante a un planeta no identificado donde se le reveló esta verdad. Posiblemente no haga falta decir nada más. Que los propios lectores juzguen quién merece más credibilidad: los científicos y periodistas que se han pronunciado públicamente en las páginas del El País, o los viajeros interestelares.

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