Fecha
Autor
Antonio López Vega ( Instituto Universitario de Investigación José Ortega y Gasset)

Antonio López Vega. Premio de Investigación "Julian Marias" 2012<br><br><small>De Marañón a Marías: La tradición liberal española</small>

Cuando se han cumplido doscientos un a&#241;os de la promulgaci&#243;n de la Constituci&#243;n de C&#225;diz, conviene recordar que, si bien fue entonces cuando el vocablo <EM>liberal</EM> se llen&#243; de contenido pol&#237;tico, anteriormente, ya ten&#237;a significaci&#243;n &#233;tica. As&#237;, ya en el siglo XVII, se puede encontrar el t&#233;rmino liberal en textos cervantinos o en el Tesoro de la lengua castellana de Covarrubias, donde aparece como sin&#243;nimo de prodigalidad o magnanimidad y se define como "el que graciosamente hace el bien a los menesterosos guardando el modo debido". <BR><BR>
Pero, como digo, no fue sino hasta el siglo XIX cuando el Estado de Derecho Liberal adquirió carta de naturaleza. Si durante el Antiguo Régimen el ordenamiento jurídico había sido plural y heterogéneo -siendo las leyes y penas diferentes en función del estamento al que se perteneciera o la profesión que se ejerciera-, las Revoluciones Americana y Francesa nos hicieron ciudadanos libres e iguales ante la ley y suprimieron los derechos históricos o adquiridos. Las Cortes gaditanas vieron así nacer el liberalismo como ideología política fundamentada en que la soberanía reside en la nación y caracterizada por el imperio de la ley, las garantías judiciales, la separación de poderes y la positivización de los derechos y libertades de los ciudadanos y, claro, entre ellos, el derecho a la propiedad privada desarrollada en un mercado libre. Por ello, digámoslo ya, es una mala interpretación histórica asimilar liberalismo exclusivamente con mercado. Si hay un binomio que caracteriza la esencia del liberalismo, éste es Liberalismo=Parlamentarismo.

Doscientos un años después de la promulgación de la Constitución de Cádiz, es un buen momento para reivindicar la mejor herencia del liberalismo. La que ensalzaba la ejemplaridad ética, severa y austera añadiría yo, en esta coyuntura concreta

Todavía en el siglo XIX el liberalismo no fue democrático y la extensión de derechos y libertades no alcanzó a la inmensa mayoría de la población. Por ello, al tiempo que, en las últimas décadas del siglo nacían el movimiento obrero y los partidos socialistas, comenzó a gestarse una reacción social dentro del propio liberalismo que tuvo, entre sus manifestaciones más notables en España, al institucionismo gineriano, matriz de la generación de Ortega y Gasset y de Marañón. La generación del 14 fue la primera en nuestra historia que no estaba formada exclusivamente por hombres vinculados al mundo de las letras, sino también por científicos. Aquellas personas tuvieron como quicio generacional europeizar España, por decirlo con Ortega, asomándola a la modernidad entendida, fundamentalmente, como ciencia y cultura en el más amplio sentido de los términos y que se tradujo, en lo político, en una fuerte aspiración de mejoras sociales.

En aquellos difíciles años, enarbolaron la bandera del Reformismo y, cuando el rey decidió en 1923 suprimir el sistema parlamentario liberal, Marañón fue, junto a Unamuno y Valle-Inclán, uno de los poquísimos referentes intelectuales que, desde el principio, se dieron cuenta de lo que realmente suponía la Dictadura de Primo de Rivera. Por decirlo en palabras de Raymond Carr, 1923 "es la fecha decisiva en la historia de la España moderna, la gran divisoria", eje interpretativo para los que siguieron el magisterio del profesor oxoniense -Fusi, Varela Ortega, Ben Ami o Romero Maura, entre otros y, para los que, como yo, hemos seguido a éstos.

Además, la preocupación por una mayor justicia social de aquellos liberales, trajo consigo lo más valioso del espíritu reformista que auspició la llegada de la II República. En lo que de hecho era la variable española del social liberalismo europeo y norteamericano, convirtieron la extensión de la educación universal y gratuita y la atención sociosanitaria en una preocupación nacional; los dos pilares que iban a fundamentar lo que en la segunda mitad del siglo XX conoceríamos como Estado de Bienestar y que tiene entre sus fuentes originarias esta hora del liberalismo.

Llegados los años treinta, el sectarismo se adueñó de la vida española y aquellos liberales contemplaron con horror cómo su país se despeñaba por el precipicio del odio, el rencor y la incomprensión, destruyendo todo aquello por lo que habían luchado. Así, sintiéndose divorciados del giro que tomaron los acontecimientos, se constituyeron en lo que conocemos como tercera España, proclamando, desde los meses finales de la Guerra Civil y hasta el final de sus días, la necesidad de la reconciliación nacional para la construcción de la futura España.

Aquella tragedia frustró las aspiraciones de la generación del 14 y también de las que llegaron después. En este sentido, me siento muy honrado al recibir un premio que lleva el nombre de "Julián Marías". En él, como en Marañón, encontramos también lo mejor de la herencia liberal española. Marías, que había estudiado en la mejor Facultad de Filosofía y Letras de la historia de España y que tuvo entre sus maestros universitarios a Ortega, Morente, Gaos, Zubiri o Besteiro, al que acompañó en sus últimos momentos antes de que la Dictadura franquista le dejara morir de manera ignominiosa en el Penal de Carmona, también vio quebrado su proyecto vital. Entonces, sufrió cárcel a causa de su pasado republicano, y en los años de la Dictadura no pudo cumplir con su vocación docente porque, por decirlo con el trinomio orteguiano para describir la vida como realidad radical, la circunstancia y el azar no le acompañaron.

Si Marañón articuló su discurso sobre la concordia nacional subrayando que había que "estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin", Marías, por su parte, hizo de la reflexión sobre cómo pudo ocurrir la tragedia española el nudo gordiano de su aportación política. Y así, recogiendo uno de los principales fundamentos liberales, hizo hincapié en que la Guerra Civil no fue inevitable, sino la consecuencia de una "ingente frivolidad" de las clases dirigentes del país que "se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de la responsabilidad".

A partir de los años cuarenta, la recuperación de la tradición liberal que el régimen de Franco trató de erradicar pervivió a través de personalidades como la de aquellos liberales que regresaron a España, y la de nuevas figuras que emergieron desde diferentes procedencias ideológicas en las que, el liberal Marías destacó por su irreprochable pulcritud moral. La muerte en 1955 Ortega y Gasset, líder de la generación de Marañón y maestro filosófico de Marías, significó el nexo de unión entre los liberales de antes y después de la Guerra, y entroncó esa tradición con las diferentes corrientes que ya, desde entonces, trabajaban por hacer posible la España de todos que habría de llegar a la muerte de Franco. No voy a insistir en el éxito colectivo que ha supuesto la Transición a la democracia y que nos ha legado los años de mayor prosperidad de nuestra historia contemporánea. Sí quisiera terminar con una reflexión final sobre la crisis que hoy amenaza el fundamento del parlamentarismo liberal. Los historiadores que estudiamos el pasado para comprender el presente y poder construir un futuro mejor sabemos que, aunque en coyunturas críticas pasadas, como el período de entreguerras, el sistema salió reforzado, nada garantiza que así vaya a ser en el futuro. Una de las causas que han originado el descrédito del liberalismo en las últimas décadas es el hecho de que se ha tendido a identificar, exclusivamente, con lo económico y con las peores prácticas del capitalismo financiero como la desregulación masiva e irresponsable de los mercados que está en el origen de la gravísima crisis económica que estamos sufriendo.

Por eso quiero terminar mis palabras retomando mi argumento inicial y subrayando que hoy, doscientos un años después de la promulgación de la Constitución de Cádiz, es un buen momento para reivindicar la mejor herencia del liberalismo. La que ensalzaba la ejemplaridad ética, severa y austera añadiría yo, en esta coyuntura concreta. La que entronca con el Parlamentarismo como altavoz de todas las aspiraciones y sensibilidades ciudadanas representadas por los diputados. La que hace de la separación de poderes el fundamento del equilibrio del aparato del Estado y protege a los ciudadanos ante posibles abusos. La que defiende y fomenta las libertades y la iniciativa individual frente a la injerencia del Estado pero, a la vez y en aras al mejor espíritu liberal, protege y fomenta la igualdad de oportunidades con medidas comúnmente asociadas al Estado de Bienestar. Por eso, hoy más que nunca, es tiempo de reflexión para que políticos y ciudadanos seamos capaces de, como señalaba el propio Marías, "poner en marcha una empresa atractiva, ilusionante, incitante" que garantice el futuro de nuestros hijos.

Muchas gracias.

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