Fecha
Autor
José Manuel Nieves

Una serie de 'rocas extrañas' hicieron posible la vida en la Tierra

Una nueva teoría explica cómo nuestro planeta pudo pasar de ser una bola ardiente de magma a un lugar apto para la vida
La Tierra primitiva no se parecía en nada al planeta que habitamos hoy. Hace 4.500 millones de años, nuestro mundo era una bola de magma ardiente, la corteza terrestre no se había formado aún y, para colmo, enormes impactos de objetos de todos los tamaños, incluso planetarios, bombardeaban sin piedad su ardiente superficie. Pero a pesar de todo eso, bastaron unos pocos cientos de millones de años para que todo cambiara, el agua llenara las cuencas oceánicas y surgiera la vida. Los científicos piensan que los organismos vivientes más antiguos, en efecto, surgieron en nuestro mundo hace alrededor de 4.100 millones de años. ¿Cómo pudo ser eso posible?
 
Ahora, un equipo de investigadores de la Universidad de Yale y el Instituto de Tecnología de California (Caltech) ha propuesto en 'Nature' una nueva y audaz teoría para explicar cómo la Tierra logró pasar de ser un mar de lava a un planeta capaz de albergar vida. El trabajo se centra en los primeros 500 millones de años de la Tierra (el eón Hadeano) e involucra a una serie de rocas 'extrañas' que interactuaron con el agua justo en la forma correcta para dar un fuerte impulso a la materia orgánica.
 
«Este período -explica Jun Korenaga, coautor del estudio- es el momento más enigmático de la historia de la Tierra. Aquí presentamos la teoría más completa, con diferencia, para los primeros 500 millones de años de existencia de nuestro planeta».
 
Una atmósfera como la de Venus
 
La mayoría de los científicos piensan que la Tierra empezó con una atmósfera muy similar a la que hoy tiene Venus. Sus cielos estaban repletos de dióxido de carbono (más de 100.000 veces el nivel actual), y la temperatura en superficie superaba seguramente los 200 grados centígrados. Unas condiciones en las que, según la mayoría, la vida no habría podido formarse, y mucho menos prosperar.
 
Sin embargo, según explica Yoshinori Miyazaki, primer autor del estudio, «de alguna manera, se tuvo que eliminar una enorme cantidad de carbono atmosférico. Y dado que no se conserva ningún registro rocoso de la Tierra primitiva, nos dispusimos a construir un modelo teórico desde cero».
 
Así, Miyazaki y Korenaga combinaron aspectos de termodinámica, mecánica de fluidos y física atmosférica para construir un modelo totalmente nuevo. Y decidieron, además, hacerlo en base a una propuesta audaz: la Tierra primitiva estaba cubierta de rocas que actualmente no existen en nuestro planeta.
 
«Esas rocas -sostiene Miyazaki- se habrían enriquecido con un mineral llamado piroxeno, y probablemente tenían un color verdoso oscuro. Más importante aún, estaban extremadamente enriquecidas en magnesio, con un nivel de concentración que rara vez se observa en las rocas actuales».
 
Según explica el investigador, los minerales ricos en magnesio reaccionan con el dióxido de carbono para producir carbonatos, lo que desempeña un papel clave en el secuestro del carbono atmosférico. En su estudio, los investigadores sostienen que a medida que la Tierra fundida empezó a solidificarse, su manto, hidratado y húmedo (la capa rocosa de 3.000 km de grosor bajo la corteza), se contrajo bruscamente, lo cual aceleró de forma drástica el proceso de extracción de CO2 de la atmósfera.
 
De hecho, el modelo indica que la tasa de secuestro de carbono atmosférico fue hasta 10 veces más rápida de la que habría sido posible con el manto actual. El proceso, de este modo, 'solo' duró 160 millones de años. «Como beneficio adicional -añade Korenaga- estas rocas 'extrañas' de la Tierra primitiva reaccionaron fácilmente con el agua de mar para generar un gran flujo de hidrógeno, que se considera esencial para la creación de biomoléculas».
 
El efecto, según los investigadores, sería similar a lo que sucede en el campo hidrotermal de Ciudad Perdida, en el Océano Atlántico, un raro tipo de respiradero termal moderno de aguas profundas. Allí, la producción abiótica de hidrógeno y metano lo ha convertido en un lugar privilegiado para investigar el origen de la vida en la Tierra.
 
«Nuestra teoría -concluye Korenaga- tiene el potencial de abordar no sólo cómo la Tierra se volvió habitable, sino también por qué surgió la vida en ella».

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