DE LOS SABERES PROFUNDOS<br>
Las diversas teorías sobre los orígenes de la vida
Reseña realizada por Francisco Javier Serrano Bosquet<br>
Departamento de Estudios Humanísticos<br>Instituto Tecnológico de Monterrey (México)
La obra de José Luis González Recio Teorías de la Vida, publicada por la editorial Síntesis, analiza algunas de las teorías de la vida que el pensamiento occidental ha producido desde los pitagóricos hasta Darwin. El lector no encuentra en ella, sin embargo, una historia de la biología. El examen en detalle de las teorías biológicas formuladas entre la sabiduría pitagórica y el transformismo del siglo XIX hubiera obligado -nos advierte el autor- a un enfoque muy diferente del practicado. Lo que se intenta en los cuatro capítulos que componen el libro es algo distinto; lo que se ensaya es un recorrido a través de ese dilatado trayecto histórico, tomando como guía tres soluciones al problema de la organización biológica y explorando a la vez ciertos dominios de la creación teórica donde interactúan los elementos filosóficos y científicos del conocimiento biológico.
Durante aproximadamente veintidós siglos -los que van del siglo V a.C. al siglo XVII- las teorías biológicas dependieron de la importancia concedida a la estructura inteligible de los seres dotados de vida. Esta biología de la forma, sin agotar las fuentes de inspiración ontológica y teórica que fueron movilizadas durante tantos siglos, gozó de un predominio que se hará presente incluso en los trabajos de William Harvey. Los capítulos primero y segundo centran su atención en esta etapa, no sólo relevante por su duración, sino imprescindible para comprender lo que supuso el advenimiento de las nuevas teorías supeditadas a la ordenación espacial. Se parte en el primer capítulo de la impronta holista y finalista que tuvo la medicina griega y del significado que la teoría platónica del alma pudo terminar adquiriendo para los vitalismos posteriores. Es Aristóteles, pese a ello, como naturalista y como filósofo de la biología, la figura más destacada de esta fase del pensamiento biológico. En gran medida -explica González Recio- la biología de la forma es la biología de Aristóteles, asumida luego por la biomedicina galénica y convertida desde entonces en tesoro doctrinal inmodificado de Occidente y Oriente. La tradición hermética -que conjugará fuentes de inspiración tan diversas, según se explica en el capítulo segundo -adquiere su auge definitivo gracias a que la teoría del cambio sustancial expuesta en el De generatione aristotélico ha llegado a los alquimistas árabes. El dominio técnico de la naturaleza es en la alquimia el dominio técnico de la forma o, si se prefiere, el dominio de las técnicas de transmutación que están amparadas por la teoría aristotélica del cambio (de forma) sustancial. Todo ello hace que el nuevo vigor alcanzado por el aristotelismo en el siglo XIII signifique la reaparición plena de un sistema de pensamiento que, no obstante, se había mantenido vivo y operativo en Galeno y en la teoría alquímica de la materia.
Con todo, la erosión del sustancialismo comenzó a gestarse -según se describe a lo largo del texto- en ese mismo siglo: tuvo un anuncio limitado y parcial en la filosofía de la naturaleza de Grosseteste y Roger Bacon. Pero la ciencia de la forma empezó a ser interpelada después por la física del impetus y la nueva anatomía en los siglos XIV y XV; vivió aún el espejismo de su inalterabilidad pese a la publicación del De revolutionibus de Copérnico y el De fabrica de Vesalio en el siglo XVI; y perdió su inigualada influencia secular en la Revolución Científica, cediendo a la filosofía geométrica de la naturaleza el lugar de privilegio que había ocupado desde la Antigüedad. Se abría para las teorías de la vida la época dominada por el realismo espacial. Al estudio de esta geometría biológica, a la que se entregaron Descartes, Borelli, Stenon o Baglivi, entre muchos otros, y que prevaleció en la anatomía, la fisiología, la sistemática o las teorías de la generación, se dedica el capítulo tercero. El último capítulo se sitúa en el nuevo horizonte contemplado por los biólogos y naturalistas, cuando el papel del tiempo -como orden en el encadenamiento de los procesos fisiológicos o como condición de las transformaciones en la filogenia- empezó a ser percibido con claridad. Los orígenes y consolidación de la biología celular, el avance del programa experimental en fisiología y el multiforme debate en torno a la transmutación son sus apartados primordiales.
Nos encontramos, en suma, ante un trabajo con innumerables motivos y temas de interés tanto para el historiador de la ciencia como para el filósofo y el científico. En él, la capacidad de comunicación de su autor allana sin ninguna duda el acceso a los complejos problemas abordados que, sin embargo, nunca se presentan al nivel de la mera divulgación.