Fecha
Autor
Juan Pablo Fusi Aizpurúa (Universidad Complutense de Madrid. Premio "Julián Marías" 2008)

Premio de investigación "Julián Marías"

Quiero felicitar a la Comunidad de Madrid por haber instituido unos Premios de Investigación que llevan los nombres de Julián Marías y Miguel Catalán, designación que, en los dos casos, revela una especial y muy sensible <EM>finesse d'esprit</EM>. Marías y Catalán son dos personalidades señeras de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX, dos personalidades moralmente admirables, cuyas biografías se vieron gravemente alteradas por la historia española pero que supieron hacer de sus respectivos naufragios -de los que salieron sin sombra de resentimiento o de rencor- la ocasión para vivir sus vidas responsable y provechosamente. Provechosamente, además, no sólo para ellos, sino, sin duda, para todos nosotros, esto es y si se quiere, para España y su cultura.
Quiero felicitar a D. José Luis García Fierro y a D. Óscar Fernández-Capetillo Ruiz por sus respectivos premios y por los trabajos de investigación que vienen realizando. A la historia nada le es ajeno (como que nada de lo que nos sucede se explica o se entiende sino a través de la historia. Recuérdese la conocida afirmación de Ortega: el hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia). Los historiadores carecemos, por lo general, de competencia para el estudio de la evolución de la ciencia, pero siempre hemos sabido comprender -y muy especialmente en la época contemporánea- la inmensa trascendencia social y económica, además, claro es, de científica, de la investigación científica.

Quiero agradecer a la Facultad de Geografía e Historia y a la Excelentísima Señora Decana de la misma, profesora Dª Mercedes Molina Ibáñez, por tomar la iniciativa de proponer mi candidatura al Premio Julián Marías -ante mi escepticismo y temor- y a su colaborador el vicedecano profesor D. Luis Enrique Otero que personalmente preparó el expediente y la documentación necesarios. Quiero agradecer igualmente a mi propio Departamento, el departamento de Historia Contemporánea y a su director, el profesor D. Octavio Ruiz Manjón (y a todos mis compañeros que siempre han tenido una conducta especialmente deferente conmigo), por apoya la iniciativa del Decanato. Y quiero agradecer de la misma forma, y con la misma efusividad que en los dos casos anteriores, al Rectorado de la Universidad Complutense, al propio Rector, Excelentísimo señor D. Carlos Berzosa Alonso-Martínez y al Vicerrector D. Carlos Andradas Herranz, que impulsaron decidida y expresamente la iniciativa de la Facultad.

La España de Marías era una España de naufragios -el 98, la guerra civil- pero también, una España de plenitudes: Cervantes, Feijóo, Jovellanos, Azorín, Unamuno

Ciertamente, la Universidad -y no sólo la UCM- vive momentos difíciles: está permanentemente instalada en la dificultad porque debe replantearse continuamente, dada la amplitud y celeridad de los cambios históricos y culturales que vivimos, su propia identidad, su misión. Así y todo, sigue cumpliendo su triple misión básica: a) transmitir una herencia cultural; b) formar profesionalmente a sus estudiantes; c) desarrollar su propia investigación científica. Interpreto este Premio -y ya se verá enseguida que no hay en ello falsa modestia- como un Premio a mi Facultad, a mi Departamento y a mi Universidad, la Universidad Complutense: literalmente, yo no podría hacer lo que hago -enseñar, investigar, escribir (tal vez, pensar)- si no estuviera en la Facultad, en mi Departamento, en la UCM.

Quiero, por último, agradecer sincerísimamente al Jurado por la concesión de un Premio que por su nombre, por la Comunidad que lo otorga, por los premiados anteriormente (y hoy, paralelamente) me llena de íntima satisfacción (agradecimiento que quisiera personalizar en los dos titulares de la Dirección General de Universidades e Investigación de la Comunidad de Madrid concernidos, por distintas razones, por este Premio Julián Marías 2008, Dª Clara Eugenia Núñez y D. Jon Juaristi).

Toda ocasión es buena para decir algo positivo, aunque sea telegráficamente, sobre Julián Marías. Diré sólo aquello que, como historiador, me ha interesado siempre de Marías, y que es lo siguiente:

1º) Su trayectoria y vocación, en las que veo uno de los posibles arquetipos del intelectual -a su vez, y desde mi perspectiva, una forma superior de vida-, arquetipo en su caso, en el caso de Marías, de claridad de pensamiento, decencia biográfica y honestidad intelectual;

2º) Su concepción de la filosofía como visión responsable -por más que, por razones obvias, no me corresponda hacer la valoración de dicha filosofía; pero véanse, por ejemplo, los libros de Helio Carpintero, Julián Marías. Una vida en la verdad (2008) y Juan Padilla, Ortega y Gasset en continuidad. Sobre la Escuela de Madrid (2007);

3º) la centralidad de la historia -de la razón histórica orteguiana- en su pensamiento filosófico;

4º) Su reflexión permanente sobre España, con un punto de partida decididamente intenso si no dramático -España como preocupación-, y una ambición legítima y necesaria: hacer España inteligible.

España es hoy -2009- inteligible, como quería Marías; pero vuelve a ser una preocupación

Marías, en efecto, se interrogó continuamente sobre lo que España fue, sobre las posibilidades que España tuvo en la historia, sobre la verdad de España, sobre la España real. La España de Marías era una España de naufragios -el 98, la guerra civil- pero también, una España de plenitudes: Cervantes, Feijóo, Jovellanos, Azorín, Unamuno, a todos los cuales dedicó libros, o ensayos, siempre inteligentes y admirables, y por supuesto, Ortega, cuya filosofía, como se sabe, Marías sistematizó, investigó y profundizó.

Le interesó sobre manera la España intelectual de 1898 a 1936, los años, según sostendría, en que España tomó posesión de sí misma, es decir, tomó conciencia y conocimiento plenos de lo que había sido y podía y debía ser en la historia.

A Julián Marías debemos -ciertamente no sólo a él, pero a él muy principalmente- la reabsorción del pensamiento y las ideas españolas de aquella etapa, una etapa irrepetible y rigurosamente fundacional de nuestro tiempo: no podemos entendernos sin leer, pensar, enfrentarnos con, discrepar de Unamuno, Azorín, Baroja, Menéndez Pidal, Machado, Marañón, Juan Ramón Jiménez, Ortega (y aquí hay que decir, obligadamente, y un largo etcétera). Debemos a Marías más que a nadie la continuidad -pese a la guerra civil y pese al franquismo- de la vida intelectual española del siglo XX.

España es hoy -2009- inteligible, como quería Marías; pero vuelve a ser una preocupación. Por un lado, la crisis económica muestra que, tras treinta magníficos años (1975-2005), la economía española es, pese a todo, una economía más frágil y vulnerable de lo que el crecimiento y la prosperidad experimentada de forma casi ininterrumpida desde mediados de la década de 1980 había hecho pensar. Por otro lado, desde hace cuatro o cinco años, se ha producido, o eso creo, un evidente empobrecimiento del perfil y tono de la vida pública española; España, como sociedad, parece haberse quedado sin moral. Ésa es precisamente la tarea: el rearme moral e ideológico de la sociedad española, nuevas y mejores actitudes desde la política y para la política.

Termino: de las dos dimensiones que Ortega atribuía a la vida intelectual -trabajar y ser humildes-, a mi la naturaleza sólo parece haberme dado la primera de ellas: la de trabajar. Es, por eso, un verdadero honor, una inmensa satisfacción, que mi trabajo haya sido premiado con el Premio Julián Marías de la Comunidad de Madrid.

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