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Fuente
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Autor
Antolín Sánchez Cuervo | Instituto de Filosofía del CSIC

Pensar en español

Este libro recoge el resultado de una trayectoria colectiva y plural de lo publicado por casi 500 autores a lo largo de casi tres décadas

Este libro de la colección “¿Qué sabemos de?” patrocinada por el CSIC recoge en pocas páginas el resultado de una trayectoria colectiva y plural de varias décadas, plasmada en numerosos proyectos, congresos y publicaciones de referencia, entre otras la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, que, bajo la dirección, precisamente, de Reyes Mate, ha ido publicando, a lo largo de casi tres décadas, un total de 34 volúmenes con la participación de casi 500 autores. Esto no significa que Pensar en español sea un mero balance de resultados, algo que más bien presupone para plantear claves fundamentales actuales en torno a la pregunta por qué significa pensar en español. Y lo primero que puede llamar la atención a un lector no especializado en el tema es el sentido o justificación de esta misma pregunta: ¿por qué pensar en español no es algo tan obvio como en otras lenguas? Esta pregunta recorre el primero de los tres capítulos del libro (“El porqué de una pregunta”), en el que se apunta una doble causa. Por una parte, el prejuicio, tan arraigado en Europa, según el cual nuestra lengua nunca habría sido apta para la reflexión filosófica, aun a costa de obviar nada menos, por ejemplo, que los debates suscitados en torno a la conquista de América a lo largo de los siglos XVI y XVII. El universalismo particularista indisociable de este prejuicio alcanzó expresiones paradigmáticas en el Geist hegeliano y no ha dejado de reproducirse hasta nuestros días, aunque haya tenido que mudar del alemán al inglés y de la totalidad dialéctica a la globalización tecnológica. Por otra parte, la percepción, desde dentro, de que el pensamiento de lengua española siempre ha tenido que buscar cauces de expresión en la literatura o en la mística, un lugar común cuya principal razón de ser radicaría en la institución y mentalidad inquisitoriales, entendidas como un dispositivo para perseguir y castigar no sólo la desviación religiosa –algo común a otros muchos lugares de Europa-, sino también la disidencia intelectual y la diferencia en general, incluida la de carácter étnico y biológico. El autor se hace así eco de ciertas tesis de Américo Castro y sugiere una clave arqueológica elemental sobre el pensamiento de lengua española, como es la larga tradición de exilios a la que se ha visto abocado cuando se ha empeñado en ser crítico.

Pero al porqué de la pregunta sobre las posibilidades de esta pensamiento debe suceder el de la respuesta, afirmativa al menos por una poderosa razón: el español es una Weltsprache, es decir, una lengua universal, y no sólo porque la hablen cientos de millones de personas, sino también porque ha recogido experiencias muy diversas e incluso antagónicas; tanto como las de conquistadores y conquistados. De hecho, probablemente ninguna otra lengua goce de mejores condiciones para pensar, si entendemos esto último en términos de interpelación y siempre y cuando quienes piensen en ella sean conscientes de sus límites, resultantes de su imposición histórica sobre otras lenguas, tanto en la península como en América. En este sentido, la lengua española “es sólo la cristalización de una compleja corriente cultural alimentada por otras lenguas” (p.35), apunta el autor refiriéndose al árabe, el hebreo y el latín, sin olvidar su efecto destructivo en el “Nuevo Mundo”. Por eso pensar en español exige también una remisión al silencio en la que esa conciencia de límite alcanza su máxima expresión, precisamente por lo que no puede expresar.

El capítulo siguiente (“Cómo pensar en español”) desgrana y completa esta respuesta afirmativa. La violencia lingüística del español se ilustra así con el esclarecedor pasaje del Quijote en el que Cervantes recurre a la autoría del sabio arábigo-manchego Cide Hamete Benengeli; y también con algo en cierto sentido análogo como el empeño de Miguel León Portilla por rescatar la visión de los vencidos acerca de la conquista, tarea seguramente irrealizable del todo pues incluso “el silencio del conquistador” será siempre “más poderoso que el grito del conquistado” (p.44), y que en todo caso obliga a la interlocución de los pueblos originarios. Especialmente sugerente resulta la analogía de este potencial interpelador del español con la experiencia judía de la lengua en general, en la que ésta es asumida en términos de hospitalidad o de habitarla sin convertirla en una propiedad de quienes la hablan.


El español es una lengua universal, y no sólo porque la hablen cientos de millones de personas, sino también porque ha recogido experiencias muy diversas e incluso antagónicas; tanto como las de conquistadores y conquistados

Esta primacía de la interpelación tiene además una traducción práctica, en la medida en que obliga a entender la ética, la política y la justicia como respuestas a las experiencias históricas y concretas de injusticia, más que como una deliberación sobre principios abstractos que, ajenos a esas experiencias, reducen el sufrimiento a algo insignificante. Por eso en un pensamiento en español “debería ser imposible, por ejemplo, una teoría de la justicia que se planteara la identificación de principios universales de justicia sacrificando la historia, descartando preguntas que vienen del pasado, en una palabra, exigiendo al dominado que olvide la dominación y al dominador la violencia ejercida.” (60 y s.) Buenos ejemplos de ello, complementarios además entre sí, serían los de un europeo como Las Casas cuando plantea una crítica de la conquista adoptando la mirada del indígena, y el de un indígena cristianizado como Guaman Poma cuando hace lo propio basándose en su nuevo credo. Reyes Mate tiene también en cuenta, a este respecto, la obra reciente de autores de referencia como Luis Villoro y Ambrosio Velasco en el ámbito de la filosofía intercultural y la filosofía mexicana, respectivamente. El lector tampoco debe olvidar que una teoría de la (in) justicia en estos términos y en clave por tanto anamnética, es precisamente una de las cuestiones a las que Reyes Mate ha dedicado una reflexión más significativa durante las dos últimas décadas, encontrando en el campo del pensamiento en español posibilidades muy fecundas, pendientes aún de desarrollar.

Este perfil nos permite además ubicarnos entre dos extremos, con una equidistancia crítica que nunca le ha resultado fácil de adoptar al pensamiento de lengua española. Por una parte, el ensimismamiento en sus diversas expresiones (tradicionalismo, localismo, nacionalismo cultural, hispanismo “militante”...). Por otra, el universalismo abstracto (en el fondo particularista) y la reproducción, más o menos sumisa, de los discursos elaborados en los grandes centros de poder epistemológico global. Ni el Manzanares ni Marburgo, dicho con humor orteguiano, lo cual no significa “renunciar a la universalidad, sino pensarla desde un tempo y un lugar determinado” (p.39). En este sentido, el modo español de pensar en y desde Europa sería la “vocación de sur”, a la que el autor también dedica un sugerente comentario, a propósito de ciertas reflexiones de un escritor portugués como Saramago y de un filósofo, no iberoamericano pero sí franco-argelino, como Camus. Del primero recuerda sus palabras sobre La balsa de piedra, esa novela suya en la que la península ibérica se desprende del resto del continente guiada, precisamente, por una vocación de sur que le lleva a redefinir su relación con América y redescubrir su identidad profunda; del segundo reivindica su “pensamiento solar”, oscilante “entre belleza y sufrimiento, entre alegría y amargura” (p.67), frente al ideal uniformador y la frialdad burguesa, la lógica del capital y el fenómeno del individuo-masa, tan arraigados en el pensamiento “nordófilo”.

El tercer y último capítulo (“Del pensamiento latinoamericano al pensar en español”), plantea un diálogo crítico con la filosofía latinoamericana en general y la filosofía de la liberación en particular, y con autores de referencia como Jorge E. Gracia, Enrique Dussel y Francisco Miró Quesada, entre otros. Se revisan y valoran entonces algunas propuestas y enfoques (lo que en su día supusieron la adaptación del perspectivismo orteguiano, el debate entre “universalismo” y “latinoamericanismo”, la apertura a la posmodernidad y a otras categorías europeas con vistas a un pensamiento crítico de la diferencia sin renunciar a la universalidad, etc), y se señalan también algunas limitaciones (la recaída en el paradigma de la identidad y la dependencia de autores y escuelas europeas), para replantear, finalmente, la pregunta del comienzo: ¿pensar en español?  Sin duda, aunque sea siempre con un margen de sospecha que nos obligue a seguir reflexionando sobre su alcance, sus limitaciones y sus posibilidades.

El libro se cierra con dos breves textos que nos remiten al comienzo y al pasado reciente de esta historia. “A modo de conclusión. Por una comunidad iberoamericana de filosofía”, evoca el momento en que empezó a gestarse la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía y el proyecto de una comunidad iberoamericana de pensamiento que se fue articulando en torno a ella, a raíz del discurso de clausura que Fernando Salmerón pronunciara en 1986 en el II Encuentro Hispano-Mexicano de Filosofía Moral y Política, celebrado en el Pazo de Mariñán. “La memoria, tribunal de la historia”, es la hasta ahora inédita ponencia de Reyes Mate leída en la sesión inaugural del V Congreso iberoamericano de Filosofía, celebrado en la Ciudad de México el pasado junio de 2019.


Datos de la publicación

Pensar en español, Reyes Mate.

Editorial Libros de la Catarata –CSIC. Madrid 2021. 112 páginas.

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