'Peste en Roma', del el pintor neoclásico francés Jules-Elie Delaunay. / Jules-Elie Delaunay (WELCOME COLLECTION)
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El Confidencial

La misteriosa epidemia que casi acabó con el imperio romano

La falta de un médico o historiador para documentar los síntomas ha supuesto un vacío enigmático en los libros de Historia. Ahora los investigadores tienen una nueva fuente.

Cuando las tropas romanas regresaron tras combatir a los seléucidas, allá por la segunda mitad del siglo II, algunos soldados volvieron con un souvenir inesperado. La afección comenzó a extenderse por Occidente y acabó convirtiéndose en una gran pandemia que en los quince años que asoló el Imperio se cobró la vida de más de cinco millones de personas. Aquella fue una época en la que apenas se dejaba constancia de los hechos básicos de la historia y aun así lo sabemos todo acerca de aquella peste, apodada 'antonina' en referencia al emperador Marco Aurelio Antonino.

Los historiadores cuentan con la gran suerte de que el médico griego Galeno de Pérgamo fuese testigo directo del brote. Según anotó en uno de sus tratados, la enfermedad se caracterizaba por fiebres, diarrea, inflamación de la faringe y erupciones en la piel, lo que hace que hoy se crea que pudo haberse tratado de una epidemia de viruela o sarampión. No obstante, no todos los brotes tuvieron a alguien para que identificase los síntomas. En concreto, la falta de un médico o historiador es especialmente dolorosa en el caso de la Plaga de Cipriano, que comenzó su andadura tan solo 70 años después de la erradicación de la antonina.

En efecto, la falta de un Galeno ha supuesto un vacío misterioso en los libros de Historia. Las razones acerca de por qué unas 5.000 personas morían cada día solo en la ciudad de Roma entre el año 251 y el 270 se habían dado por ya perdidas. Como señala un artículo de The Atlantic publicado en 2016 sobre las plagas que casi suponen la defunción del imperio romano, "el microbio responsable sigue siendo obstinadamente imposible de identificar, a pesar de las conjeturas de varios historiadores". Sin embargo, les faltaba una fuente en la que indagar y no, no son los apuntes de un médico ni de un historiador olvidado, sino el sermón de nada menos que un obispo.

UN AUGURIO DEL FIN DEL MUNDO

Durante el período más duro de la epidemia se cree que la fe en la Iglesia católica aumentó considerablemente. Al parecer, el sufrimiento y el número tan elevado de muertos causó una profunda impresión en la memoria cristiana, algo que se refleja en los sermones del obispo de Cartago, Cipriano. Por avatares del destino, sus figuras retóricas y descripciones proclamadas con el fin de consolar a sus fieles se han convertido en la mejor fuente para resolver uno de los más grandes misterios científicos que perviven sobre el imperio romano: "El dolor en los ojos, el ataque de las fiebres y el tormento en todas las extremidades son los mismos entre nosotros y entre los demás".

El obispo, para quien la enfermedad era un augurio del fin del mundo, hablaba así de los síntomas a sus oyentes: "Es una prueba de fe: a medida que la fuerza del cuerpo se disuelve, que las entrañas se disipan, que la garganta se quema, que los intestinos se sacuden en vómitos continuos, que los ojos arden con sangre infectada, que los pies y las extremidades han de ser amputados debido al contagio de la enferma putrefacción y que la debilidad prevalece a través de los fallos y las pérdidas de los cuerpos, la andadura se paraliza, se bloquea la audición y la visión desparece".

Otros religiosos argumentaban que la enfermedad era el aliento que necesitaban los cristianos para el martirio. Fuese lo que fuese, la descripción de Cipriano destaca sobre el resto y se ha revelado como fundamental para comprender su origen y propagación. Desde Alejandría, se expandió primero a los grandes asentamientos costeros para luego seguir extendiéndose por el interior del imperio. Invadió, como recordó el obispo, "todas las casas". Por su parte, el obispo de la ciudad que hoy forma parte de Egipto lo explicaba así en uno de sus informes: "Esta inmensa ciudad ya no contiene un número grande de habitantes como solían describir los ancianos". Al parecer, la población descendió en más de un 60%.

¿QUÉ PUDO CAUSAR LA TRAGEDIA?

Teniendo en cuenta que los textos religiosos especifican que nunca se había visto nada igual, la investigación realizada por Kyle Harper, catedrático de la Universidad de Oklahoma y autor de The Fate of Rome: Climate, Disease, and the End of an Empire, ha reducido las posibilidades a dos candidatos: una pandemia de gripe o una fiebre hemorrágica viral. La primera es una enfermedad de las vías respiratorias, febril y muy contagiosa, del estilo de la llamada pandemia española de 1918, la más devastadora. La segunda se caracteriza por el comienzo súbito de la fiebre, cefaleas, mialgias generalizadas, dolores de espalda, conjuntivitis y postración severa, seguidos por diversos síntomas hemorrágicos, siendo poco probables enfermedades como el dengue o la fiebre amarilla (por las latitudes) y quizá más factible la patología de los filovirus, cuyo representante más conocido para nosotros es el ébola.

Aunque basar el diagnóstico en informes de personas sin conocimientos de medicina de hace 2.000 años no ofrezca una gran confianza, Harper se inclina por la segunda opción. Incluso con tratamiento moderno, la tasa de mortalidad por infección de filovirus es muy alta (entre el 50 y el 70%) y los pacientes no suelen sobrevivir más de tres semanas. La epidemia de ébola originada en 2014 en África Occidental nos da una idea de lo que sería hacer frente a una enfermedad de estas características. "Nuestro conocimiento reciente sobre las enfermedades emergentes, en la frontera entre los humanos y la naturaleza, sugiere que importantes epidemias del pasado (como es el caso de la plaga de Cipriano) pudieron haber sido causadas por un filovirus".

Más allá de este caso concreto, la búsqueda de la causa de la plaga pone de manifiesto la necesidad de ir más allá de las crónicas de científicos y expandir un horizonte que, aunque entre advertencias del fin del mundo y metáforas redentoras, puede contener la solución a los grandes misterios de la Historia.

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