Una de las herramientas más importantes de la biología molecular se la debemos a un animal que emite luz cuando se le molesta
En 1960, el investigador japonés Osamu Shimomura consiguió una beca para investigar en Estados Unidos. A Shimomura le interesaba en concreto una especie de medusas llamada Aequorea victoria, y que solo existe en la costa oeste de Estados Unidos. Se sabía que era una medusa con capacidad de emitir luz, pero no se entendía bien cómo lo hacía.
Shimomura consiguió identificar a dos proteínas involucradas en el proceso de emisión de luz, que fueron bautizadas como “aquorin” y “green fluorescent protein”, o GFP. Su descubrimiento pasó desapercibido durante décadas, hasta que en 1992 un investigador llamado Douglas Phraser consiguió aislar el gen de la GFP. Como Phraser no tenía dinero para continuar su proyecto, mandó muestras de su trabajo a varios otros investigadores, entre ellos al de Martin Chalfie. Gracias a Chalfie y a otro investigador llamado Roger Tsien, la GFP pasó de ser una curiosidad biológica a una potente herramienta de laboratorio.
Hoy en día, la proteína GFP y sus derivados se utilizan para marcar otras proteínas y hacerlas visibles. Eso permite saber saber en qué parte de la célula o del tejido actúan o con qué otras moléculas interaccionan, entre muchas otras cosas.
Shimomura, Chalfie y Tsien recibieron el Premio Nobel de Química de 2008 por su trabajo con la GFP. Phraser, sin embargo, se quedó fuera del premio, a pesar de haber sido el primero en aislar el gen de la GFP y a hipotetizar sus posibles usos.