LA BÚSQUEDA DEL PLACER<br>
Una investigación ejemplar
Reseña realizada por Elena Escudero<br>
Universidad Autónoma de Madrid
Jeremy Bentham, el filósofo y jurisconsulto inglés del siglo XVIII y creador del movimiento filosófico llamado utilitarismo, dejó escrito: "la naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos soberanos maestros: el dolor y el placer. Sólo a ellos incumbe señalar lo que debemos hacer, así como determinar que es lo que hacemos". Detrás de esta frase, el filósofo aconsejaba la ordenación de la sociedad sobre unas pocas proposiciones aparentemente obvias en su formulación, aunque no tanto en su deseable puesta en práctica. La primera de ellas vendría a querer decir que todo lo que el hombre desea es ser tan feliz como le resulte posible y por tanto, maximizar su propia felicidad. La aparente perogrullada contenida en estas palabras de Bentham son la expresión cabal anticipada de una realidad biológica descubierta más tarde, según la cual el comportamiento humano y el de tantas otras especies vendría guiado por la búsqueda de placer (cualquiera que sea la interpretación subjetiva, y naturalmente siempre antropomórfica, que pueda darse a la palabra). De acuerdo con la construcción teórica sobre la mente desarrollada por Freud, los instintos que sirven a los fines de la vida son una constante fuente de tensión emotiva cuyo impacto consciente es penoso, de ahí que todas las actividades mentales estarían encaminadas a la reducción de esa tensión. Freud denominó "principio del placer" a ese supuesto sobre la idea de que esa tensión, ahora reducida, cursaba con sensación de placer. Si bien no es del todo cierto que Freud despreciara los procesos fisiológicos que subyacen a la actividad psíquica, la moderna neurociencia orilló de su cuerpo de doctrina la teoría psicoanalítica al considerar que sus propuestas eran insondables a través del método científico.
Sin embargo, el avance formidable conseguido por las ciencias neurológicas en los últimos años está llevando a la creencia de que es posible revisitar las teorías de Freud a través de aproximaciones experimentales objetivas. Esto se hace especialmente atractivo en lo concerniente al estudio de los sustratos cerebrales que llevan a la búsqueda del placer y a su consumación. Y de esa búsqueda y de los resultados empíricos obtenidos hasta el momento trata precisamente el libro que comentamos. En efecto, Los laberintos del placer en el cerebro humano, título de esta obra, es, por un lado, una aproximación científica a las razones de carácter adaptativo-evolutivo que explicarían la aparición del placer (o de sensaciones equivalentes) como un mecanismo de supervivencia en la escala filogenética animal y, de otro, una exposición crítica y muy bien desarrollada de las estructuras cerebrales implicadas en la génesis de ese placer.
El autor, Francisco Mora, catedrático de Fisiología en la Universidad Complutense, ha hecho contribuciones relevantes en este campo, por lo que no es sorprendente que gran parte de la construcción del libro se apoye en la exposición de experimentos realizados tanto en animales de laboratorio como en humanos, todos relatados de forma extraordinariamente amena. El profesor Mora es un perito en el difícil arte de la divulgación científica, así que el lector curioso, lejano o próximo al mundo de la ciencia, sentirá un gran placer intelectual al adentrarse en este libro de carácter divulgativo, que sin renunciar al rigor nos cuenta, entre otras muchas realidades científicas, por qué la obtención del placer y la evitación del dolor son pulsiones grabadas desde antiguo en la realidad biológica animal, por qué determinadas moléculas, a través de sus viajes por rutas cerebrales conocidas, son responsables del placer que sentimos cuando vemos satisfechas nuestras necesidades de comida, de bebida o de deseo sexual y, también, dónde se sitúan los laberintos por los que discurren en nuestro cerebro estas pequeñas piezas químicas que son los neurotransmisores (dopamina, noradrenalina, acetllcolina, serotonina), que conservadas en el transcurso de la evolución, son en gran medida responsables, entre otras cosas, de la felicidad de una rata, de la de un mono o de la de usted mismo. En un interesante capítulo dedicado al efecto de las drogas adictivas, se nos ilustra sobre los efectos de esas moléculas demoníacas que, activando rutas químicas cerebrales que cursan con sensaciones placenteras, terminan dañando nuestra salud mental.
Especialmente sugerentes son las páginas dedicadas a posibles explicaciones de las vivencias de placer más genuinamente humanas y sobre las que todavía la ciencia no puede ofrecer respuestas. Nos referimos a sensaciones de felicidad tan conocidas como las que producen en nosotros la audición de una determinada música, la contemplación de una obra de arte o el ejercicio de una actividad creativa, por poner sólo unos ejemplos. Dadas las enormes lagunas de conocimiento que todavía existen acerca de los mecanismos cerebrales responsables de este tipo de sensaciones, el autor se formula cautelosamente preguntas muy pertinentes, sin ocultarnos que todavía es pronto para responderlas a la luz de los escasos datos disponibles. Un campo de análisis que se presenta a veces tan inaccesible al rigor experimental debe cuidarse mucho a la hora de hacer afirmaciones contundentes.
Y, a diferencia de otros divulgadores de ciencia que se dedican sin pudor a presentarnos como ciertos los hechos que todavía no han sido demostrados, el Prof. Mora dedica los últimos capítulos de su libro a analizar las fuentes muy diversas que pueden generar ese placer intelectual tan específicamente humano, a la par que nos advierte de las posiblemente invencibles dificultades que la ciencia tiene a la hora de abordar la causa cerebral última de tales sensaciones. Utilizando ejemplos extraídos de muy diversas literaturas y de textos filosóficos que ponen de manifiesto su cultura vastísima, el autor nos instruye, a la par que nos deleita, con ideas que sobre el placer en sus diversas manifestaciones han dejado reflejados autores tan interesantes como Aristóteles, San Agustín, Shakespeare o Schopenhauer.
Quienes hayan rastreado la extensa bibliografía dedicada a la fisiología de los procesos cerebrales que dan cuenta de placer, serán conscientes de las enormes dificultades que todavía existen para hacer de esta temática un cuerpo de doctrina más o menos sistematizado, cerrado. Los datos son muchos y dispersos, por lo que tratar de recopilarlos en un libro divulgativo y cohesionado no es tarea sencilla. Sin embargo, el libro que se comenta es un formidable ejercicio de pedagogía por la forma clara y amena con la que nos va adentrando en ese proceloso mundo que representa nuestro cerebro como sede de nuestra felicidad. Como ya se ha señalado, la accesibilidad de su lenguaje no enmascara en absoluto el rigor de lo que se relata. Y si el lector está interesado en aprender más, tiene para ello una formidable herramienta en el glosario y en la bien seleccionada bibliografía con los que se cierra el libro. Así pues, adentrarse en estos laberintos es un ejercicio muy recomendable para aquellos interesados en saber algo más sobre sí mismos, saber que, como decía Aristóteles, interesa a todo el mundo.