Fecha
Autor
Roberto Colom (Universidad Autónoma de Madrid)

La Inteligencia Humana

La inteligencia humana es una <EM>capacidad mental muy general</EM> que permite razonar, planificar, resolver problemas, pensar de modo abstracto, comprender ideas complejas, aprender con rapidez y usar la experiencia. No es un simple conocimiento enciclopédico, una habilidad académica particular o una pericia para resolver tests de inteligencia, sino que refleja una capacidad amplia y profunda para comprender el ambiente, es decir, para darse cuenta, dar sentido a las cosas o imaginar qué se debe hacer.

La inteligencia humana se puede medir y los tests de inteligencia son el modo de evaluación más preciso de hacerlo

La inteligencia humana se puede medir y los tests de inteligencia son el modo de evaluación más preciso de hacerlo. Algunos tests incluyen palabras o números y requieren un conocimiento cultural específico, como, por ejemplo, el vocabulario. Otros, sin embargo, no apelan a ese conocimiento, basándose en el uso de formas o diseños, en conceptos universales simples tales como mucho/poco, abierto/cerrado o arriba/abajo. Sin embargo, todos estos tests miden una misma inteligencia, una misma capacidad mental muy general.

La capacidad general valorada por los tests de inteligencia se designa mediante la letra g en cursiva: g. Cualquier test mide g, aunque distintos tests pueden también valorar una serie de capacidades cognitivas tales como la capacidad verbal, la numérica o espacial.


Figura 1.
Relevancia de g (capacidad general), CV (comprensión verbal), RP (razonamiento perceptivo), MT (memoria de trabajo) y V (velocidad perceptiva) en la medida de la inteligencia

La Figura 1 muestra que g es diez veces más relevante que capacidades concretas como la comprensión verbal y veinte veces más relevante que capacidades como el razonamiento perceptivo o la velocidad mental.

El hecho de que g sea el componente esencial de la inteligencia humana -igual que el alcohol etílico lo es de una enorme variedad de licores-significa que, en la población, la persona más inteligente propende a serlo en la mayor parte de las situaciones y la persona menos inteligente también.

El CI cuantifica g. La distribución de las personas de la población según el CI se puede representar mediante la curva de Gauss. La Figura 2 muestra que una gran parte de las personas se sitúa alrededor del punto medio (CI = 100).


Pocos son muy brillantes o muy torpes: un 3% de la población presenta puntuaciones superiores a 130 (considerado el límite de la superdotación) y el mismo porcentaje tiene puntuaciones por debajo de 70 (considerado el umbral del retraso mental).

Actualmente sabemos que, en general, las medidas de CI no están culturalmente sesgadas en contra de determinados grupos sociales. Los miembros de diferentes grupos étnicos o niveles socio-económicos se sitúan a todos los niveles de la escala de CI.

Las curvas de los distintos grupos se solapan, pero suelen diferir por el lugar de la curva en el que tienden a agruparse sus miembros. El hecho es que determinados grupos presentan mayores puntuaciones promedio que otros y que ese hecho posee fuertes repercusiones sociológicas.


Figura 2.
Representación de una distribución normal

Actualmente está fuera de duda el hecho de que las medidas de CI poseen una gran importancia práctica y social

El CI se relaciona con varios resultados sociales, económicos, ocupacionales y educativos. De hecho, con más de sesenta de esos resultados, como, por ejemplo, el rendimiento académico, el aprovechamiento en cursos de formación ocupacional, la eficiencia laboral, la salud física, la genialidad, la estatura, la longevidad, los ingresos, el sentido del humor, la vulnerabilidad a los accidentes, el alcoholismo, la delincuencia, la impulsividad, la mortalidad infantil, el liderazgo, la elección de pareja, la miopía, la respuesta a la psicoterapia, las preferencia en la dieta, las habilidades motrices o el hábito de fumar. No existe ningún otro rasgo psicológico que se aproxime a esta cifra. Actualmente está fuera de duda el hecho de que las medidas de CI poseen una gran importancia práctica y social.


Figura 3.
Relaciones del CI y el SES (nivel socioeconómico) con las diferencias de salud. Los valores del círculo corresponde a las relaciones controlando el efecto de la relación entre CI y SES.

Una de las relaciones más llamativas es la observada entre inteligencia y salud o bienestar físico. En un estudio epidemiológico en el que participaron 20.000 personas, se observó una correlación de 0.4 entre inteligencia y salud, mientras que la correlación entre el nivel socioeconómico familiar (SES) y la salud fue de 0.2.

Cuando se calculó la correlación entre SES y salud, controlando estadísticamente el efecto de las diferencias de inteligencia, el resultado fue de 0.07. Cuando se calculó la correlación entre inteligencia y salud, controlando estadísticamente el efecto de las diferencias socioeconómicas que separan a las familias, el resultado fue de 0.33 (Figura 3).


Es decir, la inteligencia personal se relaciona con la salud independientemente de la influencia de las variables socioeconómicas, mientras que el nivel socioeconómico no se relaciona con la salud cuando se controla el efecto de la inteligencia personal. En términos epidemiológicos, la influencia de la inteligencia humana no se puede seguir ignorando.

Un alto CI supone una ventaja en la vida, dado que prácticamente todas las actividades cotidianas requieren algún tipo de razonamiento y de toma de decisiones. Y a la inversa, un bajo CI supone una desventaja, especialmente en ambientes desorganizados. Por supuesto, un alto CI no garantiza el éxito en la vida, y tampoco un bajo CI garantiza el fracaso en las situaciones vitales. Existen muchas excepciones, pero el éxito en nuestra sociedad favorece a los individuos con CI alto.

Las ventajas prácticas de tener un CI alto aumentan a medida que las situaciones se hacen más complejas (novedosas, ambiguas, cambiantes, impredecibles o con muchas alternativas de actuación). Un alto CI es generalmente necesario para mostrar un buen rendimiento en ocupaciones complejas (las profesiones cualificadas, la gestión); supone una considerable ventaja en ocupaciones moderadamente complejas (aviones, policía y administración); pero supone una ventaja algo menor en las situaciones que sólo exigen tomar decisiones simples y resolver problemas sencillos (trabajos de baja cualificación).

Las variaciones en la estimación cuantitativa de la influencia de los factores genéticos y ambientales constituyen índices sobre el impacto de los cambios sociales

Las diferencias en inteligencia no son, por supuesto, el único factor que influye en el rendimiento educativo, el entrenamiento o las ocupaciones complejas, pero sí suelen ser el factor más importante. Cuando ya se ha seleccionado a los individuos, entre personas de alto o de bajo CI, de modo que difieren menos que la población general, como por ejemplo en la Universidad, otras influencias ganan importancia. Algunos rasgos de personalidad, talentos, aptitudes, capacidades físicas o el nivel de experiencia, son relevantes para lograr un rendimiento óptimo en determinadas ocupaciones, pero tienen una aplicabilidad más reducida (o desconocida) a distintas tareas y situaciones comparativamente con la inteligencia.

Los individuos difieren en inteligencia por razones tanto ambientales como hereditarias. Las estimaciones de la influencia de la herencia van desde 0.4 a 0.8 (en una escala de 0 a 1). Esto implica que, en términos relativos, la genética juega un papel más importante que el ambiente en la producción de las diferencias de inteligencia, aunque las estimaciones pueden cambiar en distintos contextos culturales o a través de las generaciones. Desde esta perspectiva, suele comprenderse mal el hecho de que si todos los ambientes fuesen iguales para todo el mundo, la influencia de la herencia sería del 100%, dado que todas las diferencias de CI que se observasen tendrían necesariamente un origen genético. Las variaciones en la estimación cuantitativa de la influencia de los factores genéticos y ambientales constituyen índices sobre el impacto de los cambios sociales.

Es importante destacar, además, que el hecho de que el CI sea altamente heredable, no significa que el ambiente carezca de relevancia. Los individuos no nacen con niveles intelectuales fijos e inmodificables. Sin embargo, el CI se estabiliza gradualmente durante la infancia, y generalmente cambia poco desde ese momento de la vida.

Los estudios de adopción son un método idóneo para separar la relevancia del efecto de los genes y el ambiente sobre la inteligencia. Uno de los más renombrados es el Proyecto de Adopción de Colorado, en el que se consideró una serie de niños desde que contaban 1 año de edad hasta que llegaron a sus 16 años. Se comparó 245 madres que dieron a sus niños en adopción nada más nacer, los padres adoptivos de las familias que acogieron a esos niños y a los propios niños adoptados. También se estudiaron 245 padres y sus niños naturales, es decir, familias de control en las que no había niños adoptados, que se emparejaron con las familias adoptivas en una serie de características sociodemográficas para que fuesen comparables.

La inteligencia se evaluó en cuatro momentos de la vida de los niños: a los 3 años, entre los 7 y los 10 años, entre los 12 y los 14 años, y a los 16 años. A esas edades se correlacionó la inteligencia de los niños con sus padres adoptivos y con sus padres naturales. Asimismo, se correlacionó la inteligencia de los padres y sus hijos naturales en las familias de control. La Figura 4 presenta los valores de correlación para los niños y sus padres adoptivos a las edades reseñadas.

 

Figura 4.
Correlación en inteligencia entre los niños y sus padres adoptivos, cuando los niños tienen
distintas edades

La semejanza en inteligencia entre los niños adoptados y sus padres adoptivos es nula: los niños no se parecen en su nivel intelectual a sus padres adoptivos a ninguna de las edades.

¿Cuáles son esos valores en las familias de control, es decir, en las familias en las que no hay hijos adoptados? Veámoslo en la Figura 5.

 

Figura 5.
Correlación en inteligencia entre los niños y sus padres en familias de control en las que no hay
niños adoptados cuando los niños tienen distintas edades

Se observa que la correlación entre los padres y sus hijos naturales a los que ellos mismos han criado, va aumentando con el paso de los años, es decir, a medida que los niños se hacen mayores: la correlación pasa de 0.19 cuando los niños cuentan 3 años, a 0.31 cuando llegan a los 16 años. Es posible, por tanto, que el contacto entre padres e hijos produzca, a la larga, una mayor semejanza entre ellos en su nivel intelectual.

Saber si esta interpretación es apropiada exige una evidencia más: el grado de semejanza intelectual entre las madres y sus hijos naturales dados en adopción al nacer, con los que nunca han convivido. La Figura 6 presenta la evidencia.

 

Figura 6.
Correlación en inteligencia entre las madres y sus hijos biológicos dados en adopción al nacer,
a medida que los niños se van haciendo mayores

Por tanto, aunque las madres no han convivido jamás con sus hijos dados en adopción, su parecido intelectual reproduce el observado en las familias de control en las que los padres crían a sus hijos naturales desde el momento de su nacimiento. El parecido entre las madres y sus hijos dados en adopción va aumentando con el paso de los años, a medida que los niños se hacen mayores: los valores pasan de 0.12 cuando los niños cuentan 3 años, a 0.38 cuando tienen 16 años.

La inteligencia humana constituye el factor psicológico de mayor relevancia sociológica y la psicología dispone de instrumentos para valorarla con extraordinaria precisión en los ámbitos educativo, empresarial o clínico

Por tanto: (a) la semejanza entre los padres adoptivos y sus hijos adoptados es prácticamente nula, sea cual sea la edad de los niños, a pesar de que los hijos adoptados han crecido en un hogar creado a imagen y semejanza de los padres adoptivos; (b) la semejanza entre los padres y sus hijos naturales en las familias convencionales en las que los primeros crían a los segundos, aumenta a medida que los niños se hacen mayores; (c) la semejanza entre las madres y sus hijos naturales dados en adopción al nacer, con los que nunca han convivido, mimetiza el grado de semejanza observado en las familias convencionales. En consecuencia, el parecido entre los padres y sus hijos naturales es exactamente el mismo, vivan o no vivan en el mismo hogar, y, por tanto, las condiciones del hogar poseen una nula influencia en el desarrollo de la inteligencia de los chavales, excluyendo, naturalmente, los casos extremos de familias abusivas o los ambientes gravemente deprivados.

En suma, la inteligencia humana constituye el factor psicológico de mayor relevancia sociológica y la psicología dispone de instrumentos para valorarla con extraordinaria precisión en los ámbitos educativo, empresarial o clínico. Se podrían obtener enormes beneficios de atender a los conocimientos acumulados por los psicólogos sobre el efecto que poseen las diferencias de inteligencia que separan a los ciudadanos. Por ejemplo, comprender las consignas médicas, seguir un plan de tratamiento o valorar el efecto a medio plazo sobre la propia salud de una determinada intervención, requiere razonar, planificar, resolver problemas, pensar de modo abstracto, comprender ideas complejas, aprender con rapidez y usar la experiencia, es decir, requiere inteligencia.

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