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Yo guardo en mi baúl de matemático
ideas y conceptos racionales:
asíntotas, entornos, integrale
y el punto, que es tan ralo y axiomático.
Tomando las funciones de gramático
reciclo palabrejas magistrales:
afijos, decrementos, ideales;
y pretendo ser claro y sistemático.
¿Mas cómo han de faltar en esta glosa
los vectores, el π de tanta fama,
la tangente, de imagen tan hermosa,
la bella derivada, que es su hermana?
Hay mucho que nombrar, hay tanta cosa
que acaso yo precise otra mañana.
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nuestras manos acechan
una rosa distante,
que llega consumida,
persiguiendo en el aire
sus cien rumbos tronchados.
Vientos de perdición
le taladran las sienes.
¡Pobre flor esquemática,
en vano intentaremos
soldar a un nuevo fallo
tu juventud deshecha!
Nunca más los caminos,
ni el susto delicioso
de la escondida curva
ni el abrazo del polvo
incitante, reseco.
Ya todo será oscuro.
Viejos hierros decrépitos
mancharán de negrura
tu vigor abdicado.
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La holoturia se divide en dos ante el peligro:
suelta un yo a la voracidad del mundo,
con el otro huye.
En el acto se bifurca en fatalidad y salvación,
en multa y premio, en lo que fue y lo que será.
En mitad de su cuerpo se abre un abismo
con bordes al acto convertidos en dos desconocidos.
En un borde, la muerte; en el otro, la vida.
Aquí, desesperación; allá, aliento.
Si hay balanza, no se desnivelan los platillos
. Si hay justicia, ¡hela aquí!
Morir lo imprescindible, sin pasarse de la raya.
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Un matemático se enamoró locamente
de una joven mujer, atractiva y fascinante.
Para acreditar de sus curvas la perfección,
de ratios armónicas y ángulos se valió,
garabateando jeroglíficos alarmantes.
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Sea X belleza, e Y buenas maneras,
Z la fortuna, (esto último es esencial).
Sea L la inclinación al amor -enunció-
Entonces, L es una función de X, Y y Z
del tipo que conocemos como Potencial.
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Tocar un cuarzo ahumado, vítreo y negro,
como quien busca en su naturaleza indiferente
la reconciliación entre hombre y mundo.
Aprendemos a ser lo que ya somos,
y este trozo de piedra es un regreso.
La piedra, en su secreto, es armonía,
memoria silenciosa del planeta,
regalo de una luz que se ha hecho sólida.
Cuánta vida en lo inerte de este cuarzo
que es cristalización de los milenios.
El tacto es humildad.
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Te vi sobre el rasante de la amplia carretera,
como una diosa antigua, bajo los vientos sola,
junto a tu coche negro, que en su reposo era
acharolado y fino, como un piano de cola.
Iba yo a cien por hora, lanzado en torbellino
sobre el galope fácil de mi carburador.
El cromo de los faros, pantalla del camino.
Mi pie, duro martillo del acelerador.
Con una mano izada me lanzaste tu 'S.O.S'.
Descendí, y, obsequioso, frente a frente los dos,
y frené con un suave posar de freno hidráulico.
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Conozco bien mis males, y por eso,
sin número,
sola, me diagnostico
enfermedades muy sofisticadas
Sin ir más lejos ni salir de casa:
padezco ahora mismo
una terrible fiebre
muy común en los trópicos.
Leo con mucha atención los prospectos
y a Kavafis.
Guardo cama esperando
esos anunciadísimos y bárbaros
'efectos secundarios'.
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Soy un ansiolítico.
Actúo en casa,
hago efecto en la oficina,
me presento a los exámenes,
comparezco ante los tribunales,
reparo tacitas rotas.
No tienes más que ingerirme,
ponme debajo de la lengua,
no tienes más que tragarme,
con un sorbo de agua basta.
Sé enfrentarme a la desgracia,
soportar malas noticias,
paliar la injusticia,
llenar de luz el vacío de Dios,
elegir un sombrero de luto que favorezca.
¿A qué esperas?,
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He sido una sencilla profesora de química.
En una ciudad luminosa del sureste.
Después de las clases contemplaba el ancho mar.
Los dilatados, infinitos horizontes.
Y los torpedos grises de guerras dormidas.
He quemado mis largas horas en la lumbre
de símbolos y fórmulas.
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A Jaceck Walyós
En las montañas, en las lindes del mapa, allí donde la hierba se vuelve insolente y afilada como bayonetas de desertores, se erige una fábrica olvidada.
No sabemos si es el amanecer o el ocaso. Sólo sabemos una cosa: aquí, en este tétrico edificio, nace la luz.
Los esclavos silenciosos de transparentes y angostos rostros de monjes bizantinos hacen girar una enorme dinamo y encienden chispas doradas del amanecer en las partes más remotas del globo.