
Luis Alberto de Cuenca y Prado. Premio de investigación 'Julián Marías' 2013
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Innumerables lecturas han convertido mi paso por el mundo en una experiencia plural, rica en complicidades y en fértiles diálogos con mis queridos clásicos. Esas lecturas son, a la postre, las únicas responsables de que la Comunidad de Madrid y un prestigioso jurado designado por ella me concedieran el Premio 'Julián Marías' de Investigación 2013 | |
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Me he pasado gran parte de mi vida leyendo literatura clásica -entendiendo por ella mucho más que la contenida en los márgenes grecolatinos-, y ese afán por la lectura tenía obligatoriamente que desembocar en territorios hermenéuticos. Pero sin que la acción crítica deviniera fin en sí misma, sino actuando siempre como medio, como simple instrumento para disfrutar más y mejor de lo leído. Que otros se enorgullezcan de lo que han escrito -solía decir el maestro Borges-, que yo me jactaré tan solo de lo que he leído. Esas innumerables lecturas han convertido mi paso por el mundo en una experiencia plural, rica en complicidades y en fértiles diálogos con mis queridos clásicos. Esas lecturas son, a la postre, las únicas responsables de que la Comunidad de Madrid y un prestigioso jurado designado por ella me concedieran el Premio 'Julián Marías' de Investigación en Humanidades correspondiente a 2013.
La concesión de este Premio me hizo tanto más feliz cuanto que lo sentí como patentemente inmerecido. Los premios deben saludar un esfuerzo mantenido a lo largo del tiempo, o el fulgor momentáneo de una genialidad novedosa. Ninguno de esos dos motivos se daban cita en mí. Desde que obtuve una Beca de Investigación Predoctoral en el CSIC -la institución de mis fervores y de mis entretelas- allá por 1974, hasta la fecha, no he tenido que esforzarme en nada que no fuese dar satisfacción a mi pasión por las letras universales. Y ninguna de mis aportaciones filológicas conllevan el relámpago, tantas veces ficticio, de la novedad o de la originalidad, esos aburridos inventos del Romanticismo. Están marcadas, todas ellas, por el signo del juego, del entretenimiento, de la diversión. No han sido redactadas en horario de clase, sino en el Tiempo, mágico y con mayúscula, del recreo, en un Tiempo sin tiempo que ha situado siempre mi labor en una Edad de Oro primigenia, lejos del tiempo que nos va matando. Por todo ello no me merecía el Premio que hoy se me entrega. Por todo ello supone para mí una alegría mucho más honda, un gozo mucho más intenso, recibirlo.
Sin el magisterio de nombres propios tan queridos y admirados por mí como los de mis mentores Manuel Fernández-Galiano, Francisco Rodríguez Adrados, Antonio Fontán y Miguel Dolç, nunca hubiera sabido leer a los clásicos de la forma precisa para que me otorgaran un Premio que lleva el nombre de Julián Marías, otro maestro a quien admiro por su vocación universalista.
Dedico el galardón a la memoria de mis padres, Juan Antonio de Cuenca y Mercedes Prado; a mi mujer, Alicia Mariño; a mis hijos, Álvaro de Cuenca y García-Alegre e Inés de Cuenca y Barella, y a mis nietas Genoveva y María. Sin el recuerdo permanente de los unos y la benéfica presencia de los otros mi vida no tendría sentido.
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