Pongámoslo así:
Darwin, Eneas; Roma, el vértigo
de la evolución. La cosa rara
de basar un destino de gloria
en los vencidos.
No importa, no precisa lógica,
sólo padres, después se cambia todo:
como en sueños se agrandan picos, patas,
cambian lugares la boca
con el ano, los brazos con alas.
Terremotos recientes, la vida
está naciendo ya, ahora.
Veamos: al principio
un solo agujero abastece
todos los requerimientos del pólipo:
pero cuando los primeros gusanos
(flush, splush)
empiezan a reptar resulta lógico
que aparezca una segunda abertura:
por el polo anterior el alimento
es capturado,
por el posterior se elimina aquello
que no resulta aprovechable.
Se llega a esta disposición de dos
maneras,
la primera chance es que la boca
siga siéndolo y aparezca un ano
en la otra extremidad del intestino
(bien, prolijo);
la otra es que la boca primitiva
se transforme en un ano y aparezca
en la otra punta del bicho en cuestión
una nueva boca.
Los cefalópodos y otros moluscos
adoptaron la primera estrategia,
peces, erizos, luego el ser humano,
la segunda.
Siendo la solución que eligieron
nuestros ancestros la más repugnante
y también la más absurda
cabe notar
que si bien no podríamos probar
que resultara la más eficaz
al menos no parece que haya sido
peor que otras.
No parece, parece, no parece,
parece, no parece, bocas rojas,
círculos, anos, bocas imperfectas,
escoria roja.
No parece eficaz, pero funciona.
Esto sí que es bien raro, esto sí
es capricho, esto es pandemonio.
¡Pan del demonio!