Como dirían en zarzuela, la ciencia avanza que es una barbaridad. ¿También en España? Los grandes indicadores así parecen confirmarlo. Pero la letra pequeña, la que da forma a los estados de ánimo, no refleja exactamente lo mismo. Un análisis de lo acaecido en el último cuarto de siglo, publicado en la revista Quark en voz de sus protagonistas, refleja lo lejos que se está de la normalidad.
Con el título de "Un análisis de la política científica en España", la revista
Quark, editada por la
Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, repasa lo esencial de las grandes decisiones, y por ende, grandes actuaciones, llevadas a cabo en estos últimos veinticinco años en el sistema español de ciencia y tecnología. En el número, consagrado monográficamente a este fin, y que se presenta públicamente el próximo 10 de junio en Barcelona, 36 autores de distinto pelaje -entiéndase orientación política, maneras y mentalidades diversas-dan cuenta en primera persona tanto de su actuación personal como de los grandes desafíos a los que debe hacer frente el sistema. Y las conclusiones, tras la lectura pausada de buena parte de los artículos editados, deja un sabor de boca agridulce.
Lo positivo: a grandes rasgos, y tomando como referencia la larga serie temporal de 25 años, es obvio que la situación ha mejorado notablemente. Tanto es así que, a pesar de las fluctuaciones y cambios de orientación del sistema, los grandes indicadores se han situado en una posición que, como diría alguno de los autores, podría definirse como decente aunque, en buena medida, no demasiado lejos de nuestros dos habituales compañeros de viaje en el furgón de cola europeo, Grecia y Portugal.
Pero decencia poco o nada tiene que ver con suficiencia. Comparativamente, así lo expresa la mayoría, se está lejos de alcanzar la mayoría de edad en los terrenos de la ciencia como generadora de conocimientos, la transferencia de tecnología, el modelo organizativo de la investigación en las universidades, la interrelación con los OPI (organismos públicos de investigación), el papel de la empresa privada en esta materia o la aproximación a áreas de desarrollo científico y tecnológico consideradas estratégicas. Y lo peor, he aquí lo negativo, es que cualquier propuesta de futuro, por interesante que sea, suena a tertulia de café por los titubeos y escasa capacidad, tal vez margen de maniobra, de todas las partes implicadas, desde la Administración a la comunidad científica.
LA CONSTRUCCIÓN DEL SISTEMA
El índice del número extraordinario de Quark está dividido en cinco grandes bloques. El primero de ellos pretende definir, a través de algunos de sus protagonistas, como se fue perfilando el actual sistema en la década de los ochenta y cual ha sido su evolución a lo largo de los noventa. Emilio Muñoz y Javier López Facal, dibujan el contexto; Juan Rojo (Secretaría de Estado), Roberto Fernández de Caleya (ANEP), Manuel Martín Lomas (
CSIC) y José Ramón Ricoy (FIS), cuentan como se procedió a la reconfiguración de instrumentos básicos del sistema. Enric Banda y César Nombela describen una etapa de tránsito marcada por el estancamiento de los presupuestos y una cierta proyección de la ciencia en la sociedad como anhelo de normalización. Fernando Aldana y Gonzalo León rematan el periodo contando la experiencia de la efímera OCYT, antesala del actual
Ministerio de Ciencia y Tecnología. La visión crítica al conjunto es aportada por Malén Ruiz de Elvira, corresponsal científico en El País y testigo en primera persona de lo vivido a lo largo de este extenso período.
La lectura de los distintos artículos revela lo mucho que se ha intentado lo poco que se ha conseguido. Embarcados en la ilusión de los "felices ochenta", una época que supuso para España la oportunidad de codearse en condiciones de no inferioridad por primera vez en décadas con los países de su entorno, se fueron dibujando estrategias que permitieron soñar con alcanzar a los más avanzados. Pero el sueño se desvaneció. Quizás, como señalan algunos, porque existían otras prioridades políticas en una democracia todavía incipiente. Quizás, como decían los clásicos, porque en España el modelo de desarrollo poco tiene que ver con la ciencia, lo que justifica el que inventen otros. Sea cual sea la razón, el caso es que nadie ha efectuado la apuesta necesaria -nadie se ha creído que fuera realmente una prioridad-para competir en el mercado de la ciencia y la tecnología.
Los dos bloques siguientes del índice de Quark dan fe de ello. En el primero, dedicado a transferencia de tecnología, todavía se discute, a estas alturas, como debe organizarse y cual es su justificación. Pere Brunet, desde la universidad, Juan Mulet (Fundación Cotec) y Vicente Gómez (
CDTI), cuentan las razones de lo que, desde la perspectiva de los editores, ha sido "una historia de desencuentros". La excepción es detallada por Felipe Romera, cabeza visible de la emergente figura de los parques científicos y tecnológicos como herramienta de transferencia, y Vicente López y Carlos Martínez Alonso como testigos de una posibilidad de colaboración efectiva en los ámbitos de las tecnologías de la información y la biomedicina.
En el segundo de estos dos bloques se contextualiza la investigación en el marco universitario. Saturnino de la Plaza y Miguel Ángel Quintanilla dan fe de las paradojas, no bien resueltas, que se dan en el seno de unas instituciones en las que todavía está abierto el debate sobre la oportunidad de investigar y en qué condiciones. Por su parte, Marius Rubiralta (director del Parque Científico de Barcelona), explota los principales indicadores con el objetivo de posicionar la universidad y su actividad de I+D+I en el futuro contexto europeo.
LOS DESAFÍOS DEL SISTEMA
Transcurridos 25 años, o al menos dos décadas desde que se iniciaran las primeras actuaciones para modernizar el sistema, la ciencia española continúa adoleciendo de grandes déficits. A ello dedica Quark su cuarto bloque. En esencia, de lo que se trata, así lo han pretendido sus editores, es identificar aquellos aspectos no bien resueltos y plantear abiertamente cual es el sentido de la queja. Tras un breve repaso firmado por Xavier Bosch, actualmente corresponsal científico de Science en España, la publicación se adentra en la problemática de la carrera profesional de la mano de Miquel Tuson, representante de una de las entidades representativas de investigadores precarios, para pasar al análisis de la dicotomía del proceso de territorialización que se está abriendo en España. Por una parte, del derivado de la integración en Europa; de la otra, como bien señala Alfonso González, coordinador de programas en la DGI de la Comunidad de Madrid, del surgido de la descentralización de la Administración pública española. Un ejemplo de lo que significa esta descentralización es puesto de relieve por David Serrat, antiguo Director General de Investigación en la Generalitat de Cataluña.
El índice se adentra luego en cuestiones puramente científicas. Joan Bordas, director del Laboratorio de Fuente de Luz Sincrotrón de Barcelona, defiende la necesidad de grandes instalaciones científicas en España; Pere Puigdomènech, desde el CSIC, contextualiza la investigación biotecnológica; Xavier Estivill (UPF) resalta el empuje de la genómica; Roan Rodés (presidente del Consejo Asesor del Ministerio de Sanidad) y Antoni Trilla (Hospital Clínico de Barcelona), lamentan la situación de la investigación clínica; Fernando Palacio (CSIC) se hace eco de la deficiente situación de las nanotecnologías españolas; Xavier Vives (INSEAD, París) puntualiza el éxito (moderado) de la investigación en economía; y Diego Gracia (Fundación Ciencias de la Salud), saca a relucir la importancia de la bioética.
La suma de este paquete de artículos, que en buena medida representan áreas de interés estratégico para cualquier país avanzado, da fe del retraso con que España está abordando todas estas cuestiones. Retraso en lo económico, como señalan todos, pero también en lo prospectivo. El lamento generalizado que expresan tiene más que ver con una falta de planificación a medio y largo plazos que no con una situación que pudiera definirse como coyuntural. Al contrario: más bien es una queja, a la par que exigencia, por cuestiones claramente estructurales.
¿HAY SOLUCIONES?
La solución al galimatías científico español probablemente existe. Visto lo visto, sin embargo, no parece que sea única y, dados los recursos de que se dispone, incluso las distintas opciones existentes podrían ser excluyentes las unas de las otras. El último bloque de Quark plantea, con el título "Claves para una intervención", algunas de ellas.
Sorprende, por lo contrapuesto, el análisis que emiten Ramón Marimón, actual Secretario de Estado de Política Científica y Tecnológica, y Alfredo Pérez Rubalcaba, ex ministro en la etapa socialista y uno de los redactores de la todavía vigente Ley de la Ciencia, y hoy portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Ciencia y Tecnología del Congreso.
Los planteamientos de ambos resultan claramente antagónicos. Mientras uno defiende que de lo que se trata es de definir políticas científicas y ejecutarlas, e introducir "reformas en el BOE", el otro se aplica en justificar tesis que parecen contrarias. Curiosamente, el análisis de la situación de la ciencia en España no es tan dispar. Uno de los dos, o mejor ambos, deberían revisar sus posiciones. No es de recibo semejante distancia en la solución a no ser que se apliquen criterios partidistas y no científicos. De ser así, en nada beneficiarían al sistema español.
Andreu Mas Colell, economista de reconocido prestigio internacional y actualmente responsable de la política científica en Cataluña, opta por un pragmático camino de en medio. "Esto es lo que tenemos, esto es lo que puede hacerse", viene a decir en su colaboración. Un "puede hacerse" no exento de imaginación e iniciativa que ha permitido dar un vuelco, aunque él se empeñe en negarlo, a unas relaciones Madrid-Barcelona hasta hace bien poco caracterizadas por la falta de entendimiento, de diálogo y de concreciones prácticas. Los resultados saltan a la vista.
Rolf Tarrach, presidente del CSIC, aporta por su parte una visión crítica al sistema. Una visión que es compartida por Joan Massagué, seleccionado en este bloque por ser el autor español más citado internacionalmente en el área biomédica y el representante ideal de la investigación de excelencia. Las soluciones que ambos plantean también forman parte de esa calle de en medio. A pesar de que los dos lamentan la situación y reclaman mayores dotaciones presupuestarias para consolidar lo existente y aportar regularidad al sistema, sus soluciones particulares son a priori perfectamente compatibles en un estado de normalidad. Tarrach preferiría apostar por grandes instalaciones científicas para dar forma a ese plus de competitividad que le falta a la ciencia española y a la comunidad científica en su conjunto. Massagué, en cambio, se muestra partidario de "intervenciones sólidas y muy meditadas" en forma de centros de excelencia. De ambas cosas el sistema español es deficitario.
La lectura de todas estas aportaciones, como indicaba al principio, deja un sabor agridulce. Es, de algún modo, el lamento por el "quiero y no puedo" o la queja comprensible del "puedo pero no quiero". Lo que queda al final es la constatación de que las grandes cifras se han pasado ni más ni menos que una década entera estancadas, que el mayor número de investigadores existentes en España no saben ni donde ni como colocarse y que las soluciones de futuro, además de pender de un hilo siempre coyuntural, uno tiene la sensación de que se quedan en sólo palabras. Y ya se sabe qué ocurre con las palabras, que se las lleva el viento. Tal vez alguien, algún día, decida, y sobre todo se lo crea, que esto hay que tomárselo en serio. Alguien que de verdad estuviera en el gobierno y se lo tomara como una verdadera cuestión de Estado. Canadá lo ha hecho y Portugal lo está haciendo. ¿Por qué no España?