La investigación de la consciencia no ha sido abordada científicamente hasta la última década del siglo XX
Los elefantes rosas no existen. Pero imaginemos, por un momento, uno en mitad de un lago, con el agua llegándole a la altura de las rodillas. Ahora imaginemos que recoge agua con su trompa y la derrama por su espalda para refrescarse. Durante unos segundos ha existido un elefante rosa en el mundo privado de nuestra experiencia consciente. ¿De qué átomos o partículas ha estado compuesto ese elefante? ¿Cuánto ha pesado? ¿Qué tamaño ha tenido?
Podemos extender estas intrigantes preguntas a otras experiencias conscientes. ¿Cómo será la experiencia de saborear un batido de vainilla que está disfrutando otra persona? ¿Será igual que la mía? ¿Cómo puedo saber si el mundo que percibo es real o, sin embargo, es un sueño o una creación informática, tipo Matrix? Si accedemos al cerebro, no encontraremos nada parecido a un elefante rosa ni al sabor a vainilla. Solo hallaremos señales bioeléctricas y procesos bioquímicos.
Un objeto de estudio muy peculiar
No hay nada más evidente que nuestra experiencia consciente. Sin embargo, sigue siendo uno de los problemas más intrigantes de la ciencia contemporánea. Cada día, al despertar, se despliega ante nosotros un mundo pleno de objetos, colores, olores, sonidos, sabores, dolores, pensamientos, recuerdos y muchas otras experiencias mentales.
Es el resultado de nuestra actividad consciente, que cada uno de nosotros sentimos como una impresión subjetiva, interna y privada. Mientras el resto de la ciencia se ocupa de problemas que pueden ser analizados en tercera persona, observando y midiendo el mundo físico, el estudio de la consciencia se ocupa del fenómeno de la experiencia subjetiva, la cual se experimenta en primera persona y no puede ser examinada de forma directa.
La investigación de la consciencia no ha sido abordada científicamente hasta la última década del siglo XX. Desde entonces, su estudio se ha consolidado como área de investigación reconocida dentro de distintos ámbitos como la psicología, la neurociencia e incluso la física. En la actualidad, existen numerosas teorías y modelos neurocientíficos que intentan explicar cómo surge la experiencia consciente, para qué sirve y qué partes del cerebro están involucradas.
Los modernos desarrollos en las técnicas de registro y estimulación de la actividad cerebral (electroencefalografía, resonancia magnética funcional, estimulación magnética transcraneal, etc), así como el examen minucioso de pacientes con lesiones cerebrales, proporcionan una variedad de herramientas especialmente útiles para el estudio de las relaciones mente-cerebro.
Cuestión de milisegundos
Podemos clasificar muchas de las teorías neurocientíficas de la consciencia en dos grandes grupos: las explicaciones globalistas y las localistas. En el caso de la visión, las teorías localistas proponen que la experiencia consciente surgiría en torno a las 200 milésimas de segundo tras la presentación del estímulo, en las cortezas occipitales sensoriales de la parte posterior del cerebro.
El mecanismo propuesto para la aparición de la consciencia se basa en la actividad cerebral de retorno o recurrente. Gracias a esta, las regiones encargadas de integrar distintas fuentes de información se comunican hacia atrás con áreas visuales, que realizan un análisis de características más básicas. También intervendrían conexiones horizontales entre distintas zonas visuales, que configuran una especie de circuito cerrado.
En contraposición, la percepción inconsciente estaría caracterizada por una actividad neural exclusivamente hacia adelante, en la que no existe una comunicación recurrente entre áreas cerebrales.
Por su parte, las teorías globalistas postulan que la actividad de las áreas sensoriales de la corteza cerebral es necesaria, pero no suficiente, para alumbrar la experiencia consciente. Se requiere, por tanto, la contribución adicional de regiones cerebrales parietales y, especialmente, frontales. Estas generarían un espacio global de trabajo en el que se combinaría información proveniente de diferentes estructuras cerebrales y se retransmitiría por toda la corteza. Todo ello conlleva una aparición más tardía de los procesos conscientes, en torno a los 300 milisegundos tras la presentación de un estímulo.
Como un sistema de calefacción
Una analogía que puede ser de ayuda para entender estos procesos sería la forma en la que funciona la calefacción de una vivienda. La caldera calienta el agua y la difunde por un circuito recurrente, puesto que el agua fluye hacia todos los radiadores para después retornar a la caldera y así conservar el calor. Ese circuito de retorno es lo que mantiene alta la temperatura del agua durante un tiempo prolongado, de forma parecida a como el cerebro mantiene encendido un estado de consciencia.
La gran diferencia entre ambas teorías es que para la hipótesis localista, el mero hecho de mantener caliente una o dos habitaciones de la vivienda sería suficiente para producir estados mentales conscientes; mientras que las teorías globalistas defienden que solo cuando todas las estancias de la vivienda se calientan de forma simultánea y el calor reverbera por todos radiadores de la corteza cerebral es cuando emerge la consciencia.
Otro elemento de distinción es el papel que se le atribuye a la atención. Para las teorías globalistas, es la llave que abre la puerta de la consciencia: si no atendemos al estímulo, este será procesado de manera inconsciente. Esta puerta atencional funciona de manera todo-o-nada: o está abierta o cerrada, pero no entreabierta.
En cambio, las propuestas localistas defienden que esa focalización no es imprescindible para ser conscientes del entorno. Podemos serlo incluso de lo que no atendemos, aunque luego nos cueste recordarlo. Además, proponen que existen diferentes grados de consciencia y que esta surge poco a poco.
¿Llegamos a un acuerdo? Dos tipos de consciencia
Un intento de reconciliación se basa en la posibilidad de que estas teorías estén aludiendo a diferentes tipos de experiencia consciente, no necesariamente excluyentes. Por un lado, podríamos hablar de una consciencia fenomenológica, que se refiere a la imagen sensorial inmediata que tenemos del mundo externo o interno, la cual se generaría tempranamente en áreas sensoriales. Y por el otro, tendríamos una consciencia de acceso, que implica la capacidad para comunicar y manipular este tipo de experiencia a través del lenguaje u otros medios, vinculada a la actividad más tardía de áreas frontales.
Nuestro grupo de investigación también ha trabajado en otra manera de integrar las posturas globalista y localista mediante la denominada hipótesis de los niveles de procesamiento.
Según este planteamiento, el tránsito a la consciencia de un estímulo varía de acuerdo con el nivel de complejidad al que es procesado. Así, el acceso consciente a los niveles superiores de procesamiento (por ejemplo, extraer el significado de una palabra) se produce de una forma dicotómica o binaria: o soy completamente consciente del significado de una palabra o no lo soy en absoluto.
Por el contrario, existiría un gradiente en el acceso consciente a los niveles inferiores de representación (por ejemplo, la percepción del color o la luminosidad). De esta forma, mientras que las teorías globalistas serían adecuadas para explicar una consciencia que emerge de forma dicotómica (la puerta atencional abierta o cerrada, que antes comentábamos), las localistas lo serían para una consciencia que emerge siguiendo un patrón gradual, poco a poco.
Más y más teorías para el futuro
Cada semana aparecen nuevas propuestas teóricas dentro de un campo de estudio vibrante. Los libros recientemente publicados por los prestigiosos investigadores Hakwan Lau y Anil Seth pueden ser interesantes para el lector que desee profundizar.
Aun así, la investigación neurocientífica de la consciencia parece encontrarse todavía en una fase temprana de desarrollo. El refinamiento progresivo de los procedimientos de indagación y la aparición de nuevas herramientas auguran un prometedor futuro para la ciencia de la consciencia, que nos permita, algún día, conocer el material del que están hechos los sueños. Continuará.
Pedro Raúl Montoro Martínez, Profesor Titular del Departamento de de Psicología Básica I, UNED, Madrid, UNED - Universidad Nacional de Educación a Distancia; Antonio Prieto Lara, Profesor ayudante doctor, Departamento de Psicología Básica I, UNED - Universidad Nacional de Educación a Distancia; Claudia Poch, Coordinadora del Doctorado en Educación y Procesos Cognitivos, Universidad Nebrija; José Antonio Hinojosa Poveda, Profesor Titular del Departamento de Psicología Experimental, Procesos Cognitivos y Logopedia, Universidad Complutense de Madrid y Mikel Jimenez, Investigador post-doctoral, Departamento de Psicología, Durham University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.