De un tiempo a esta parte, la transformación digital se ha convertido en el paradigma del cambio de la sociedad humana. El ser humano ha entrado de verdad en la era de la información. Pero el concepto se abre a escenarios ciertamente globales. No solamente por su alcance geográfico o en cuanto su generación, transformación y procesamiento. Sino que el propio modelo del contenido y su alcance es holístico, abarcando la totalidad de lo que puede ser considerado información. Este es el hecho científicamente más relevante y el que se convierte, de verdad, en el verdadero motor del cambio.
No se trata del impacto informativo que puede tener una noticia política, surcando de modo instantáneo todos los husos horarios y atravesando fronteras. A menudo, su misma celeridad y novedad, la convierte en efímera en cuanto una nueva la sucede o incluso la contradice o amplifica.
Hay otros contenidos, menos llamativos, pero igualmente relevantes, que permanecen. A menudo, sin que su generador sea consciente de ello. Pero ahí están, esperando ser procesados, analizados, monetizados. Son los datos. Fríos, digitalizados, numerizados, almacenados. Permiten ser rastreados, buscando trazas de sus generadores, esperando que un algoritmo o un sistema electrónico extraiga su valor.
Aquí aparecen los nuevos escenarios: la WWW, Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés), Big Data, las Redes Sociales, o las nuevas redes de comunicación, como 4G o su futura sucesora, 5G. En el mundo ya hay más de 1.800 millones de teléfonos personales inteligentes. En España, el 85% de los terminales lo son. Todos ello, dotados de todo tipo de sensores que además de permitir a sus usuarios disfrutar de un abanico de servicios y aplicaciones fascinantes, van generando datos de su funcionamiento. Como lo hacen los vehículos que conducimos, los ordenadores que empleamos, etc.
Eugenio Fontán Oñate
Todo ello se basa precisamente en la digitalización de los contenidos, en la densidad de las redes, en la ingente cantidad de dispositivos conectados y sobre todo, en el valor de los datos.
El impacto en todos los ámbitos, es demoledor. Sector tras sector, van siendo presa de la digitalización. El retail, el transporte personal, los servicios financieros, son los más recientes. Otros, como la cultura ya hace tiempo que se han adaptado a ella. El efecto en la economía ha sido brutal. Incluso, hay sectores en que solo cabe un actor y éste se hace con la totalidad del mercado, lo que genera intensas reacciones regulatorias. Pero no sólo la economía. La política, las relaciones personales, las relaciones internacionales, han sido profundamente afectadas. Hay autores que vienen advirtiendo de la existencia de una abierta guerra en el ciberespacio entre determinados bloques de países. No es objeto de ese breve artículo entrar en el detalle, pero por ejemplo, España y otros países, ya han creado nuevas unidades de ciberdefensa y ciberseguridad. Y casi diariamente nuestras empresas y centros tecnológicamente más avanzados son sistemáticamente atacados para extraer información confidencial cuando no para dañarlos directamente.
En cuanto a las personas, la ingente cantidad de datos que vamos generando, se va acumulando pudiendo ser eventualmente procesados. Estos datos incluyen nuestros registros básicos, como los administrativos, pero también los relativos a nuestros hábitos de comunicación, consumo o las propias relaciones personales. Nuestro genoma, la firma biológica de nuestra identidad como seres biológicos será la próxima frontera. Y en menos de una década, formará parte de este ingente acervo digital.
Todo ello nos lleva a realizar una serie de reflexiones.
Una de las profesiones que ha hecho posible este nuevo paradigma es la de ingeniero de telecomunicación. Los científicos de los laboratorios Bell, uno de los crisoles de nuestra ingeniería, que han sentado las bases teóricas y prácticas de las telecomunicaciones, forman el colectivo que más premios Nobel ha recibido, muy por encima de cualquier otro centro de investigación. A partir de estas y otras aportaciones científicas igualmente relevantes, es como ha emergido este nuevo paradigma.
Las redes de telecomunicaciones, los dispositivos y los algoritmos matemáticos de generación, procesamiento y almacenamiento de datos y los conocimientos fundamentales que lo hacen posible, sean matemáticos, físicos o de cualquier otra disciplina, forman parte inherente del conocimiento y el desempeño profesional de los ingenieros de telecomunicación. Pero además los ingenieros debemos actuar como heraldos de este nuevo escenario.
Se abren retos de un alcance que supera los meros aspectos físicos o tecnológicos, para convertirse en factores que afectan a la libertad, a los derechos fundamentales de privacidad, protección de la infancia, propiedad intelectual, igualdad de oportunidades, libertad de expresión, o protección de la propia imagen y muchos otros.
El papel del Ingeniero de Telecomunicación en la transformación digital es transcendental, y está implicado en todos los sectores de la sociedad digital, siendo pieza clave de su desarrollo. Los ingenieros somos fundamentales para hacer posible este nuevo paradigma. Pero son otros, quienes por responsabilidad, conocimiento, dedicación, o simplemente legítimo interés, deben tomar el relevo en la construcción de un entorno que haga posible mantener y ampliar los logros que la humanidad ya ha alcanzado. Los valores que entre todos hemos construido, precisamente, a medida que otros avances científico-técnicos nos permitieron dedicarles la debida atención.
Es por todo ello por lo que el COIT está comprometido con ESA BIC Comunidad de Madrid porque consideramos que es un proyecto estratégico que fomenta el emprendimiento y la competitividad tecnológica en un sector de futuro como es el sector espacial, en el que la contribución de los Ingenieros de Telecomunicación es muy importante. Desde el Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación llevamos 50 años trabajando para poner a disposición de todos los sectores de la sociedad (política, sanidad, industria, infraestructuras, educación…) todos los aportes que la Ingeniería de Telecomunicación desarrolla, dado que éste es el fin que perseguimos: contribuir a crear un mundo mejor. Tenemos un compromiso: Hacer presente el futuro, que es precisamente el lema del 50 Aniversario de nuestra institución que celebramos este año (1967-2017). El futuro de las telecomunicaciones y la transformación digital así como los retos a los que tendremos que dar soluciones de valor, están garantizados en su aspecto tecnológico gracias a la excelencia en la formación de los Ingenieros de Telecomunicación, una cantera de profesionales que cuentan con una excelente reputación internacional. Pero ahora es el momento, de seguir trabajando en el impacto que esta transformación está produciendo en la sociedad.
Nos gustaría insistir en la importancia de este debate y abrirlo a toda la sociedad, porque de otra manera, algunos de los aspectos potencialmente más inquietantes pudieran no ser abordados adecuadamente. Así lo hicimos cuando decidimos apostar por el desarrollo del ESA BIC Comunidad de Madrid mediante el acuerdo de colaboración para potenciar la creación y puesta en marcha de empresas de base.
El desarrollo de esta propuesta será una de los objetivos que abordaremos intensamente a lo largo de este año, con ocasión de nuestro aniversario, dado que los Ingenieros de Telecomunicación tienen un gran papel que desarrollar en el sector aeroespacial.
Eugenio Fontán Oñate es Ingeniero de Telecomunicación por la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), Decano - Presidente del Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación y gerente del Clúster Aeroespacial de la Comunidad de Madrid. Twitter: @EugenioFontan