Fecha
Autor
Patricio Morcillo (Catedrático de Organización de Empresas de la Universidad Autónoma de Madrid)

El ser o no ser de la sociedad del conocimiento

La polémica está servida: mientras los detractores de la sociedad del conocimiento hablan de moda y de engaño al no detectar diferencias sustanciales acerca del papel que siempre han desempeñado la información y el conocimiento, sus acérrimos partidarios y defensores, por el contrario, se refieren a un nuevo modo de ver y de hacer las cosas puesto que el conocimiento se ha convertido en la principal fuente de innovación.
"La distancia ha muerto para la información pero no para el conocimiento". Cappellini, R.


Ante esta confrontación de ideas, lo fácil sería quedarse en terreno de nadie exponiendo los argumentos a favor y en contra de cada una de las dos opciones señaladas pero con el fin de animar el debate asumiré el "riesgo" de defender las tesis de los adeptos a la sociedad del conocimiento.

Si analizamos el tema desde la perspectiva de la innovación, entendida como la generación de soluciones que satisfacen necesidades patentes o latentes de la sociedad, las empresas no tienen otra opción que la que consiste en intentar controlar todos aquellos recursos que ayuden a generar nuevos bienes y servicios. Este imperativo ya fue, en su día, recogido por Schumpeter el cual escribió que "las empresas son innovadoras o no existen". Con estas palabras quería transmitir dos ideas; la primera, era que las empresas, a través de sus actividades de innovación, debían mostrar que se ponían al servicio de la sociedad respondiendo a sus necesidades y, la segunda, era que la capacidad de supervivencia de las empresas dependía de las ventajas competitivas generadas por la innovación.

Partiendo de estas ideas, la innovación se ha convertido en un factor de competitividad clave y el reto que entonces se les plantea a las organizaciones es el conseguir hacerse con el control de las fuentes más seguras de creatividad. Durante los setenta y ochenta, las empresas optaron por dedicar importantes recursos financieros a la I+D e hicieron especial hincapié en la gestión de estos últimos pero muy pronto pudieron comprobar que esta elección, no siendo mala, no resolvía todos los problemas inherentes al desarrollo de proyectos de innovación. En efecto, el disponer de elevados presupuestos para la I+D crea unas condiciones que favorecen, pero no garantizan, la generación de innovaciones porque los resultados de la investigación son imprevisibles. Además, aún cuando se obtengan óptimos resultados y las empresas lancen nuevos productos al mercado, la capacidad de reacción de los competidores hará que éstos imiten y mejoren rápidamente aquellos bienes y servicios desplazando del mercado a los pioneros. En cuanto a la efectividad de ciertos sistemas de protección como, por ejemplo, las patentes cabe recordar que, al margen de ser una herramienta que salvaguarda las innovaciones, también es un sistema de información que orientará las actuaciones de los seguidores. Ante esta situación, y con el ánimo de reducir el riesgo asociado a la innovación, las entidades han ido decantándose por la cooperación formando alianzas con competidores lo que les permite controlar la difusión de los nuevos productos y disminuir los costes de I+D.

De esta forma, con el interés puesto en la innovación, las empresas definen unas culturas, unas estructuras organizativas y unos procesos de aprendizaje que crean un contexto adecuado para que las personas colaboren activamente intercambiando y estructurando conocimientos, se comuniquen, creen nuevos conocimientos, trabajen en equipo, adopten mejores prácticas, etc... A través de estas actuaciones, no sólo se trata de conocer todas las informaciones y conocimientos habidos y por haber para tener muy claro lo que somos y lo que podemos llegar a ser sino de seleccionar aquellas informaciones que ayuden a potenciar el "savoir faire" actual y futuro de la empresa, de la misma forma que, una vez elegidas las informaciones y conocimientos más pertinentes, se deberá saber capitalizarlos y socializarlos para que todos los miembros de la organización estén en disposición de enriquecer el stock de conocimientos de la empresa. La superación de este último reto, es el que garantizará el lanzamiento de nuevos bienes y servicios al mercado y el que dificultará la imitación de los mismos porque proceden de lo más idiosincrásico de las organizaciones.

Todo este planteamiento que acabamos de exponer se enmarca, desde nuestro punto de vista, en la llamada sociedad del conocimiento entendida como una sociedad que viene protagonizando una espiral creciente de nuevos conocimientos y donde se pretende gestionar el conocimiento de origen tácito más que explícito dadas las mayores implicaciones competitivas que van asociadas a aquel.

Dicha sociedad del conocimiento se caracteriza por los siguientes rasgos:

  • Es una sociedad sin fronteras, debido a que el conocimiento se difunde y puede circular con menor esfuerzo que el dinero.


  • Es una sociedad con movilidad ascendente debido a que el conocimiento puede ser adquirido fácilmente por todos a través del sistema educativo y de sus procesos de aprendizaje.


  • Es una sociedad en la que el potencial de fracaso es igual que el de éxito. Todos podemos adquirir los medios de producción necesarios, por ejemplo, el conocimiento requerido para el desempeño de determinada tarea o trabajo, pero no todos venceremos o perderemos.


Lo que conviene resaltar con relación a la sociedad del conocimiento, es que ésta ha emergido y se ha desarrollado gracias al impulso incondicional que ha recibido del sector de la información y de las telecomunicaciones el cual ha conocido una transformación brutal y radical con la constante incorporación de nuevas tecnologías. Hemos pasado de una época en la que las tecnologías de la información ofrecían productividad y economías de escala, a otra en la que, como hemos descrito al principio, pueden contribuir significativamente a la competitividad empresarial, en toda su dimensión. Con ellas, se pueden desarrollar nuevos bienes y servicios, facilitar el acceso a nuevos mercados y mejorar la comunicación con clientes y proveedores integrando actividades y procesos.

Por consiguiente, la sociedad de la información cuenta con unos agentes y espacios que van construyendo un sistema cuyas funciones crean unos conocimientos que, una vez difundidos, generarán innovaciones que se convertirán en factores de eficiencia y fuente de satisfacción para las necesidades expresadas por la sociedad. En este sentido, y en la línea anteriormente apuntada, observamos que, cada vez más, se viene hablando del knowledge innovation o innovación del conocimiento entendiendo que, por una parte, la innovación se fundamenta en un proceso informacional en el cual el conocimiento es adquirido, procesado y transferido y que, por otra, la propia innovación propicia la creación de un nuevo conocimiento que se reutilizará por el conjunto de la sociedad.

En consecuencia, y dado el servicio que presta la innovación a la sociedad, algunos expertos proponen un modelo que presenta la innovación como el elemento central de los flujos informacionales los cuales emanan de cuatro clases de interacciones: mercados, sistema científico (universidades, centros de investigación...), sistema mediador (consultoras, incubadoras de empresas, fondos bibliográfícos, ferias...) y poderes públicos (registro de la propiedad industrial e intelectual, regulación...). A partir de ahí, el sistema de conocimiento establecido por la empresa debe apoyarse en estructuras que favorezcan toda clase de interacciones con el sistema científico, representado por la Universidad y los Centros de Investigación; el sistema tecnológico, representado por infraestructuras que facilitan las operaciones de transferencia tecnológica entre los centros de investigación y la industria; el sistema productivo, representado por el tejido empresarial y el sistema público-institucional, representado por órganos públicos y privados.

Algunos autores, destacan que los componentes fundamentales de la economía del conocimiento son la "informacionalización" y la globalización. Una economía informacional es aquella cuya productividad y competitividad de los agentes (ya sean empresas, regiones o naciones) dependen, fundamentalmente, de su capacidad para generar, procesar y aplicar con eficiencia la información basada en el conocimiento mientras que el aspecto global se ve reflejado en una economía donde la producción, el consumo y la circulación, así como sus componentes (capital, mano de obra, materias primas, gestión, información, tecnología, mercados) están organizados a escala global, bien de forma directa, bien mediante una red de vínculos entre agentes económicos.

No obstante, puede que subsista una duda respecto a la denominación elegida dado que algunos prefieren hablar de sociedad de la información que de sociedad del conocimiento entendiendo que el conocimiento lleva inmerso determinadas prácticas adquiridas, fundamentalmente, mediante la experiencia que no se pueden, ni a veces conviene, transmitirlas. Desde esta óptica, cabría precisar que el paso que se da de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento se justifica en tanto y en cuanto existen unos procesos de aprendizaje que facilitan la asimilación y comprensión del mensaje.

En cualquier caso, el debate no está cerrado y toda nueva contribución nos ayudará a arrojar un poco más de luz sobre la cuestión.

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