Ramón Margalef murió el pasado mes de mayo en Barcelona, a los 85 años de edad. Investigador de fama internacional, se le consideraba uno de los pioneros de la ecología moderna. Fue el primer catedrático de Ecología de España. Durante más de seis décadas dedicadas a la investigación elaboró más de trescientos trabajos en el campo de la biología marina y la limnología.
El pasado día 16 de mayo Ramón Margalef celebró su aniversario en una cálida reunión familiar en la que le acompañaban, además de su esposa María, sus hijos y sus nietos, las personas a las que quería y que le querían. Cumplía 85 años. Así me lo explicaba tan sólo tres días después, con ese brillo que le iluminaba los ojos cuando trataba de temas que le apasionaban, con ocasión de una visita que tuve el privilegio de hacerle sin saber que sería la última vez que nos veríamos. Cuatro días más tarde, el 23 de mayo, el profesor Margalef nos dejaba para siempre. Una semana después lo haría su esposa María Mir, su compañera y "cómplice".
Las horas que compartí con ellos en esta última visita tuvieron para mí momentos tan entrañables que, en las semanas transcurridas, he revivido algunos de esos momentos que definen el perfil del maestro al que conocí hace ya muchos años, siendo yo estudiante de Biología en la Universidad de Barcelona y él mi profesor de Ecología. Fue tal el impacto científico y humano que provocó en mí, y en muchos de mis compañeros, que acabaría marcando mi posterior vida profesional.
Su pensamiento resultaba provocativo y estimulante, aunque como estudiantes apenas percibíamos las implicaciones de sus ideas. Sin embargo, al salir de algunas de sus clases teníamos el convencimiento de haber asistido a una clase especial en la que se nos había revelado algún oculto arcano de la ciencia. Más tarde, en los seminarios del Departamento de Ecología o en los breves comentarios en su despacho, en los pasillos del Departamento o cuando se acercaba a nuestras mesas para preguntarnos cómo nos iba el trabajo, iría descubriendo su agudo sentido del humor que se traducía en una fina ironía cuando se trataba de responder a alguna pregunta inoportuna.
Quienes le conocieron saben de su entusiasmo por la Ciencia, que resultaba contagioso, y de su generosidad a la hora de sugerirnos ideas que a su vez, nos obligaban a plantearnos nuevas preguntas. Recuerdo a mi amigo Manel Crespo, que se quedó para siempre en el valle pirenaico de Estós, en una salida de montaña de la que no volvió, compartiendo conmigo larguísimas horas, discutiendo alguna de las ideas que nos había sugerido Margalef para salir de algún punto muerto en el que se hallaba nuestro trabajo. Así era Margalef: profundamente humano, generoso, estimulante y enormemente crítico con todo lo que le rodeaba.
Su pensamiento y su visión de la naturaleza han influido tan profundamente en el pensamiento científico que no puede concebirse la ciencia de la Ecología actualmente sin considerar sus aportaciones, que estimularon cambios profundos en conceptos que hoy se utilizan como sinónimo de modernidad. Muchos políticos y gestores que hablan de diversidad ignoran que fue precisamente Margalef quien introdujo, allá por el año 1957, la teoría de la información en Ecología, lo que supuso una visión innovadora de la organización de los ecosistemas y de su diversidad representada por la variedad taxonómica de los organismos que los integran.
Su enorme obra intelectual y científica se llevó a cabo en unas condiciones difíciles en las que la situación del país apenas permitía conceder atención a la Ciencia. Su biografía personal es aleccionadora. El propio Dr. Margalef nos explica en sus notas autobiográficas que su padre, Ramón Margalef, provenía del Priorato y perteneció a una familia relativamente acomodada que poseía tierras dedicadas a cultivos viti-vinícolas pero que se arruinó con la invasión de la desgraciadamente famosa filoxera, tuvo que malvender las tierras y trasladarse a Barcelona. Sus primeros estudios tuvieron que ver con lo que, en la época, se denominaba "comercio" aunque siempre confesó su insatisfacción y falta de interés por los mismos. Nacido en 1919, su quinta fue llamada a filas antes de hora y, avanzada la guerra, fue movilizado. De sus duras experiencias vividas en aquellos años nos hablaba alguna vez y, en nuestro último encuentro, al que me he referido anteriormente, recuerdo que me dijo algo así como ".a pesar de lo mal que se pasaba en esos tiempos de guerra, yo tuve suerte y pocos años después empezó a cambiar el rumbo de mi vida".
Estudió Biología y se doctoró en 1951 con una tesis que versaba sobre Temperatura y Morfología de los seres vivos, un tema por el que conservó el interés hasta el final de sus días. Un año después se casaba con María Mir, naturalista como él, a la que había conocido en la Universidad de Barcelona. Poco después de acabar la tesis pasó a formar parte del recién creado Instituto de Investigaciones Pesqueras, del que sería su director entre 1965 y 1967. En este año obtuvo la primera Cátedra de Ecología de España, en la Universidad de Barcelona.
Sus primeras aportaciones científicas se relacionan con el estudio de las aguas continentales. En el año 1989 la Sociedad Internacional de Limnología le concedió la medalla Naumann-Thienemann por ".compartir su creativo don de comprensión intuición y síntesis de los fundamentos ecológicos de los fenómenos de la Limnología y por su influencia en el mundo de la lengua española". Pero la Limnología no es la única ciencia que ha recibido aportaciones importantes del Dr. Margalef. Sus estudios sobre la sucesión del fitoplancton marino tuvieron así mismo eco internacional. Lo estimulante de esta aportación es la visión integradora de Margalef en la que la intensidad de la turbulencia determina la dominancia de los tipos biológicos, la diversidad, la composición de los pigmentos y condiciona las relaciones entre biomasa y productividad; ¿se puede imaginar una síntesis más exhaustiva? Su esquema de selección de formas biológicas de fitoplancton basado en la energía externa disponible, la turbulencia, y la disponibilidad de nutrientes es actualmente uno de los modelos conceptuales más utilizados en ecología planctónica.
Su libro Perspectives in Ecological Theory (Chicago University Press, 1968) tuvo un enorme impacto sobre los ecólogos del momento, mucho más allá de lo que podían hacer sospechar las escasas 100 páginas de pequeño formato que lo componen.
Insistió siempre en la importancia de no considerar las propiedades del ecosistema de manera aislada o independiente de su entorno. Recordamos, por ejemplo, sus críticas sobre los modelos demográficos de interacción entre especies que no tienen en cuenta el espacio y, en una época en la que los medios de cálculo distaban mucho de ser los actuales, Margalef fue pionero en la construcción de modelos numéricos o analógicos. Él mismo escribía en las Comunidades Naturales (Puerto Rico, 1962) que "...la Ecología requiere contemplar o volver a contemplar la naturaleza con ojos de niño y nada hay tan opuesto a un niño como un pedante". Y siempre conservó esa mirada de niño. Como cuando propuso un excelente trabajo de investigación sobre la diversidad y la complejidad de los sistemas naturales utilizando modelos... ¡construidos con piezas de Meccano!, o como cuando escribía una frase que me resulta especialmente sugerente: ".recomiendo a los biólogos que, sin olvidar nunca el nivel molecular, vayan de vez en cuando a darse cabezazos al tronco de un árbol y le pidan que les inspire para poder entender mejor lo que pasa en el mundo".
Mantuvo durante toda su vida una rabiosa independencia, manifestando sus opiniones que resultaban, a menudo, incómodas para políticos, intelectuales, militares, ecologistas y científicos. Pero no nos puede sorprender. Era la consecuencia de sus ideas. Él mismo escribió."El ecólogo se puede sentir incómodo en sus contactos a derecha, e izquierda, con otros elementos de la sociedad. Los políticos y burócratas hablan de planificación ecológica, de ecodesarrollo. Los popularizadores tremendistas amenazan a la humanidad con los más graves castigos, haga o no haga cualquier cosa, y su emotividad resulta infecciosa en un medio social poco favorable al pensamiento libre".
Ha sido profesor invitado en las Universidades de Puerto Rico, Woods Hole, París, Chicago, México, Yale, Perugia, Laval, Québec, Davis y Melbourne. Entre los premios y distinciones que ha recibido a lo largo de su carrera, hay que destacar los siguientes: Medalla Príncipe Alberto del Instituto Oceanográfico de París (1972), Premio AG. Huntsman de Oceanografía Biológica (Canadá, 1980), Medalla Narcís Monturiol de la Generalitat de Cataluña (1983), premio Santiago Ramón y Cajal del Ministerio de Educación y Ciencia (1984), Foreign Member of the National Academy of Science of the USA (1984), Premio Italgas de Ciencias Ambientales (Italia, 1989), Medalla Naumann Thieneman de la Societat Internacional de Limnología (1989), Premio de la Fundació Catalana per a la Recerca (1990), Premio Humboldt (Alemania, 1990), Premio ECI (1995), Medalla de Oro del CSIC (2002), Medalla de Oro de la Generalitat de Cataluña (2003) y Doctor Honoris Causa por las Universidades de Laval (Canadá), Aix-Marseille (Francia), Alicante, Luján (Argentina), Ramon Llull de Cataluña y el Institut Químic de Sarriá.
A pesar de todas estas distinciones, quienes le conocíamos sabíamos de su escepticismo por medallas y galardones. Hace escasos meses, en diciembre de 2003, con motivo de una comida -homenaje que le dedicamos los compañeros del Departamento de Ecología, nos recordaba que, como hombre de ciencia, había obtenido más provecho de las críticas científicas, por duras que hubieran sido, que de los elogios, por bien intencionados que fueran. Imagino su cara de cariñosa reprobación si pudiera leer estas líneas que sin embargo, quieren ser el testimonio de reconocimiento y admiración al maestro que compartió generosamente con nosotros lo mejor que tenía: sus ideas estimulantes.
Y acabo estas líneas como las he comenzado, con una referencia personal a nuestro último encuentro. En el momento de despedirnos cogió mi mano y la retuvo apretada entre las suyas por unos momentos. Fue un gesto cargado de sentimiento con el que comprendí que se estaba despidiendo de mí. El sabía que su muerte estaba próxima y la aceptaba con una naturalidad que a los demás no siempre nos resulta fácil de entender. Más allá de la anécdota personal la escena resume el carácter y la personalidad de este hombre excepcional con el que mantenemos una deuda infinita por sus enseñanzas, su humanidad y por tantos años compartidos en el Departamento de Ecología de la Universidad de Barcelona.
Los lectores interesados pueden encontrar más detalles sobre la vida y la obra de Ramón Margalef en:
https://www.icm.csic.es/bio/personal/fpeters/margalef/margalef.htmhttp://www2.ub.edu/comunicacions/cgi/principal.pl?fitxer=noticies/noticia002092.htm