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Autor
Lluís Montoliu. Investigador Científico del Centro Nacional de Biotecnologia (CNB-CSIC) y CIBERER-Instituto de Salud Carlos III

Premio Nobel de Química 2020: felicidad incompleta

El pasado 7 de octubre conocimos que la Academia Sueca de Ciencias había decidido galardonar el Premio Nobel de Química 2020 a las investigadoras Emmanuelle Charpentier, francesa, directora de un Instituto Max Planck en Berlín y a la estadounidense Jennifer Doudna, prestigiosa investigadora de la Universidad de California en Berkeley

La primera vez que un Premio Nobel se compartía solamente con dos investigadoras. La motivación del premio fue: “por el desarrollo de un método de edición genética”. Nada decían esas palabras sobre las herramientas CRISPR de edición genética, pero desde el mismo instante que se supo el fallo todos supimos que las CRISPR habían ganado el Nobel.

Descubrir que las herramientas CRISPR (derivadas de un sistema de defensa que, con el mismo nombre, había descubierto un microbiólogo español, Francis Mojica, de la Universidad de Alicante hacía más de 15 años) habían sido premiadas con el máximo reconocimiento que la comunidad científica otorga a sus integrantes, era una explosión de júbilo, una enorme satisfacción, esperada desde hace años. Pero darse cuenta que quien las descubrió y sentó las bases, para que otros investigadores vinieran después y las reinterpretaran y convirtieran en verdaderas herramientas de edición genética, no estaba entre los premiados fue una decepción igual de importante. De ahí que ese día experimenté una felicidad incompleta.

La mejor respuesta a esta confrontación de sentimientos la zanjó el propio Mojica, felicitando a las premiadas y mostrándose muy satisfecho al constatar que algo que él había contribuido a definir de forma decisiva hubiera acabado premiado en Estocolmo. Pocos investigadores tienen el honor de haber logrado que sus investigaciones fueran reconocidas con un Premio Nobel, directa o indirectamente. Las dos investigadoras, junto a Mojica, los tres, ya habían compartido en 2016 el Premio Fronteras del Conocimiento en Biomedicina otorgado por la Fundación BBVA, no así el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 2015, que recayó de nuevo solamente en las dos investigadoras.

Lo cierto es que las dos investigadoras premiadas, Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, reciben el Premio Nobel con todo merecimiento. Ellas fueron quienes, en primer lugar, propusieron, en verano del 2012, en un artículo seminal publicado en la revista Science, que aquel sistema de defensa que había descubierto Mojica en 2005 y que permitía a bacterias y arqueas defenderse de virus, podía reinterpretarse, sacarse fuera de contexto y usarse en cualquier otro ser vivo para propiciar cambios genéticos específicos, en cualquier gen del genoma, para editarlos. Ellas fueron las que describieron los componentes de los sistemas CRISPR-Cas de la bacteria Streptococcus pyogenes, simplificándolos a una molécula de ARN guía que dirigía la endonucleasa Cas9 a cortar el gen de secuencia complementaria a la guía. Tras el corte, los sistemas de reparación celulares se encargarían de restaurar la continuidad física del genoma, propiciando la aparición de modificaciones genéticas en las secuencias seleccionadas.


Estas dos investigadoras sí fueron quienes prendieron la mecha de una explosión que dinamitó los métodos de modificación genética conocidos y permitió desarrollar múltiples aplicaciones, a cual más ingeniosa, en biología, biotecnología y biomedicina

Cierto es también que ellas no fueron las primeras que lograron llevar a la práctica su propuesta. Esta gloria les corresponde por igual a Feng Zhang y a George Church, investigadores que trabajan en Boston, en instituciones distintas, y que en enero de 2013 publicaron, también en la misma revista Science, sendas descripciones demostrando que las herramientas CRISPR podían editar genes en células humanas y de ratón.

Sin embargo, estas dos investigadoras sí fueron quienes prendieron la mecha de una explosión que dinamitó los métodos de modificación genética conocidos y permitió desarrollar múltiples aplicaciones, a cual más ingeniosa, en biología, biotecnología y biomedicina. En los poco más de ocho años transcurridos desde la publicación del artículo de Charpentier y Doudna, el universo CRISPR se ha expandido prácticamente a todos los laboratorios y el límite para usarlas solo está en la imaginación de los investigadores. Esa es la motivación fundamental que justifica la concesión del Premio Nobel a estas dos investigadoras.  

Con las herramientas CRISPR hoy podemos reproducir en nuestros modelos celulares y animales las mutaciones que diagnosticamos en nuestros pacientes, para así poder estudiar mejor sus consecuencias. Con las CRISPR podemos generar animales de granja resistentes a virus y plantas mejor adaptadas al medio ambiente. O plantas con contenido de nutrientes alterado, para un mejor consumo, como por ejemplo un trigo carente prácticamente de gliadinas, el componente principal del gluten, apto para las personas celíacas. Con las CRISPR también podemos diagnosticar la presencia del coronavirus y atacarlo, con sistemas CRISPR específicos dirigidos contra su genoma de ARN. Ya hay ensayos clínicos en marcha que usan CRISPR como herramientas de terapia génica y algunos pacientes de enfermedades tales como la anemia falciforme o la beta-talasemia han podido beneficiarse ya de ellas.

Todo ello se lo debemos a Charpentier y a Doudna. Y a muchos otros investigadores, empezando por Mojica, que fue quien empezó a interesarse por los sistemas CRISPR hace 27 años y quien les puso el nombre que está en boca de todos. Gracias a la perseverancia y a los hallazgos de Mojica, y a su propio trabajo, estas dos investigadoras, y muchos otros científicos, han revolucionado la Biología y la Genética actuales. 


Referencia bibliográfica:

Jinek et al. Science. 2012 Aug 17;337(6096):816-21.

Mojica et al. J Mol Evol. 2005 Feb;60(2):174-82.

Cong et al. Science. 2013 Feb 15;339(6121):819-23.

Mali et al. Science. 2013 Feb 15;339(6121):823-6.

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