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Autor
Xavier Pujol Gerbelli

Paradojas de la octava potencia

La economía española se precia de ser la octava más potente en el mundo. Significa eso, a buen seguro, que la transición a una sociedad moderna, al menos en términos de bienestar, debería darse por concluida. Sin embargo, la actual crisis financiera amenaza con golpear los cimientos mismos sobre los que se sustenta la estructura económica española. ¿Puede contribuir la ciencia a un cambio de modelo más sostenible y, por consiguiente, inmune a los efectos de futuras crisis?
La coyuntura económica actual parece no prestarse a inversiones que rehúyan el corto plazo, sobre todo cuando lo que más preocupa son los salarios, el empleo o el futuro inmediato. Sin embargo, no pocas han sido las voces que, ante la profundidad de la crisis financiera y sus efectos sobre el crédito y el consumo, han clamado por un cambio de modelo para la economía española.

¿Puede contribuir la ciencia a un cambio de modelo más sostenible y, por consiguiente, inmune a los efectos de futuras crisis?

Un cambio que debiera desligarla de cimientos tan volátiles como han demostrado ser la orientación del sector inmobiliario, a todas luces transformado en burbuja, o una dependencia excesiva del consumo como motores del crecimiento.

Si bien es cierto que la crisis financiera ha sacudido con fuerza todas y cada una de las potencias económicas mundiales y está avanzando como si de un dominó se tratara, no lo es menos que hay factores coincidentes que explican la situación actual. Como diría el actual gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, se vive una situación de parón en el que prima la desconfianza.

Recientemente, declaraba: "Los consumidores no consumen, los empresarios no contratan, los inversores no invierten y los bancos no prestan". El gran debate, aquí y en cualquier parte, se resume en cómo romper el círculo vicioso que se ha generado.

Como es bien sabido, el primero en tomar la iniciativa ante el desplome bursátil y la caída en picado de grandes y no tan grandes instituciones de crédito, ha sido el Estado. Ha ocurrido en Estados Unidos, con un plan de rescate gubernamental que se ha extendido de la banca a la automoción, y está ocurriendo también en Europa, aunque la atomización y la escasa agilidad que a menudo caracteriza la toma de decisiones en la UE, enlentece el alcance de las medidas adoptadas y la rapidez con que puedan notarse sus efectos. La inversión en obra pública, ya decidida a ambos lados del Atlántico, se apunta como la gran solución coyuntural para la creación de empleo a corto plazo y para la recuperación del consumo. Entendiendo que estas son las medidas idóneas para mitigar el impacto de la crisis, y aceptando que son coyunturales o incluso temporales, la siguiente pregunta debería ser, y de hecho ya lo es en muchos foros, ¿y después qué?

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El después, el futuro, se presenta abierto. Entre economistas de prestigio se habla ya en voz alta de aprovechar la crisis para transformarla en oportunidad. Algo que, añaden, sólo es posible mediante apuestas políticas, inversión pública en sectores estratégicos y una mayor vigilancia en los sistemas de regulación del mercado.

Sea cierto o no, Estados Unidos parece haber cobrado ventaja en esa línea de intervención. Aunque no todo es tan simple como se pinta, lo que sí es verosímil es que la obra pública, así como el plan de rescate de la automoción, a tenor del volumen de inversión anunciado por Barack Obama, van a actuar de motor. Y que el sector energético, con unas intenciones de inversión orientadas a la lucha contra el cambio climático, va a captar una atención prioritaria. Todo ello sin olvidar fortalezas que han conducido a este país a una posición de liderazgo y que, por lo que parece, va a mantener el esfuerzo inversor.

En particular, en sectores como la biomedicina, la biotecnología o las tecnologías de la información.


La base de crecimiento de todos estos sectores se sustenta en la capacidad de generar nuevo conocimiento y, en consecuencia, nuevos bienes y aplicaciones. La biología basada en el conocimiento de los genes, las capacidades de transformación de los organismos vivos, la física asociada al desarrollo de energías alternativas a las actuales o la química vinculada a la nanotecnología, por citar unos pocos ejemplos, son imprescindibles para garantizar el éxito en la ingeniería, el sector energético o el desarrollo de nuevos fármacos y terapias.

Dado que muchos de estos campos tienen un tiempo de desarrollo largo, es más que previsible que surjan tentaciones de recorte presupuestario con el objetivo de redirigir el esfuerzo inversor a medidas que ofrecen soluciones en el corto plazo. Y ello puede ocurrir tanto en la primera potencia económica mundial como en aquellas que no tan solventes. Y puede ocurrir, por supuesto, en la octava potencia.

MANTENER LA INVERSIÓN

Según la opinión de numerosos expertos, los sistemas sobre los que se sustenta la generación de conocimiento deberían quedar a salvo de los efectos de la crisis. Y no sólo mantener el esfuerzo inversor, sino, en la media de lo posible, incrementarlo ni que sea reforzando áreas estratégicas. Aunque, eso sí, seleccionando a conciencia las materias a las que dar valor.

Los sistemas sobre los que se sustenta la generación de conocimiento deberían quedar a salvo de los efectos de la crisis

De nuevo, Estados Unidos podría valer aquí como ejemplo. La traducción inmediata de una intervención a favor de la lucha contra el cambio climático no es otra que incrementar el conocimiento y las aplicaciones derivadas de la física o de las ingenierías. Aunque el ejemplo es muy simplista y puede conducir a conclusiones erróneas (a saber qué modelo energético se pretende desarrollar, con qué bases y con qué pesos de los lobbies correspondientes), ilustra a la perfección como convertir en negocio un área de conocimiento estratégico. A otro nivel, es lo mismo que en su día derivó de la carrera espacial o de la llamada Guerra de las Galaxias. Obviamente, los intereses eran otros. Y las derivaciones en forma de empleo (aunque el volumen de negocio fue importantísimo en ambos casos), también fueron distintos. Intervenir a favor del vasto mundo de la salud tiene implicaciones económicas harto conocidas.

¿Va a ser este el caso español? A tenor de lo expuesto por la ministra de Innovación y Ciencia, cabría pensar que sí. Y a tenor de lo afirmado reiteradamente por José Luís Rodríguez Zapatero, nada debería hacer sospechar lo contrario. Sin embargo, la aplicación del filtro de la realidad lleva irremediablemente en dirección contraria.

La anunciada -por justificada- revisión de los programas Cénit y Consolider va a traducirse, en el corto plazo, en la suspensión de convocatorias, lo cual no puede ser interpretado de otro modo que en un declinar en las intenciones de gasto. La coyuntura, y esto no es nuevo en España, le gana la mano a la estructura. O, dicho de otro modo, el árbol de las urgencias del momento tapan el bosque de las inversiones en estructuras sostenibles.

ESTRATEGIAS DE IDA Y VUELTA

La historia reciente de la inversión en el sistema de I+D español tiene al menos dos caras y un intenso camino de ida y vuelta. Visto en perspectiva, podría concluirse que el esfuerzo por tratar de alcanzar un porcentaje razonable sobre el PIB ha sido notable. En términos globales, según las estadísticas oficiales recogidas por el INE (Instituto Nacional de Estadística), el citado porcentaje se ha doblado desde que se promulgó la Ley de la Ciencia hasta alcanzar el 1,27% que se registró en 2007. Eso sería estupendo si no fuera porque se trata de un esfuerzo desarrollado a lo largo de veinte años, demasiado tiempo.

Por otra parte, una inversión del 1,27% sobre el PIB es, a todas luces, insuficiente si lo que se pretende es formar parte del mapa de la gran ciencia.

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Los principales indicadores sobre la salud de un sistema de ciencia y tecnología arrojan datos esperanzadores. Por ejemplo, el número de publicaciones y la creciente presencia en forma de factor de impacto de los científicos que desarrollan su labor en España. Empiezan a verse, también, polos de conocimiento capaces de atraer la atención de científicos con proyección internacional y, más allá de los Pirineos, centros como Madrid y Barcelona empiezan a ser apetecibles.

Pero que nadie se engañe. Cuando a finales de la década de los ochenta se hizo un esfuerzo en inversión, en formación y en estructuras, los resultados no tardaron en ser visibles. No, al menos, si consideramos la escala temporal en política científica. Poco más de cinco años fueron suficientes para que una generación de científicos se atreviera con proyectos de mayor calado y alcanzaran cierta notoriedad internacional. El horno no estaba para bollos, pero había una coincidencia extraordinaria en señalar que el mantenimiento de las inversiones podría traducirse en una puesta al día del sistema español más bien lenta pero notablemente sólida.

La inversión se frenó en los primeros noventa. La crisis económica del momento justificó la decisión. El frenazo se mantuvo durante un largo periodo, demasiado para que nuevas generaciones de investigadores pudieran seguir la senda emprendida por sus mayores. Y éstos tiraron de la escasa renta conseguida para consolidar posiciones y para apuntalar expectativas.


La estrategia que intentó el Partido Popular con su Ministerio de Ciencia y Tecnología acabó derivando en fiasco. El PSOE, cuando alcanzó el poder, deshizo el camino y, a cambio, prometió un aumento sostenido de las inversiones a un ritmo del 25% anual. Eso sí, con acceso a un capítulo VIII que en su día generó polémica, y un largo tiempo para repensar un modelo organizativo que, más de una legislatura después, todavía no ha visto la luz y que, en lo que ha sido dado a conocer ha desatado debates airados. El Ministerio de Innovación y Ciencia, en el que se suman competencias antaño atribuidas a los ámbitos de Salud, Industria y Educación, es el nuevo motor.

LA COYUNTURA, DE NUEVO

En el tiempo en el que los documentos, previsiones y organigramas deberían avanzar hacia su puesta a punto, la coyuntura de crisis económica se apunta de nuevo como la justificación para revisar -para frenar- las inversiones en el sistema.

Y he aquí la raíz del debate. Ciertamente, hay que apresurarse a tomar medidas que limiten el impacto de la crisis sobre el empleo, el consumo y, en definitiva, sobre el bienestar social. Y, lógicamente, hay que escoger, hay que recortar por algún lado. Y, por lo que parece, el sistema de ciencia y tecnología, tal vez por su debilidad, es una de las víctimas propiciatorias. De hecho, recortes y retrasos ya se están empezando a notar en centros de excelencia y en departamentos universitarios.

Una inversión del 1,27% sobre el PIB es, a todas luces, insuficiente si lo que se pretende es formar parte del mapa de la gran ciencia

La reflexión que cabría añadir ya no es tanto sobre la oportunidad de mantener las inversiones sino sobre lo que se gana o lo que se pierde. Algunos expertos en política científica entienden que la inversión sobre el PIB ha conseguido situar a España en un interesante punto de inflexión que apunta a un tránsito hacia una potencia relevante en el mundo de la gran ciencia. Mantener la inversión permitiría no descabalgar al sistema de ese punto; frenar la inversión, un retroceso del que probablemente se tardaría muchos años en recuperarse; aumentar las dotaciones, ni que sea a un ritmo bajo, apuntalaría expectativas.

Esta es, pues, la hora de tomar una decisión. El Sol y la Playa, como citan algunos reputados investigadores, ya no es suficiente para mantener el actual nivel de riqueza. Tampoco lo es basar la economía en el ladrillo y el consumo. La economía productiva, por otro lado, ya avisó de sus flaquezas con los procesos de deslocalización.

Las respuestas, visto este análisis, podrían parecer obvias, pero no es uno quien toma las decisiones políticas. Estados Unidos es un buen modelo si nos centramos en California o la costa Este y sus polos de conocimiento (no en el resto). Europa mantiene buenos centros de interés y ha iniciado políticas que pueden -aspiran- a revertir en mejoras en la adquisición de conocimiento y su transformación en aplicaciones. España tiene sus opciones, pero tiene que escoger bien y no caer en los análisis apresurados o el mimetismo ciego. Como siempre, doctores tiene la iglesia de la octava potencia.

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