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Autor
Felipe Sahagún. Periodista. Profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias de la Información, UCM

La pandemia del siglo XXI

“La crisis del siglo”, rezaba el titular de portada de Le Point del 9 de abril. La portada del Economist del 1 de febrero presentaba al globo terráqueo con China tapada por una mascarilla con los colores y símbolos de su bandera y el siguiente titular: ¿se convertirá en pandemia el virus de Wuhan?

Hasta el 27 de febrero el semanario más prestigioso de Europa no respondió. “Ya es global”, anunció sobre otra imagen del planeta Tierra, rodeado de bolitas rojas espinadas flotando como satélites alrededor de nuestro planeta: la marca del Covid-19.

Para entonces, habían pasado 51 días desde que la Organización Mundial de la Salud anunció la identificación de un nuevo virus en Wuhan y 47 días desde que el Gobierno chino informó de la primera muerte, el  9 de enero, de un hombre de 61 años que había comprado alimentos en un mercado de pescado de la ciudad.

El origen exacto sigue en disputa, pero los principales epidemiólogos que han investigado los hechos (Sonia Shah, Le Monde Diplomatique, marzo 2020, p. 1 y 21) apuntan, como causa estructural, a “la deforestación, urbanización e industrialización desenfrenadas, que facilitan cada día más medios a los patógenos de los animales salvajes para llegar a los humanos”.

El coronavirus no distingue clases, fronteras ni razas, pero su letalidad se ceba en los más vulnerables: ancianos y enfermos en Europa, negros y latinos en EE.UU., marginados y clases bajas en todas partes… “Por ahora nada podemos hacer para evitarlo, salvo cuidarlos como podamos”, reconocía pocos días después, impotente ante un negacionista e irresponsable Donald Trump, el doctor Anthony Fauci, director del National Institute of Allergy and Infectious Diseases de los EE.UU..


Ante enemigos como el coronavirus y el cambio climático, el poder estadounidense (chino o de cualquier otra gran potencia aisladamente) no basta y todos tendrán que adaptar sus estrategias de seguridad nacional a esta nueva realidad

Con 3 proyectos en fase clínica y otros 67 en fase pre-clínica que, en el mejor de los casos, no darán frutos en muchos meses, a mediados de abril el mundo carecía de vacuna y de medicamentos antivirales eficaces. Las mejores respuestas eran, en palabras del director general de la OMS,  Tedros Adhanom Ghebreyesus, el aislamiento o confinamiento de los infectados, con o sin síntomas, y pruebas masivas: “test, test and test”.

El aislamiento estricto, como el impuesto en Wuhan y en la provincia china de Hubei, Italia, España y muchas zonas de EE.UU. y de otros países, suponía paralizar o “hibernar” la economía. En cuanto a los tests, la mayor parte de los países con más contagios ni siquiera disponía a mediados de abril de  unidades suficientes para proteger a sus sanitarios y a los otros sectores de mayor riesgo.

Cómo separar la verdad del bulo

El 13 de abril, a las 9:34 horas, con casi 2 millones de infectados y más de 114.000 muertos en el mundo según la John Hopkins, dos científicos de gran prestigio –Sylvia Richardson, presidenta de la Roya Statistical Society, y David Spiegelhalter, presidente del Wilson Centre for Risk and Evidence Communication- resumían en el Guardian en ocho puntos las dificultades para separar la verdad y el bulo entre el mar de cifras, gráficos y proyecciones sobre la pandemia:

  1. El número oficial de infectados o contagiados es un reflejo muy pobre o incierto de la realidad por la reducida capacidad de realizar tests adecuados y suficientes en buena parte del mundo.
  2. El número de muertos, con excepciones que confirman la regla, sólo refleja los fallecidos en hospitales y la contabilidad se está haciendo con criterios muy desiguales según países, regiones y ciudades.
  3. Las cifras absolutas tienen poco sentido en el vacío, sin relacionarlas con la población total y su evolución durante días o semanas.
  4. Todas las predicciones se basan en modelos imperfectos, por lo que hay que tratarlas con enorme cautela.
  5. Todos los gobiernos –más cuanto menos democráticos y transparentes- tratan de ocultar su responsabilidad y los datos que más les perjudica, y destacar los que les dejan en mejor lugar.

Muy pocos se creen las cifras oficiales publicadas por China o Irán, pero tampoco son fiables las de muchas democracias por las razones ya señaladas.

  1. No hay seguridad de que un infectado supuestamente curado y dado de alta no vuelva a recaer y a contagiar a otros, como se ha demostrado en China, Corea del Sur y otros países, lo que hace casi inevitable un largo periodo de prueba y error, con nuevos cierres, totales o parciales, de millones de personas y de empresas que se podrían prolongar entre uno y dos años.
  2. Las pruebas de anticuerpos no son seguras al cien por cien.
  3. No tiene mucho sentido comparar países por el número de infectados y de fallecidos sin tener en cuenta su experiencia con epidemias anteriores, la fuerza o fragilidad de sus instituciones, su cultura, sus tradiciones, su demografía, su sistema sanitario, incluso sus características geográficas.

Ante el desplome de la actividad económica y la incertidumbre sobre el futuro de la pandemia, las principales organizaciones internacionales se han visto obligadas a aplazar o virtualizar sus cumbres de primavera y a sustituir todas sus previsiones para 2020 y 2021 por el panorama más pesimista desde la recesión de 2008-2010, para otros desde la Gran Depresión de los años 30 del siglo XX.

Hundimiento de la economía

Con 4.000 millones de seres humanos confinados (más de la mitad de la población mundial), la OIT (Organización Internacional del Trabajo) calcula en 1.250 millones los puestos de trabajo amenazados. La FAO (Organización de la Agricultura y la Alimentación) y las principales multinacionales del sector temían, ante el cierre imparable de fronteras, la posible multiplicación por 2 del número de personas que padecerán hambre. En esa situación se encontraban antes de la pandemia unos 800 millones.

La OMC (Organización Mundial del Comercio) preveía una caída del comercio mundial entre un 13% y un 32% en 2020, y el Banco Mundial confiaba en que se pudiera frenar la pandemia en el segundo semestre e iniciar la recuperación en 2021.

Los EE.UU. habían perdido en tres semanas 17 millones de empleos y en Europa cada semana de confinamiento caía el producto interior bruto un 2%.

En su primer mensaje a la nación sobre la pandemia, la canciller alemana, Angela Merkel, la describió como “la amenaza más grave que enfrenta Alemania desde la unificación o, más exactamente, desde la Segunda Guerra Mundial”.

A primeros de abril, Antonio Guterres, secretario general de una ONU paralizada por el enfrentamiento entre China y los EE.UU., advertía que los países en desarrollo están en condiciones infinitamente peores que China, Europa y Norteamérica para hacer frente a la pandemia y hacía un llamamiento –con escaso éxito- a favor de “un alto el fuego inmediato en todos los conflictos del mundo”.

Hacia un nuevo sistema internacional

Doce internacionalistas –entre ellos John Allen, Richard Haass, K. Mashubani, Joseph Nye y Stephen Walt- adelantaron en Foreign Policy el 20 de marzo  algunos de los cambios globales que, en su opinión, puede causar o está causando ya esta pandemia:

  • Más poder de los Estados y más nacionalismo, pero, al igual que durante plagas anteriores, como la de 1918, igual o más rivalidad entre las grandes potencias y menos cooperación global cuando más necesaria parece.
  • Un mundo menos abierto, menos próspero, menos multilateral y menos libre, pues muchos dirigentes, habiendo reaccionado tarde y mal a las múltiples advertencias de los servicios de inteligencia y de los principales investigadores de epidemias, han recibido poderes de emergencia y se resistirán a devolverlos.
  • Más proteccionismo, fin de la globalización económica iniciada en los años 80, un mayor distanciamiento y hostilidad entre China y los EE.UU., y una multiplicación e intensificación de conflictos entre actores tratando de ocupar vacíos de poder y de competir por recursos más escasos.
  • En palabras de Kishore Mahbubani, “el Covid-10 no alterará en lo fundamental las grandes tendencias económicas globales ya en marcha”, pero “acelerará el cambio de la globalización centrada en los EE.UU. hacia una nueva y distinta, más centrada en China”.
  • Debilitamiento de los vínculos transatlánticos por la renacionalización de los EE.UU., aunque los más internacionalistas confían en la victoria del candidato demócrata Joe Biden en las presidenciales de noviembre, tras un final de campaña virtual, para impulsar un nuevo liderazgo global de los EE.UU. al estilo del de Franklin D. Roosevelt antes de la Segunda Guerra Mundial y durante la contienda.
  • Económicamente existe un acuerdo generalizado en la vulnerabilidad de las cadenas de fabricación global que se han ido extendiendo por el planeta y en la conveniencia de  acercar la producción a territorios más próximos y seguros para las empresas matrices.
  • No obstante, advierte Joseph Nye, “amenazas transnacionales como los patógenos, los sistemas de inteligencia artificial, las ciberamenazas y la radiactividad seguirán exigiendo más que nunca sistemas globales de información, control, contingencia, normas y tratados que limiten los riesgos”.

Ante enemigos como el coronavirus y el cambio climático, el poder estadounidense (chino o de cualquier otra gran potencia aisladamente) no basta y todos tendrán que adaptar sus estrategias de seguridad nacional a esta nueva realidad.

  • La crisis del coronavirus, explica Haass, responsable del Council on Foreign Relations (CFR) neoyorquino y autor de algunos de los mejores estudios sobre la transformación de la sociedad internacional, “obligará a la mayor parte de los gobiernos en los próximos años a concentrarse en sus problemas internos”.

Por ello es previsible un rechazo creciente de las migraciones masivas y una reducción de los recursos dedicados a los desafíos regionales y globales, como el cambio climático.

Entre los cambios positivos, prevé “un reforzamiento, por modesto que sea, de la gobernanza sanitaria pública global”.

  • “La incompetencia e insolidaridad de la Administración Trump, si fuera reelegido, debilitan el liderazgo internacional de los EE.UU.”, señala el subdirector del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres, Kori Schake. “Pero los efectos globales de la pandemia se habrían atenuado de forma significativa de haber contado con más y mejor información de las organizaciones internacionales”, agrega.

Reflexión final de Bill Gates

Es evidente que casi todos – Gobiernos y organizaciones- han respondido tarde y mal al coronavirus. Como recordaba Bill Gates en los desayunos de la BBC el 12 de abril, pocos países se merecen la máxima nota (A).

“Llevo cinco años advirtiendo sobre esto en discursos, desde 2015 y en un artículo publicado en el New England Journal of Medicine”, decía. “Si hubiéramos invertido más en diagnósticos, medicamentos y vacunas, ahora no estaríamos así. Nosotros (la Fundación Gates) creamos CEPI para promover plataformas de vacunas, pero ni siquiera logramos el 5% de lo que se podía haber conseguido. Y luego está el periodo desde que se detectó el Covin-19, en el que tendrían que haberse preparado los tests necesarios y la capacidad de UCIs y ventiladores. Muy pocos países se prepararon y aquí estamos: sin simulación, sin experiencia y con las políticas sanitarias y económicas en territorio desconocido”.

¿Es pura casualidad que seis de los países que mejor han respondido –Taiwán, Nueva Zelanda, Islandia, Finlandia, Bélgica y Alemania- estén hoy dirigidos por mujeres?

 

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