21 sociedades científicas españolas han expresado por carta al <a href="http://www.mcyt.es" target="_blank">Ministerio de Ciencia y Tecnología</a> su preocupación por "la irregularidad" del sistema de financiación del sistema público español de ciencia y tecnología. Es la segunda misiva de estas características que recibe el ministerio en pocos meses.
Primero fueron ocho sociedades científicas, en su mayor parte vinculadas a Biomedicina, las que remitieron una carta a Ciencia y Tecnología para expresar su preocupación ante los retrasos acumulados en el pago de proyectos de investigación. Fue en marzo. Ahora, el número se ha incrementado hasta 21 y las áreas cubren un amplio espectro de la ciencia española. El motivo, calificado de "anecdótico" por responsables del Ministerio, continúa siendo el mismo: buena parte de los grupos de investigación que dependen de dinero público para el normal desarrollo de su trabajo continúa sin recibir las subvenciones aprobadas en las últimas convocatorias de proyectos.
La situación que están viviendo algunos de los grupos afectados recuerda preocupantemente a la que se daba ni más ni menos que dos décadas atrás. Entonces, recuerda un veterano investigador, "no sólo había poco dinero sino que no sabíamos dónde acudir para conseguirlo". Ahora, añade, "continúa habiendo poco dinero, pero no llega". En opinión de algunos investigadores consultados, el problema se agrava porque, al menos en teoría, existe una institución encargada de centralizar los pagos.
Desde Ciencia y Tecnología la información que se ofrece es contradictoria. En diciembre pasado, poco antes de asumir España la presidencia europea, portavoces del ministerio ofrecieron un alud de datos cuya lectura invitaba al optimismo. Se hablaba de un crecimiento interanual de la inversión destinada a I+D+I de los más altos de los últimos años y, en paralelo, era la propia UE la que certificaba que España había hecho un esfuerzo inversor "notable". Poco después, se publicaban las convocatorias de ayudas a la investigación con lo que parecía ser, por primera vez, según reconocieron propios y extraños, un calendario público al que la comunidad científica podía atenerse.
Las previsiones, sin embargo, se han ido al traste. Los retrasos en el pago de proyectos han ido acumulándose. No sólo eso. Acciones anunciadas como prioritarias desde el gobierno, y por tanto dotadas de cierto carácter de urgencia, como la destinada al área de genómica y proteómica, hará pública sus primeras resoluciones con año y medio de retraso desde que el presidente del gobierno, José María Aznar, anunciara públicamente su "inmediata puesta en marcha". Demasiado tiempo para una convocatoria que no supera los seis millones de euros.
REGULARIDAD
Decía Rolf Tarrach, presidente del
CSIC, en una entrevista reciente, que al sistema de ciencia y tecnología español, además de mayor cantidad de recursos e instalaciones dimensionadas a la ciencia actual, le falta sobre todo regularidad.
Regularidad, en opinión de Tarrach, podría traducirse en forma de dos términos, calendario y agenda. Sean muchos o pocos los recursos destinados, venía a decir, lo que más interesa a los investigadores es saber con qué van a contar y cuando. Y que ello ocurra siempre, no eventualmente.
La falta de regularidad del sistema español, a la que también se refieren las 21 sociedades científicas que firman la carta dirigida a Ciencia y Tecnología, no es algo nuevo. Tampoco es algo que se haya inventado el actual partido en el poder. En los primeros años noventa, cuando se produjo el estancamiento de los presupuestos destinados a investigación, ya se observaron ciertas irregularidades. Pero la palabra retraso no se instaló de forma regular en el vocabulario científico hasta bien entrada la segunda mitad de la década. De un tiempo para esta parte, en especial desde la existencia del ministerio, se ha convertido en una constante que comparte con las ayudas del Fondo de Investigaciones Sanitarias (FIS), dependiente de Sanidad.
La crítica de Tarrach, así como de la comunidad científica, no debería considerarse por consiguiente tanto política como de método. Desde sus inicios, los presupuestos destinados a ciencia se han vinculado a organismos gubernamentales y, como consecuencia, a los vaivenes de la política nacional. Dado que en ningún caso la política científica se ha considerado una prioridad, ha sido de lo más normal que fuera la primera en sufrir recortes y padecer cambios de orientación que de ninguna otra forma habrían podido justificarse. Por tanto, los actuales retrasos, más que un accidente de gestión, que probablemente también lo sea, obedecen a una inercia que nadie ha sabido o ha querido alterar.
AGENCIA INDEPENDIENTE
Entre los científicos va calando la idea de que la mejor solución, muy probablemente, sea poner en marcha una agencia independiente destinada a gestionar unos fondos garantizados al menos por quinquenios y sobre los que hubiera nula capacidad de interferencia desde otras instancias. Por supuesto, comandada por gestores expertos y conocedores del sistema, y acompañada de la existencia de órganos consultivos con los que diseñar, presupuestar y ejecutar programas multianuales.
Desde el propio ministerio se ha defendido la existencia de una figura parecida o con parte de esas atribuciones. En círculos reducidos, miembros del mismo han llegado a sugerir que la Fundación de Ciencia y Tecnología podría asumir ese papel, pasando a ser, y salvando todas las distancias, lo que en Estados Unidos representa la National Science Foundation. El temor, sin embargo, es que se quede como algo parecido a la European Science Foundation, una institución relevante pero con escasos fondos y aun menor capacidad ejecutiva por culpa de intereses políticos. En eso también se diferencia Europa de Estados Unidos. Y España está, hasta que no se demuestre lo contrario, en esa Europa a menudo contradictoria.
En cualquier caso, igual merece la pena hacer el intento. Sea o no la fundación, habría que intentar desligar la gestión económica de la investigación de los cargos políticos. Y si ello no es posible, habría que intentar que los fondos destinados a la ciencia escapasen de las burocracias ministeriales. Y más ahora que se está comprobando que la creación de un nuevo ministerio con competencias en esta materia y sobre el que penden inercias heredadas, es más complejo de lo que parece. Tanto que con solo palabras nadie lo arreglará. La iniciativa de unas sociedades científicas poco dadas a iniciativas comunes, aunque pueda molestar a algunos, es un síntoma claro de que la gestión se ha encallado. Y es un síntoma precisamente por ello: las sociedades raramente han sido capaces de hacer oir su voz al unísono. Ya van dos cartas en dos meses. Queda por ver cuáles son las del ministerio.